Estaba
equivocado. Resulta que la propaganda del régimen también me había obnubilado a
mí; me había hecho obviar datos históricos; me había hecho pensar, hasta creer,
que la gran mayoría de los venezolanos habían estado a favor de Chávez y su
plan a principios de su gestión. Eso resulta que es mentira, y a partir de esa
mentira se fabricó una gran patraña de falsedades y mecanismos para taparla.
En 1998 un poco más de tres millones y medio de
venezolanos votaron a favor del movimiento Quinta República y Chávez resultó
electo presidente. La cifra exacta es 3.673.685 de votos. Desde el primer
momento se dijo que esa había sido una gran victoria y el mayor número de votantes
por un presidente en la historia. Mentira número uno: en 1988 el número
de votos a favor de Carlos Andrés Pérez fue 3.868.843 y, cinco años antes de
eso, Jaime Lusinchi había recabado 3.773.731 votos.
Pero, ¡el porcentaje de votantes fue el mayor de la
historia! Mentira número dos: A pesar de haber recibido el 56.20% de los
votos emitidos, Chávez obtuvo el 33.36% de los votos de las personas inscritas
en el registro electoral. Solamente un tercio de los votantes estaban a favor
de la promesa de Chávez. La participación del electorado en esas elecciones fue
de apenas 63.45%, la más baja en la historia del país salvo la inmediatamente
anterior en la cual resultó ganador Rafael Caldera, en el sumidero de la
república chiripera. En comparación, por ejemplo, 40% del electorado votó por
Luis Herrera (quien ganó con una pluralidad de 46.64% de los votos), 49.77% por
Jaime Lusinchi (con una mayoría de 56.72% de votos a favor), y 43.32% para
Carlos Andrés Pérez (con 52.89% de los votos a su favor).
Pero, pero… la constituyente de 1999 tuvo un abrumador
apoyo popular ¡el pueblo quería cambio! Mentira número tres: el proceso
que ratificó la nueva constitución se caracterizó por mantener un nivel de
aprobación nuevamente cercano a un tercio del electorado. El fundamento sobre
el cual se basa la nueva, la “quinta república”, es decir la constitución de
1999, fue rechazado por la gran mayoría del país. Las cifras oficiales son:
para la convocatoria, 62.40% de abstención, 7.5% de los electores en contra, y
casi 5% de votos nulos—un rechazo mayor del 70%; para elegir los asambleístas
de la constituyente, abstención 65.7%, a favor de los representantes del
gobierno bolivariano, 30.42% del electorado, el resto del de los votos dividido
entre nulos y opositores; y, finalmente, para aprobar la nueva constitución el
voto registró 56% de abstención. El porcentaje del electorado que aprobó
dicha constitución fue nuevamente menos de un tercio: 30.18%.
Hay un detalle fácil de perder de vista en estas cifras
sobre la constitución del 1999. La coalición bolivariana obtuvo el 65.8% de los
votos y la oposición el 22.3%. Sin embargo, los representantes de la coalición obtuvieron
el 95% de los puestos en la constituyente, debido a que el proceso había sido
reglamentado por el gobierno bolivariano de manera unilateral. Es decir, con 30.42% del electorado votando a
su favor, obtuvieron el 95% de los puestos en la asamblea.
Este patrón de manipulación del proceso se ha
mantenido y exacerbado hasta el día de hoy. Quiero hacer un punto histórico
adicional antes de hablar del 15 de octubre. Una vez ratificada la constitución
del ’99 hubo necesidad de convocar nuevas elecciones presidenciales. En esas
Chávez obtuvo el 59.76% casi sesenta por ciento de los votos emitidos. Pero
nuevamente, el porcentaje del electorado a su favor fue, por decirlo de manera
coloquial—escuálido: El 32% del registro electoral votó por Hugo Chávez Frías
en las elecciones del año 2000.
Esas elecciones tempranas le indicaron al régimen totalitario
en ciernes que tenía que hacer algo al respecto. Lo primero fue, por supuesto,
difundir las falsedades mencionadas, pregonando que la gran mayoría del país
estaba a su favor. Lo segundo fue influenciar directamente el proceso electoral
mediante dos maneras de manipularlo.
Primera
manera, el registro electoral:
Entre el año 2000 al 2006 el registro aumentó de 11 millones a 15 millones, y
entre el 2006 al 2012 de 15 a 18 millones. Aumentos sin precedentes históricos,
y por ende sospechosos.
Segunda
manera, el mecanismo electoral:
Nuevas máquinas, nuevos procesos, nuevos métodos fueron incorporados en un
proceso poco transparente y aparentemente con asesorías por técnicos
experimentados de origen cubano y de la vieja Stasi en Alemania Oriental. La
falta de transparencia de este proceso de adquisición e instalación de equipos
y software lo hace sospechoso.
Aun así, el régimen perdió las elecciones para la
reforma constituyente del año 2007, lo que demuestra que el voto ciudadano hace
diferencia. Lamentablemente y debido al llamado a la abstención a las
elecciones parlamentarias del 2005, las reformas rechazadas por el electorado
soberano fueron implementadas en reglamento de leyes, siendo una de las más
nocivas el reglamento ley de las FANB, que ahora podrían tener absoluta
injerencia en todas las actividades económicas del país. Así se cumplió la
aspiración de Chávez de “unión cívico-militar”— el mismo modelo de élite
económica que su mentor político, Fidel Castro, había implementado en Cuba.
Las tácticas de intimidación (por ej., lista Gascón), y
los fraudes evidentes (por ej., 2013) no han derrotado al espíritu cívico del
pueblo venezolano. El régimen en obvia ignorancia cívica quiere hacerle creer
una nueva mentira al pueblo y al mundo: que la democracia es contar votos. El
voto del 30 de julio para elegir a la asamblea constituyente demuestra eso. El
régimen quería demostrar que podía tener más votos que los del referendo
consultivo del 16 de julio. La democracia no es contar votos. La democracia es
una coalición de ciudadanos que utilizan mecanismos y herramientas para tener
voz en sus destinos. Esas herramientas incluyen el voto, la protesta, el
debate, las agrupaciones de la sociedad civil, la libertad de prensa, y la
oposición viva, entre otras.
El voto del 30 de julio desenmascaró al régimen,
comenzando por la supuesta gran participación. Se contradice el régimen al
publicar un nivel de participación poco mayor del 40% y decir que fue la
mayoría de votantes los que acudieron a las urnas. Ese registro electoral
inflado artificialmente y con quien sabe que argucias del mismo régimen indica
una abstención cercana al 60% del electorado. El mismo equipo técnico que había
certificado resultados en elecciones anteriores entre el 2005 al 2015 dice que sus
máquinas fueron manipuladas para aumentar el nivel de votos contados como
emitidos. Esta vez ni siquiera se hizo la simulación de permitir testigos de
mesa opositores o internacionales. Esta fue una farsa electoral, digna de
cualquier régimen totalitario y dictatorial; y al igual que en ese tipo de
régimen, los resultados fueron 100% a favor del oficialismo. No importaban los
candidatos postulados, todos eran oficialistas.
Eso sin contar que la misma convocatoria a la
constituyente está viciada constitucionalmente. El soberano (el pueblo) es el
que decide convocar a una constituyente, no el mandatario de turno. El
mandatario está autorizado a llamar a un plebiscito a ver si el pueblo convoca
una constituyente, pero no está autorizado a convocarla. Sólo después de ser
convocada es que se eligen los asambleístas. Nicolás Maduro lo que ha hecho es
apropiarse de la soberanía de la república, es decir se ha declarado a sí mismo
el soberano—un claro dictador.
Ahora esa misma Asamblea Constituyente írrita llama a
elecciones para las gobernaciones de estado. Esas elecciones son organizadas
por el organismo electoral denunciado por su mismo proveedor de equipos como
manipulador y declarado como ilegítimo en el referéndum consultivo del 16 de
julio.
Ante esta coyuntura, la posición abstencionista tiene
lógica y es consecuente. No por eso sin embargo es a mi juicio la posición correcta
a tomar ante estas elecciones venideras. Como se observa en la historia
electoral descrita arriba, ha sido el abstencionismo y la apatía lo que
estructuralmente le ha dado al régimen las armas para apoderarse del país e
implementar una agenda y programa con el apoyo de apenas un tercio de la
población. Las veces que la voz ciudadana se ha hecho escuchar (2007, 2015) el
régimen ha tenido que recurrir a maniobras anticonstitucionales, ilegales o en
contra de la voluntad popular para afianzarse en el poder. Si se hace una
evaluación utilitaria de lo que le conviene al régimen, a éste le conviene la
posición abstencionista opositora. Esta posición es la que le quita la voz al
elector. Es mi opinión que no debemos dejar que el gobierno le quite la voz al
pueblo.
Las elecciones del 15 de octubre de 2017 están
viciadas de origen, forma y probablemente de resultado. No por ello debemos
permitir que el régimen tenga la vía fácil hacia un mayor totalitarismo. La voz
ciudadana nunca calla, más bien se fortalece cuando se moviliza, sea en
protestas callejeras, en agrupaciones y asambleas cívicas o en urnas
electorales. Como dije anteriormente, la democracia no es sólo contar votos, es
formar ciudadanos-- activos, respondones, furiosos, contestatarios,
comprometidos, indisciplinados, creativos, independientes. Eso incluye a los
abstencionistas en voz alta, quienes reclaman una mejor democracia. Los
abstencionistas en voz alta son demócratas comprometidos. Los que permitan que
la inercia, el silencio, la frustración paralizante y la apatía dominen su
intención de voto son los que más daño le hacen a la democracia. El régimen no
quiere ciudadanos, quiere ovejas calladas. No se le debe otorgar al régimen del
dictador su deseo.
Carlos
J. Rangel, analista y escritor. Su libro más reciente es “La Venezuela imposible: Crónicas y reflexiones sobre democracia y
libertad”.