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miércoles, 29 de marzo de 2023

LAS MUJERES AL PODER

 La mujer y la política: reto permanente

A veces se cuestiona la necesidad de destacar un grupo en particular para señalar personas notables en ese grupo. En un mundo ideal, no haría falta hacer estas distinciones, puesto que el mérito o los logros de cada individuo serían valorados independientemente de su etnia, género o raza particular. Pero no vivimos en un mundo ideal, lo cual además no sería tan interesante. La competencia y rivalidades entre grupos autoidentificados por alguna característica en común generan mayores energías y dinámicas creativas (a veces destructivas) que las que existirían si todos viviéramos en un Cumbayá de igualdad utópico. Debido a que toda sociedad tiene tendencias centrípetas en los subgrupos que la conforman, se han creado reconocimientos especiales como artefacto para singularizar el aporte y luchas de estos subgrupos, y para que sean reconocidos como valiosos en nuestra historia, cultura y sociedad. Estos reconocimientos crean una conciencia común enriquecedora y unificadora para toda la humanidad.

Terminamos esta semana un mes dedicado a la mujer, que representa más de la mitad de la población mundial pero cuyos aportes reconocidos no suman la mitad. Coloquialmente se les reconoce su importancia, siendo el dicho (algo misógino) “detrás de cada gran hombre hay una gran mujer” la manera socialmente aceptada por muchos (todavía) de dar ese reconocimiento. En esa fábrica de ideas, imágenes y sueños que es Hollywood Ginger Rogers, gran actriz, cantante y bailarina, dijo una vez acerca de su carrera que tenía que hacer lo mismo que su pareja de pantalla (Fred Astaire) pero hacia atrás y en tacones altos para ser reconocida como de talento equivalente. En 1951 la primera alcaldesa de una gran ciudad en Canadá, Ottawa (Charlotte Whitton), se le recuerda por decir que una mujer tiene que trabajar el doble para que se le reconozca la mitad del trabajo que hace un hombre. Estos dichos, citas y refranes podrían ser descartados como de privilegiadas quejonas descontentas. Pero la realidad es que las estadísticas, desde la diferencia de salarios, hasta el porcentaje de mujeres en posiciones de liderazgo o influencia, parecieran darles la razón.

En la historia encontramos líderesas que han sobrepuesto esos obstáculos y se destacan por ser emblemáticas de sus regiones o países, a veces llegando a transformar al mundo. Juana de Arco e Isabel la Católica, por ejemplo, son figuras que forjaron naciones. La primera fue la gran salvadora de Francia durante la Guerra de Cien Años y de la cual dice Wikipedia que “trascendió su género para convertirse en un líder militar”. Juana de Arco impuso la coronación de Carlos VII en 1422, el rey que consolidaría la nación francesa. Isabel la Católica unificó a Castilla y Aragón para crear España; lanzó campañas militares para expulsar infieles del territorio; instituyó la (temible) inquisición para defender la fe; y creció el imperio español patrocinando viajes para buscar vías alternas al oriente y sus productos exóticos. Otra Isabel, esta vez en Inglaterra, consolidó el poder del imperio británico durante su largo reinado (1558-1603), forjando la antesala de la eventual caída del imperio español forjado por esa otra Isabel. Por último, entre las mujeres poderosas en la historia, no podemos olvidar a Catalina la Grande, quien asesinó a su marido (Pedro III) para convertirse en la figura que integró a la nación rusa con Europa durante la era de la ilustración.  Catalina fue la Zarina con el más largo mandato por una mujer en la historia de esa nación (1762-1796).

A partir de los movimientos Marxistas/Leninistas de principios del siglo XX, bajo su supuesto modelo igualitario, hubo mujeres que fueron incorporadas al liderazgo en estas sociedades. La realidad es que muchas fueron utilizadas como figura de propaganda con poco poder en sus rígidas estructuras políticas. El caso más ilustrativo es el de la viuda de Mao Zedong, Jian Quing, arrestada pocos meses después de la muerte de éste en 1976, por tratar de ejercer y mantener su poder. En 1980 fue sentenciada a muerte, pero su sentencia cambiada a cárcel de por vida. Se suicidó en la cárcel en 1991.

En el mundo democrático moderno, no llegamos a ver mujeres en posición de abierto liderazgo político sino hasta 1960, con la elección de Sirimavo Bandaranaike, en Sri Lanka, como Primer Ministro. Poco después su país vecino y rival, la India, elige en 1966 como Primer Ministro a Indira Gandhi, la primera gran figura mundial que obtiene ese rango. Golda Meir tiene la distinción de ser la segunda en esta categoría, electa como Primer Ministro israelí en 1969, conocida como tenaz negociadora, y líder victoriosa de Israel durante la guerra de Yom Kippur (1973). Cerca de 120 mujeres han logrado el cargo de presidente, primer ministro o jefe de estado desde 1960 en países democráticos, a veces por breves días, a veces por muchos años. Como dato público, solo dos han dado a luz durante su mandato, Benazir Bhutto de Pakistán en 1993 (primera mujer electa al cargo en un país musulmán), y Jacinda Arden de Nueva Zelanda en el 2018.  No hay datos fácilmente obtenibles de cuántos hombres jefes de estado electos han tenido hijos durante su mandato. Tampoco es fácil determinar el número de jefes de estado del género masculino electos desde 1960, pero un cálculo estimado coloca ese número en alrededor de 750 líderes de gobierno, es decir una relación de uno a siete, mujeres a hombres.

Las líderesas de gobierno no son inmunes a los atentados políticos. Benazir Bhutto fue asesinada por militantes islámicos mientras hacía campaña para su reelección en el 2007. Antes de eso, Indira Gandhi, en el año 1984, fue asesinada por sus propios guardaespaldas, presuntamente en retaliación por una operación militar contra rebeldes Sikh en el norte de la India. La violencia política no se limita a magnicidios, sin embargo. Amenazas, golpizas, cárcel y tortura han caído sobre lideresas en todos los continentes. Es frecuente el mensaje sublimado de fantasía de violencia y dominio sexual en la (muy misógina) sugerencia de que estas lideres son histéricas por no estar satisfechas sexualmente. La caracterización descalificadora de mujeres en posiciones de liderazgo se refleja en adjetivos con los que se describen frecuentemente ambos géneros para describir el mismo comportamiento: firme (el hombre) vs. terca (la mujer); visionario vs. soñadora; organizado vs. controladora; con empatía vs. emotiva; preparado vs. creída; etc.

Latinoamérica se caracteriza por haber tenido un número sobresaliente de mujeres en la jefatura de estado, entre las cuales está Violeta Chamorro, de Nicaragua, primera mujer electa al cargo de jefe de estado en el hemisferio, y quien condujo su país hacia la estabilidad económica y el final de su guerra civil. Chamorro, Corazón Aquino, en las Filipinas, y Ellen Johnson Sirleaf, de Liberia, primera mujer electa presidente en el continente africano, se distinguen por haber encaminado sus países por la vía democrática después de grandes periodos de inestabilidad política y secuelas de dictaduras. La otra líder enfrentada a una situación similar de violencia e inestabilidad política es Aung San Suu Kyi, de Myanmar, actualmente depuesta y presa por una feroz junta militar.

Pero no todas las mujeres electas a jefaturas de gobierno han dominado el arte de trabajar el doble en tacones altos y hacia atrás. Isabel Perón quien asumió el cargo luego de la muerte de su esposo, el presidente de Argentina Juan Domingo Perón, cometió muchos errores políticos y administrativos que hicieron al país caer en caos y violencia de milicianos de izquierda y derecha. Su gobierno termina con un golpe de estado en 1976 que hundió al país en un funesto período de represión sanguinaria hasta 1984. Un caso histórico similar lo ilustra la última reina de Hawaii, Liliuokalani, quien heredó el trono de su hermano y no supo responder a los retos de la modernización en 1891-93, creando las condiciones para su caída y eventual anexión de las islas por los EE.UU.

Otras jefes de estado fracasadas en su gestión son las Primeros Ministros británicas Theresa May y Liz Truss, ésta última quien no duró en el cargo lo que dura una cabeza de repollo antes de podrirse. Ni May ni Truss lograron consolidarse políticamente ni influenciar el mundo en contraste con la única otra mujer Primer Ministro de Inglaterra, Margaret Thatcher, quien en sus casi 12 años de gobierno transformó el estado benefactor en Inglaterra, disminuyó la injerencia del estado en el sector privado y, junto con Ronald Reagan, logró el final de la Guerra Fría y el colapso del comunismo a nivel mundial. La otra gran mujer líder en Europa fue Angela Merkel, canciller de Alemania durante 16 años (2005-2021) y cuyo mayor logro fue consolidar la Unión Europea. Recientemente fue electa como Primer Ministro de Italia Giorgia Meloni, líder del remanente del partido nacionalista que fundara Benito Mussolini y cuyas actuaciones hasta ahora no han afectado la integridad de la Unión Europea. Su legado, para bien o para mal, está por determinarse.

No debemos dejar de identificar a mujeres que, a pesar de no tener cargos de jefatura de estado, han ejercitado gran influencia política. Sobresaliente en esta categoría fue Evita Perón, primera esposa del presidente Juan Domingo Perón, y cuya capacidad de liderar el sector de los “descamisados” en Argentina la convirtió en símbolo de la reivindicación social en su país. Su muerte prematura a la edad de 33 años, en 1952, la transformó en un mito idolatrado de la justicia social, lo cual nunca pudo igualar su esposo. El legado de Evita, como el de toda leyenda histórica, se utiliza en Argentina hasta el día de hoy para justificar posiciones en todo el espectro político.  Otras mujeres destacadas incluyen a  Rigoberta Manchú, líder de la reivindicación indígena en Guatemala que le mereció el Premio Nobel de la Paz; Christine Lagarde, quien como Director Ejecutivo del Fondo Monetario Internacional hizo que esa institución tuviera más conciencia del efecto social de medidas económicas, y actualmente se desempeña como Presidente del Banco Central de Europa; y la difunta Ruth Bader Ginsburg, juez de la Corte Suprema de los EE.UU. quien se destacó por defender activamente la igualdad de todas las personas ante la ley.

En el mundo de hoy una joven de gran influencia y con capacidad de cambiar su país y región es Malala Yousafzai, la pakistaní que sobrevivió un atentado contra su vida a los 15 años perpetrado por fundamentalistas islámicos por sus actividades a favor de educar niñas musulmanas en zonas rurales. Con apenas 25 años, y ya galardonada con el Premio Nobel de la Paz, su futuro todavía está por hacerse, así como el de la influyente activista ambiental Greta Thunberg (20 años), y el de muchas otras jóvenes.

En este rápido recuento falta nombrar grandes figuras e incansables anónimas que movilizaron sociedades para lograr el voto femenino, los derechos de propiedad y contrato, y muchos otros logros para igualar y proteger la condición de la mujer. También las hubo que justificándose con la moral y buenas costumbres buscaron limitar libertades, en particular la prohibición legal de bebidas alcohólicas y drogas, en vez de su tratamiento como una enfermedad social. El equilibrio de valores y libertades no tiene género, pero no se puede negar la preponderancia de la mujer en el reto permanente a los límites impuestos por la tradición y sociedad, y su papel en el avance de la concepción y desarrollo de derechos individuales y la libertad. Sirva este corto ensayo como un recordatorio y homenaje a su tenacidad.


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