Estimado Carlos
Alberto:
Tu nota sobre Felipe
VI cristaliza en mi mente algo que vengo tratando de articular desde hace algún
tiempo. Dentro de la democracia moderna,
¿Cuál es el papel de elementos institucionales como las monarquías europeas, o
cargos vitalicios? ¿Es acaso antidemocrático que existan estas instituciones?
¿Cuál es su verdadero papel?
Se me originaron estas
preguntas al releer hace un tiempo el “Discurso de Angostura” pronunciado por
Simón Bolívar en 1819 ante la asamblea de delegados para elaborar la primera verdadera
constitución de la república de Venezuela. En este discurso Bolívar propone que
se haga un congreso bicameral, en el cual los miembros del senado serían tales
por herencia. Bolívar argumenta su idea exponiendo que si un niño cultiva desde
la infancia su responsabilidad ante la nación será mucho más proclive a asumir
la gravedad de dicha responsabilidad que si es electo por un periodo de unos
breves años. Evidentemente, siendo Bolívar anglófilo, esta idea surgía de sus
observaciones durante su vida en Inglaterra y el rol de la Cámara de los Lores
en esa nación. Esta propuesta no fue adoptada por aquella constituyente.
El razonamiento, sin
embargo, no es totalmente absurdo. A falta de elementos de dinastía y
aristocracia autóctona (como los borbones, por ejemplo) es entendible que la
propuesta no haya prosperado. Lo que dichas aristocracias hacen, como bien
indicas para el caso de España, es generar una identidad nacional que
trasciende al momento de gobierno que vive una nación en un momento dado. Es,
por decirlo así, la encarnación de la constitución, la continuidad histórica
del país en carne viva.
En contraste con esto
tenemos, por ejemplo, el término de los congresistas en los EE.UU. El breve
período de dos años es el resultado del razonamiento que de esa manera dichos
representantes tienen que estar muy compenetrados con sus representados para
poder ser reelectos. En el libro “Pathways to Freedom”, editado por Isobel
Coleman y Terra Lawson-Remer, se argumenta que la existencia de la reelección
hace que el representante electo tenga más empatía o responsabilidad ante sus
representados y es una característica de democracias desarrolladas. En dicho
libro se pone el caso de México, argumentando que por no existir reelección
presidencial el presidente, una vez electo, tiene poco incentivo para
mantenerse “cerca del pueblo” y por ello puede decaer fácilmente en arrogancia,
corrupción, represión, o algún otro vicio de gobierno.
La reelección sin
embargo conlleva otros problemas. Cuando se estableció el período de dos años
para los congresistas de los EE.UU. está claro que la dinámica diaria de un
país agrario centrado sobre sí mismo no era la misma que la de una potencia
económica mundial. La complejidad de la tarea para el delegado no acarreaba
consecuencias mucho mayores que las necesidades inmediatas de su propio
circuito electoral. Debido a la creciente complejidad de las responsabilidades,
se entienden las razones por las cuales dichos circuitos han sido modificados
geográficamente (por ambos partidos) para hacerlos menos competitivos—el famoso
“gerrymandering”, lo cual ha generado en parte la politiquería extrema que se
vive hoy día en los EE.UU.
Al otro lado del
espectro, se tiene a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, la cúspide
de una rama de gobierno que en su mayoría a nivel nacional no es electa sino
designada y vitalicia. Es lo más cercano a una aristocracia nacional en este
país—la continuidad histórica e institucional de la nación.
La fortaleza de una
nación la hacen sus instituciones, y cada país tiene historias distintas. Es al
respetar dicha historia que la nación se fortalece; al tener mecanismos de
continuidad institucional que se disminuye la volatilidad normal de la
política. Tenemos el lamentable caso de las naciones que conocemos que
utilizaron su historia para dividir a sus gentes, en vez de unirlas. En
Venezuela, por ejemplo, el empeño de la dirigencia actual de demonizar lo que
llaman “la cuarta república” es una herramienta sectaria y populista transparente
para aferrarse al poder. Ni se diga lo ocurrido en Cuba.
No quiero que esta
reflexión se entienda como una simple elegía a las monarquías y las
aristocracias. Es un intento para argumentar a favor de la continuidad
institucional y la historia. En algunos países se encarna en aristocracias, en
otros de otras maneras. Son el rechazo y fallas a esa continuidad las que
resultan en conflictos politiqueros, sectarios y separatistas que fracturan
naciones y pueblos.
Un gran abrazo,
Carlos
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