LOS MITOS FUNDACIONALES DE VENEZUELA
En ensayo anterior reseñé el evento del jueves 20 de febrero en las instalaciones de META Miami, un conversatorio conmigo, autor de MITOS DE NUESTRA HUMANIDAD, y el Dr. Asdrúbal Aguiar, miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras de España, Cádiz. El evento fue conducido por la Dra. Beatrice Rangel quien inició la sesión de preguntas con la pregunta candente, “¿Por qué no tiene Venezuela un mito civilizatorio?” Parte de la respuesta a esa pregunta y las subsiguientes se recaban en aquel ensayo anterior “MITOS EN META (1)”, pero posteriormente en correspondencia con el Dr. Aguiar, y con la misma Dra. Rangel, desarrollé reflexiones adicionales.
DE LA ESPADA DE BOLIVAR AL GENDARME NECESARIO
No podemos ignorar a Simón Bolívar como figura
fundamental formadora de nuestra historia, y del mito fundacional de Venezuela y
su área de influencia. Su resplandor como creador del mito del hombre fuerte,
sin embargo, no tiene que cegarnos a sus otros aspectos que se traducen en una interpretación
más cercana a la levita que a la espada, imágenes que utiliza el
Dr. Aguiar para exponer sobre la razón y la emoción en la formación de las
naciones. Como ser humano que vivió muchos ciclos de transformación y que
además produjo gran cantidad de escritos, su pensamiento no es único en su
consistencia ni diáfano en sus ideales. Cualquier autor, o pichón de hombre
fuerte, puede enfocarse en citas seleccionadas o incluso documentos completos en
los cuales Bolívar se inclina más por la naturaleza autoritaria que por la
liberal. Me inclino más por lo segundo, por el Bolívar que, al hacer recomendaciones
a la Constituyente
de Angostura, defiende lo que solo puede interpretarse como la
libertad e independencia de la prensa (el Poder Moral), el que insiste en la
necesidad de renovación de liderazgos políticos:
“Las repetidas elecciones son esenciales en los
sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo
tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y
él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía.”
Bolívar, el que le dijera a los legisladores constituyentes,
refiriéndose a sí mismo: “En este momento el Jefe Supremo de la República no es
más que un simple ciudadano; y tal quiere quedar hasta la muerte.”
Ciertamente puede argumentarse que su Carta
a Flores y la “Constitución Monárquica” de Bolivia sugieren un giro hacia la tesis del Hombre Fuerte, la espada, y muchos han adoptado a
conveniencia esta faceta de Bolívar. Pero como él mismo le pronostica a Flores,
ante la falta de institucionalidad, la región caerá en manos de “tiranuelos
imperceptibles” con ánimos fuertes y una multitud que “sigue la audacia sin
examinar la justicia o el crimen de los caudillos.” De ocurrir esto, predice
que “sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este
sería el último período de la América.”
La interpretación benevolente es que Bolívar ve en los tiranos el camino a la desaparición de la civilización. La interpretación oportunista es que Bolívar ve la necesidad de un tirano omnipotente y unificador que conduzca a la región. He allí el hilo que nos conduce al Cesarismo democrático de Vallenilla Lanz, que reconoce a las guerras desde la llamada de independencia hasta la revolución restauradora como una serie de guerras civiles, clasifica a Venezuela como un “estado guerrero”, y justifica a Juan Vicente Gómez, el hombre fuerte que domó al cuero seco, ese que uno pisaba en una esquina y se levantaba en otra. Así se establece este mito como el creador de la nación moderna venezolana: el Gendarme Necesario.
EL SURGIMIENTO DEL DESPOSEÍDO
Al mismo tiempo que los tiempos de Gómez, a nivel mundial está ocurriendo un cuestionamiento de los modelos económicos y políticos paradigmáticos. El capitalismo, motor de la revolución industrial, había degenerado en monopolios cómplices de gobiernos corruptos hacia finales el S. XIX manteniendo a las clases trabajadoras en niveles casi de subsistencia. Las ideas milenarias del socialismo marxista y nacionalista, e incluso el liberalismo anarquista, se difunden y generan movimientos políticos sin verdaderos precedentes históricos que terminaran desembocando en revoluciones y guerras mundiales.
Latinoamérica no es inmune a esa efervescencia ideológica, y la idea del pasado feliz y noble penetra su psique. Surgen obras como el Ariel (y Calibán) de Rodó y otras que ensalzan un ideal puro. El trabajador sencillo, el campesino y el obrero, se convierten en la esencia de esa pureza, que será rescatada por los movimientos que protegerán a los desposeídos, los descamisados y los pobres. El populismo socialista se apodera de la región, en algunos casos asociados directamente con el comunismo leninista de la URSS, en otros con el socialismo nacionalista emergiendo de Alemania e Italia. La figura del desposeído injustamente por fuerzas más allá de su capacidad de control se convierte en un mito útil para ese populismo creciente, que se nutre de él para hacer “revoluciones” que en realidad son sustituciones, manteniendo las estructuras sociales y económicas fundamentales, pero comandadas por élites sustitutivas.
Con la muerte de Gómez en diciembre de 1935, Venezuela
entra un periodo de transformación zarandeado por esas fuerzas políticas
internacionales. En ese momento no está nada claro cual es el futuro del mundo: un mundo capitalista sacudido por la caída de la Bolsa en 1928 y la consecuente
depresión económica; un mundo fascista, con el surgir del Nazismo en Alemania que
promete restaurar y fortalecer los ideales de cada pasado nacional glorioso; o
un mundo comunista, con el modelo Imperial Leninista que promete
reivindicaciones sociales a los desposeídos del mundo. Diez años después, se
aclara un poco el panorama con la derrota del fascismo Nazi, y en Venezuela la
revolución de octubre 1945 derroca al modelo proto-fascista (del hombre
fuerte) para convocar una constituyente que reivindique las injusticias
sociales de los desposeídos.
La alianza de esos dos mitos, del hombre fuerte y del desposeído,
representada por la confabulación de Marcos Pérez Jiménez y Rómulo Betancourt
para derrocar al General Medina Angarita estaba destinada al fracaso y ruptura.
En noviembre de 1948 el recién electo, bajo la nueva y flamante constitución
que otorga el derecho al voto universal y promete la justica social, el
presidente Rómulo Gallegos, primer civil desde José María Vargas en asumir la
presidencia (salvo alguno que otro comodín interpuesto por algún hombre fuerte), es derrocado por un golpe militar. Regresa el hombre fuerte a
imponer el orden predecible sobre el caos y desorden creativo de la democracia incipiente. Las levitas letradas se fugan y desaparecen.
Pasarán otros diez años en Venezuela hasta que la
semilla sembrada de la democracia, y el anhelo perenne de la libertad, derroque
en una rebelión popular al dictador Marcos Pérez Jiménez, el cual
progresivamente apretaba las tuercas represivas y extendía su manto corrupto
sobre la nación. Con la caída del dictador el mito del desposeído cobra fuerza
e incluso se personifica en diversos personajes, incluyendo Juan Bimba,
prototipo del venezolano en el imaginario popular y político, y protagonista
renuente de los enfrentamientos en la cima de la guerra fría.
En 1960 Nikita Kruschev se quita el zapato y golpea el podio en las Naciones Unidas enfrentando las acusaciones de interferencia en países del llamado tercer mundo (término fabricado por la mima URSS). Esto ocurre cuatro años después de que Kruschev dijera en reunión entre diplomáticos en Polonia que el comunismo soviético prevalecería sobre el capitalismo occidental. Dijo entonces la famosa frase “nosotros los enterraremos” apenas un mes después de aplastar la revolución húngara de 1956. En octubre de 1962 se llegará al punto más álgido de la guerra fría al romper la crisis de los misiles, cuando la URSS trata de profundizar su huella estratégica en las américas.
El derrocamiento de Pérez Jiménez ocurre en este momento álgido del enfrentamiento entre las potencias imperialistas, y cada facción política local tiene su propia idea de cómo enfrentar al Gendarme con Juan Bimba, creando tensiones que eventualmente desembocan en los movimientos de la Lucha Armada. Esta es apoyada por el comodín de Moscú, Fidel Castro, a quien el protagonista de la gestación de aquel periodo democrático en Venezuela, Rómulo Betancourt, aborrece con pasión. Esos odios se transforman en alianzas geopolíticas en el gran ajedrez de terror nuclear caracterizando a la guerra fría.
A partir de 1968 con la invasión a Checoslovaquia, y el creciente número de disidentes desenmascarando el aparato represivo e hipocresía ideológica del régimen de Moscú, decaen las razones de los participantes en la Lucha Armada y comienza el proceso de pacificación y reconciliación en Venezuela. La reivindicación de los desposeídos se vuelca al terreno del debate político, y comienza un proceso de creciente conformismo por las clases dirigentes que, basados en el rentismo petrolero, crean una burbuja económica con gríngolas hacia el creciente descontento generado por las expectativas crecientes de los Juan Bimbas del país ansiosos de participar en el festín, pero sujetos a los vientos del clientelismo político y la justicia desigual
EL DELINCUNTE OBLIGADO: REVOLUCIONARIO
Hugo Chávez aparece en escena con la espada justiciera, fracasa en su primer intento de apoderarse del poder con esa espada, pero le hace juego a las levitas para encumbrarse finalmente en el primer año del nuevo milenio. En su discurso del 4 de febrero del 2000, recién instalado en la presidencia y ante un desfile militar en su honor, transforma el mito del desposeído, del abandonado por la justicia y la sociedad próspera que le rodea. Ahora el Desposeído se convierte en el Delincuente Obligado, con derecho a hacer su propia justicia y ley en contra de la sociedad que lo llevó a su condición. Con derecho a ser un revolucionario en contra de esta sociedad; y en nombre de la revolución actúa. Esta idea no es verdaderamente original de Chávez, ya la vemos en la justificación revolucionaria marxista (o de casi cualquier revolución) e incluso como defensa en tribunales de justicia. Pero Chávez permite que este mito se convierta en base para la transformación social de Venezuela. El Delincuente Obligado es esencialmente Revolucionario.
Transformar al Desposeído en el Delincuente Obligado (revolucionario) inicia la fractura del monopolio de la violencia del estado y crea un ambiente de división social que llevará al país a uno de los periodos mas sangrientos de su historia fuera de sus guerras, pero comparable. Miles de muertos por violencia delictiva en un corto periodo de menos de diez años son evidencia de esta fractura. Las estadísticas que colocan a las ciudades del país entre las mas violentas del mundo son más evidencia contundente. En este ambiento de delincuencia desatada la ecología y selección natural conduce a la formación de bandas cada vez más poderosas, con el “Preso Rematado Asesino Natural” como líder de organizaciones que abarcan territorios y estados, encontrando en el narcotráfico su mejor aliado para hacer el salto transnacional. Debido a que el estado promueve la división social bajo el lema maquiavélico de “divide y vencerás” la eventual (¿u original?) asociación entre miembros del gobierno y estas bandas ocurre también de manera natural. La fractura del monopolio de la violencia del estado se mantiene hoy en día, un cáncer que difícilmente será vencido sin represión efectiva para restaurar la ley. Esa es la trágica cola del mito del Delincuente Obligado, mito fundacional del chavismo que fusiona al Gendarme Necesario con Juan Bimba.
Hugo Chávez, con su desdén ante las instituciones democráticas demostrable desde 1983, con su juramento ante el Samán, hasta su intentona de 1992, se transforma en la persona que los desposeídos pensaban les haría participar en el festín (y que parcialmente pudo hacer durante su bonanza petrolera, legado del aparato productivo de la república que destruyó). Chávez prometía una revolución económica y social que nunca llegó, como toda utopía milenaria. Chávez lo que hizo fue sustituir a las élites, incluso aquellas que oportunísticamente lo apoyaron en su momento y, apoderándose y modificando a su conveniencia los aparatos burocráticos y económicos del país, llevó la corrupción a niveles nunca vistos. Una corrupción gigante, corrosiva y endémica, y que llevará el país a la ruina.
El verdadero legado de Chávez fue convertir al estado en una banda criminal, y crear una macro-burocracia con la mayor corrupción administrativa que haya desfalcado un país. Lástima que muriese joven, porque todavía su estatuilla se puede hallar entre algunos altares de santería en el país, escuchando a alguien recitar el “Chávez Nuestro” (*), en esperanza de que finalmente le cumpla su promesa al desposeído. Ese verdadero legado no lo asocian con él, solamente le rezan a la promesa incumplida.
Los mitos y símbolos que han forjado al país no han sido conducentes al entorno civilizatorio que nos reclamaba la Dra. Rangel con su pregunta. En lo que parece la antesala de un nuevo país, los mitos del gendarme necesario, del desposeído, y del delincuente obligado revolucionario pesan, pero esperemos que los lideres en esta antesala tengan la capacidad que tuvo Chávez de transformar un mito en otro para crear ese nuevo país.
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Presentación de Carlos Rangel en el evento de META MIAMI
Dr. Asdrúbal Aguiar: Mitos que conspiran en contra de la libertad en Venezuela - A propósito del libro de Carlos J. Rangel (enlace próximo a colocar)
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(*) El "Chavez Nuestro"
“Chávez
nuestro que estás en el cielo, en la tierra, en el mar y en nosotros los y las
delegadas,
Santificado sea tu nombre,
Venga nosotros tu legado para llevarlo a los pueblos de aquí y de allá.
Danos hoy tu luz para que nos guíe cada día,
No nos dejes caer en la tentación del capitalismo,
Más líbranos de la maldad, de la oligarquía (como el delito del
contrabando),
Porque de nosotros y nosotras es la Patria, la paz y la vida,
Por los siglos de los siglos amén.
Viva Chávez”.
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