La violencia política es un instrumento cuyo resultado genera resentimientos, incertidumbre e inestabilidad en una nación. El éxito de su aplicación usualmente es temporal o ficticio si no refleja las verdaderas corrientes políticas de la sociedad y, aún si lo hace, sus dolorosas cicatrices perduran durante generaciones. Ante aquellos que piensan que este tipo de solución política es aceptable y efectiva cabe reflexionar al respecto y examinar su aplicación e historia en la Venezuela reciente.
La llamada cuarta república tuvo desviaciones en política económica favorecedoras del mercantilismo proteccionista bajo el llamado “capitalismo de estado”. Estas desviaciones crearon malestar económico entre grandes sectores de la población debido a su consecuente y creciente desigualdad económica y de oportunidades. También generó desconfianza en los líderes y sectores partidistas protegiendo esas desviaciones a favor de sectores económicos cuyo interés, como es natural, era mantener un sistema que los protegía, profundizar mercados cautivos, y desestimular la competencia económica y de ideas. La situación no era aceptable desde el punto de vista de desarrollo social, y generó el llamado “caldo de cultivo” social buscando renovación y cambio. Esta descripción también es apta para lo que ocurre actualmente en Venezuela, con la salvedad de que las grandes fortunas de las élites económicas de hoy están compenetradas profundamente con el partido oficialista mediante un alto grado de corrupción simbiótica y muchas, incluso, son complícitas activa o pasivamente con el crimen organizado transnacional.
La gran diferencia con la década de los 90 es que en aquel entonces había cierta semblanza de democracia perfectible y posibilidad de cambio, y en la actualidad el oficialismo y sus allegados quieren mantener “el mejor de todos los mundos posibles”, como diría Voltaire, para sí (lo cual, a su vez, es la esencia del conservadurismo, sin importar ideologías). Como lo vivirá Candide, el mundo cambia, y comprender la realidad del cambio y renovación permanente es la mejor manera de vivir – y sobrevivir en el mismo. Los que se opusieron al cambio hacia la apertura económica y el liberalismo en Venezuela aprendieron esa lección durante los 90 y subsiguientes; los que se oponen al cambio hacia la apertura económica y el liberalismo hoy en día se enrumban hacia un callejón sin salida, del cual piensan que pueden escaparse mediante la violencia política, las raíces profundas del chavismo.
Tanqueta derriba el portal del palacio presidencial el 4-F, 1992 |
Diosdado Cabello, participante golpista el 4-F, en su programa actual de TV "Con el mazo dando". |
La relación entre la violencia política y el chavismo nace en aquellos montes y lomas de la Lucha Armada y sus miembros, simpatizantes e ideólogos en ciudad y en llano. Muchos de éstos se aglutinarán alrededor del movimiento de Chávez, el MBR200, y luego el MVR. Entre esos aglutinados se encuentra una destacada figura del momento: José Vicente Rangel.[1]
J. V. Rangel |
El pragmatismo de José Vicente Rangel en apoyo a la causa se refleja en su compleja carrera como periodista y escritor, donde válidamente denuncia tortura y corrupción durante la cuarta república, pero la ignora durante la quinta – o ciertamente no es tan contundente. Pero su influencia más fundamental en la actual configuración del régimen autoritario que gobierna el país se origina tras su incorporación al gobierno de Chávez en el 2001 como el primer civil en la historia del país ejerciendo el cargo de Ministro de Defensa Nacional.
El Correo Bolivariano, Julio 1992 |
Desde la
sustitución de organismos intermediarios civiles por organismos supeditados al
régimen, pasando por la creación de milicias y purgas de militares “desleales a
la revolución”, hasta la creación de fuerzas milicianes adscritas al ministerio
de la defensa, la mano de JVR y su admiración y emulación del modelo cubano se
ve claramente, con el propósito de acrecentar y apropiar el poder del estado
para los intereses particulares del régimen. Es decir, destruyendo la
democracia para la acumulación de poder y beneficio personal de las élites
dirigentes mediante la intimidación y la violencia política.
Acto de instalación de las Milicias Bolivarianas, 10 de abril, 2010. |
Estos días de alta incertidumbre acerca del futuro político de Venezuela nos hacen reflexionar acerca de las dinámicas de transición que pueden anticiparse, y la resistencia posible a dicha transición. Sin lugar a duda, el régimen no tiene ningún interés en transición – todavía. El régimen mantiene en su seno individuos de alto poder que ven en esa transición una certera cita con la justicia, y con mucha razón: sus crímenes abarcan desde el narcotráfico hasta la lesa humanidad, sin contar la masiva corrupción que los ha convertido en Cresos modernos entre una empobrecida población. En una transición temen vivir la maldición de Midas: solos, atrapados y encerrados por sus propias riquezas.
A esos individuos
que transformaron al chavismo en instrumento de beneficio personal, en vez de uno
de transformación social, les conviene fomentar y provocar violencia política, sus raíces,
para mantenerse en el poder, suponiendo que sus costos de salida son mayores
que sus costos de permanencia. Buscan crear condiciones para que el proceso desemboque
en violencia, puesto que ese es su medio preferido y en el cual, francamente,
tienen ventaja. Esos individuos le tienen pánico a la ruta electoral, ante la
cual, francamente, están desarmados. Polonia, Sudáfrica, la India, el Sur de
los EE. UU., incluso el mismo Chile, son ejemplos de transición y cambio avenido por la ruta democrática
basada en la no-violencia. Por supuesto que hubo y habrá represión y
dificultades, pero el cambio, una vez que los ciudadanos se deciden por reclamar
y ejercer sus derechos democráticos, es inevitable.
El pueblo
venezolano es esencialmente un pueblo democrático. Como en toda población, hay
alrededor de un 20 a 30% que no lo es (tal vez más entre ciertas élites); una
minoría que prefiere el orden predecible de un autoritarismo de izquierda o de
derecha al desorden impredecible que implica la democracia, con su cacofonía
discordante, caos creativo y renovación constante; un grupo minoritario que prefiere “el mejor de los mundos posibles” estático sobre la incertidumbre del cambio
permanente. Pero entre el 70 al 80% de la población hay una semilla democrática
sembrada a mediados del siglo pasado que permanece y siempre busca florecer.
Este sector de la población intuye que, en un sistema democrático, al existir
renovación, existe oportunidad; y que cuando existe oportunidad existe el
potencial de la libertad, la condición mediante la cual un ser humano puede
desarrollar plenamente su potencial como tal. Esa comprensión intuitiva de la
relación entre democracia y libertad impulsa el cambio, y siempre lo ha hecho
en Venezuela.
[1] Para otra dimensión acerca del proceso y huella histórica de la violencia
política en Venezuela, véase mi discurso
ante el Institute for Interamerican Democracy
presentando mi libro La Venezuela imposible: Crónicas y reflexiones sobre
democracia y libertad (2017).
[2] Por supuesto
Maquiavelo, Hobbes, Nietzsche y hasta Kissinger también mantienen una visión pragmática
para cómo adquirir y mantener la hegemonía política y cultural.
[3] Una reciente disertación doctoral por Deylis Liscano-Sarcos ilustra
este proceso de creación de milicias paraestatales utilizadas por el régimen
para evadir responsabilidades legales en la represión ilegitima de lideres,
movimientos y protestas de “opositores a la revolución”. La
patrimonialización de la seguridad: Círculos Bolivarianos, génesis de la
pérdida del monopolio del uso de la fuerza en Venezuela y su influencia en
América (2001-2003), Liscano-Sarcos, D. (2024)
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