La pregunta esencial acerca de quién es la oposición al régimen ha sido contestada ampliamente por encuestas, la opinión y el “voto a pie” de los ciudadanos venezolanos. Todo indica que la ciudadanía en general está convencida de que el modelo social y económico chavista es un fracaso, se opone a él, y está dispuesta a ensayar la democracia liberal como modelo para transformar a Venezuela en un país que libere su potencial. ¿Será posible que cada venezolano esté dispuesto a asumir su responsabilidad en la promesa del país? La capacidad, poder y voluntad de los ciudadanos para transformar una nación es indiscutible, porque es en la ciudadanía que reside la soberanía y el estado.
La lacra del autoritarismo se mantiene como pecado original en Venezuela. Muchos “líderes democráticos” opositores mantienen esa toxina en sus venas, no solo por la ambición política necesaria para tener la voluntad de conducir los destinos de un país, sino como tendencia intrínseca de nuestra clase política, indistintamente de su origen social. “El pueblo”, como lo quieren llamar los aspirantes a populistas autócratas, o “la ciudadanía”, como la califican los demócratas, ha demostrado ampliamente que ansía la libertad. El control represivo y/o económico impuesto por élites ha sido rechazado, como lo indican las dos instancias señaladas anteriormente. El ansia de libertad, esa capacidad de tomar decisiones propias está hasta en el refranero popular: “¡Más abajo pisó Bolívar!”. Los gobernantes ciegos a esa ansia de libertad usaran sus poderes cada vez más para reprimirla soterrada o abiertamente. Esa no es manera eficiente de gobernar un país o conducirlo a la prosperidad.
Se avecina
una tormenta. La élite del régimen autocrático mercantilista criminal hará todo
lo posible por mantenerse en el poder y mantenerse impune, desde el uso de falsa
oposición hasta medidas coercitivas de toda índole y, por supuesto, saboteo, artimañas y
fraude electoral. La unidad de la fuerza ciudadana que apenas se asoma ahora es lo único que
puede arremeter contra esas iniquidades. Líderes que canalicen y multipliquen esta fuerza son
indispensables para lograr el cambio de rumbo que le hace falta al país para
encaminarlo hacia una democracia justa, participativa, próspera y libre. Las
elecciones, tanto primarias como presidenciales, son apenas catalizadoras de la
fuerza ciudadana que logrará el cambio, y la transición no se anticipa que sea pacífica.
Es aquí que el diablo se cuela con su tentación de ese gusanillo de control autoritario
por acumulación del poder bajo cualquier signo ideológico. Un líder democrático que represente
la voluntad ciudadana puede hacer papel de “redentor”, ungirse con el gran
poder del soberano, y caer en esa tentación.
En una
democracia la ciudadanía le delega al gobierno la administración de la
soberanía y el estado. En una autocracia, los “gobernantes” usurpan la
soberanía y administran el estado para provecho propio. En una entrevista extensa
que me hicieron para una revista liberal brasilera (Crusoe) a principios del
2021, toco parcialmente este tema. Enfocado sobre la tendencia de lideres
populistas de malinterpretar su arrastre y carisma, respondo ante una
pregunta sobre AMLO por su reclamación al rey de España exigiendo una disculpa por la conquista
de la siguiente manera:
“…En cuanto a si el pueblo mexicano piensa
igual que AMLO, no tengo manera de saberlo pero, a decir verdad, no importa si
piensa igual o no. AMLO usa el agravio histórico para tratar de encender
emociones y nublar la razón de suficiente gente como para transformarlas en “el
pueblo”—el objetivo del populista. El populista no quiere que existan
ciudadanos utilizando la razón para participar activamente en sociedad y
exigirle al gobierno actuar de manera responsable. El populista quiere
convertir a ciudadanos en “pueblo” manipulable por la emoción que él o ella genera
para concentrar el poder. En corolario equivalente al del Rey Sol, Luis XIV, a
quien se le atribuye haber dicho “el estado soy yo”, el populista se proclama
como el pueblo mismo. Tanto AMLO como Chávez declararon haber perdido su
identidad y pertenecer al pueblo –“ya no me pertenezco, le pertenezco al
pueblo”— es decir “el pueblo soy yo”. Por lo tanto, y por la ley transitiva de
las matemáticas, la voluntad del populista es la voluntad del pueblo y el
bienestar y recompensa del populista es el bienestar y recompensa del pueblo.
Y, ¡Que alguien se atreva a decir lo contrario!”
En un modelo
ideal del estado democrático son los ciudadanos los que óptimamente controlan los destinos
de un país. Los líderes son representantes transitorios de la voluntad
ciudadana. Es fácil para un líder democrático (o uno ocultamente autoritario, electo democráticamente) dejarse cegar por esa voluntad
ciudadana y creerse ese “redentor”, potenciando agravios y usurpando el poder
del soberano: “Le pertenezco al pueblo; el pueblo soy yo,” y tantas otras
variantes. El verdadero demócrata reconoce su transitoriedad, la soberanía en
los ciudadanos y la independencia de las instituciones. El protagonista en la
transición hacia la democracia en Venezuela es su ciudadanía empoderada. No es ningún nombre liderando transitoriamente las encuestas. El líder opositor que no entienda eso, es un líder populista,
no un conciudadano. El líder opositor que no entienda eso, ha quitado la mira
del objetivo. El líder opositor que no entienda eso, confusamente piensa haber
personificado la oposición y amenaza la unidad necesaria para lograr el
objetivo de restaurar la democracia y la libertad.
Existe una
gran ansia ciudadana que busca cambiar el país y potenciarlo como una tierra
de oportunidad, crecimiento, seguridad y familia. Un país en el cual se quiera
vivir, no un país del cual se quiera salir. Un país donde existan opciones,
oportunidades y libertad de decidir. La
responsabilidad asumida de canalizar esas ansias hacia la democracia liberal como
mejor modelo de país, es muy grave y nada envidiable, y esa responsabilidad la
han asumido ciertos lideres que buscan, algunos sinceramente, otros pareciera
que no tanto, mejorar la condición de todos los ciudadanos del país. Pero el
protagonismo necesario para impulsar esa mejora no vendrá de ningún líder. Son
los ciudadanos.
¿Quién es
la oposición? Los ciudadanos, señor.
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