Presentación el 1 de abril del 2023 con ocasión de un homenaje a Carlos Alberto Montaner efectuado por la Fundación Club de la Libertad, en Buenos Aires, Argentina.
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Hola a todos y buenas tardes, gracias por participar en este evento. Muchas gracias Ricardo por ese excelente vistazo a la vida de Montaner. Agradezco profundamente a la Fundación Club de la Libertad en Buenos Aires, Argentina, a Alberto Medina Méndez, su presidente, a nuestro moderador, Ariel, y a los coorganizadores de este evento, la Fundación Internacional Bases, la Fundación Cívico Republicana, la Cátedra Alberdi, la Fundación Liberar, y la Asociación Civil Río Paraná, por haberme invitado a participar como ponente en este homenaje a una persona admirable, luchador incansable por la democracia de su país, en el hemisferio y el mundo. Una mente que distingue cuando se asoman el populismo o el autoritarismo disfrazados en ropaje democrático.
Tengo el placer de
conocer a Carlos Alberto Montaner personalmente. No quiero exagerar, no es que salgamos
frecuentemente a comer o algo así, pero en múltiples encuentros y a través de
correspondencias hemos interactuado, además de conversar sobre un par de mis ensayos
que fueron de su especial interés. Sus palabras relativas a mi ensayo sobre las falacias en el pensamiento de Heinz Dietrich, y sobre mi nueva introducción a la obra clave de mi padre, Del buen salvaje al buen revolucionario, fueren especialmente alentadoras. Me honra el Club de la Libertad con su
invitación para el homenaje a esta importante figura del liberalismo.
Quisiera hablar hoy acerca de Montaner y su concepción de
la libertad. Otros expositores han hablado y hablarán acerca de la vida de
Montaner y disculpen si repito algo, pero necesito para mis propósitos decir
que a los catorce o quince años, en su isla natal, Montaner reconoce que vive
en dictadura. Las condiciones en la Cuba bajo Fulgencio Batista eran limitantes
y coartaban las opciones de futuro en la isla por lo cual Montaner, como muchos
otros, simpatizó e incluso se unió como pudo con aquellos “barbudos del monte”
que prometían acabar con eso y cambiarlo todo. Dedicó energías a la causa y
sintió alivio cuando Batista salió hacia su exilio dorado buscando refugio con otros miembros
de ese “club” de tiranos, primero con Trujillo, en la República Dominicana, y después con Salazar, en Portugal. Pero cuando Fidel y el Che desatan su ideal de renovación
y cambio, buscando construir al “hombre nuevo” con las cenizas del viejo, rápidamente
Montaner se opuso a ese ideal. Y eso no fue por haber estudiado liberalismo o
dogmas filosóficos a su edad, sino porque encontraba las razones ante sus propias narices:
represión, complicidad, arbitrariedad, terror; una “vida nueva” mil veces peor
que la sufrida bajo Batista por tener una supuesta legitimidad ideológica, en
vez de ser simplemente un régimen descaradamente plutocrático. Su oposición a
la visión prometida por los barbudos lo puso preso a los 17 años, en una cárcel
llena de niños compartiendo historias de padres fusilados y familias quebradas.
De esa manera su noción de libertad se forja tempranamente. Decide y logra escapar de la cárcel, llega a los Estados Unidos para reencontrase con su familia, y hasta ahora no ha vuelto a su tierra natal, pero no por eso ha dejado de ser cubano. Es aquí que se debe resaltar que, más allá de su lucha permanente en contra de la tiranía azotando su patria natal, y obviamente motivado por ella, Montaner ha conducido investigaciones acerca de las causas y palabras que mantienen a la región en un estado de mercantilismo medieval con caudillos feudales rotándose el poder. Se destacan en particular en este área de interés de Montaner sus libros, Manual del perfecto idiota latinoamericano, y Los latinoamericanos y la cultura occidental. Entre esas palabras investigadas encontramos el equívoco y escurridizo concepto de la palabra libertad, la cual hoy nos junta.
Vemos con frecuencia grandes manifestaciones,
particularmente en América Latina, con gritos clamando por libertad. El himno
nacional de mi país, Venezuela, con su letra escrita en 1810, incluye el verso
“y el pobre en su choza, libertad pidió”. Por supuesto, el lema de la
revolución francesa incluye esta reivindicación. La libertad tiene amplias
variantes, pero se puede estipular que la acepción más simple y común es que
uno está libre mientras no está preso.
Pero esta condición simple obviamente no es suficiente.
Estar preso no es la única situación bajo la cual no existe libertad, pregúntenselo
si no a ese pobre en su choza. El argumento de mucho dictador hoy en día es que
existe libertad bajo su autoridad puesto que esas turbas no pudiesen salir a la
calle alterando el orden público si no fuera así. Pero, la realidad es que se puede argumentar
que hay personas que dentro de una cárcel están más libres que otros caminando
por estas calles de Dios. No recuerdo bien si es apócrifa o auténtica la anécdota
del notorio déspota argentino, Juan Manuel Rosas, de mediados del S. XIX; esa anécdota
que relata que todos los meses apresaba unos 50 ciudadanos al azar para
soltarlos un mes más tarde, sólo para demostrar su poder. Ese no era un pueblo
libre. La puerta giratoria periódica en Venezuela es de alrededor de 100 presos
políticos, del total de unos 300 en cualquier momento. Ese no es un pueblo libre.
Montaner ayuda a clarificar el sentido moderno de lo que
es la libertad. Para él la libertad individual es el control propio sobre las
decisiones. En sus propias palabras: “Es la facultad que tenemos para tomar
decisiones basadas en nuestras creencias, convicciones e intereses individuales
sin coacciones exteriores”. La pérdida
de la libertad se identifica cuando: “el estado decide dónde vas a trabajar,
cuanto vas a ganar, qué vas a estudiar, que vas a leer, que es conveniente que
tú creas o que es conveniente que tú rechaces; llega al extremo del estado
decidir sobre tu corazón y a decirte ‘ustedes no pueden tratar a sus parientes
desafectos al régimen’”.
Esta definición de Montaner visualiza las vías hacia la pérdida
de la libertad y todas conducen a una meta común: el estado como un gigante y
poderoso monopolio. La libertad que nos define Montaner es un antídoto a ese
poder del estado. Su lista acerca de la pérdida de la libertad es esclarecedora:
si el estado controla todas las oportunidades de trabajo, obviamente decide
donde trabajas y cuánto ganas; si el estado controla la educación, decide quién
estudia y qué es lo que estudia; si el estado controla la información, decide quiénes
son los buenos y quiénes son los villanos; y si el estado tiene tanto poder, lo
mejor para uno es ser amigo del estado y denunciar a quién no lo sea, así sea esa
persona familia de uno. Esta condición,
este Mundo Feliz de Aldous Huxley donde al individuo se le ha limitado o quitado la capacidad de decidir, no es ficción. Lamentablemente esta
situación extrema se vive hoy día en Cuba, se vive en Venezuela, en Nicaragua; existe
en Irán y en Rusia; en Corea del Norte.
Hay una observación importante que hacer sobre esta lista
de países que acabo de mencionar. No solamente son los regímenes llamados de
izquierda los que destruyen la libertad. Montaner nos recalca que sus denuncias
se refieren a regímenes autoritarios. La amenaza a la libertad no viene
solamente de la izquierda, sino también de la derecha. La dicotomía no es entre
ideologías sino entre formas de gobierno: la democracia y el autoritarismo. Carlos
Rangel, su gran amigo, detalla en El Tercermundismo, su libro más
profundo sobre el tema, las tácticas del imperialismo soviético alentando
autoritarismos, ahora un legado toxico en el mundo. Es por este legado tóxico que
hay mayor aceptación de gobiernos autocráticos con ropaje izquierdista entre la
comunidad de las naciones y entre las elites imbuidas de falsa intelectualidad,
que con gobiernos opuestos a esa ideología; y es por ese legado que pululan, como
zombis de la guerra fría, autócratas que se auto-declaran “revolucionarios izquierdistas”.
Montaner está en el bando de aquellos que perciben la
libertad definida por el individuo, más que por las condiciones externas al individuo.
Al centrarse más sobre el individuo que en el utilitarismo, Montaner nos
permite ampliar el concepto de libertad. Su definición es así una denuncia
contra personas y gobiernos acomodaticios que con la excusa de Realpolitik
negocian con regímenes autoritarios para tener acceso a recursos naturales,
bellas playas, mano de obra barata o peor, simple complicidad. Pero más allá de
eso, la definición de Montaner nos hace ponderar los límites que aceptamos a
nuestra capacidad de decisión. En su más reciente libro, Sin ir más lejos,
que prefacia como su último, nos dice que él esperaba retornar a Cuba; a una
Cuba libre del régimen que ha llevado esa isla a la ruina. Nos dice que piensa
que eso ya no será posible en lo que le queda de vida. Conozco personas que
dicen o les ha ocurrido lo mismo con Venezuela. La reunificación alemana
nos hizo ver las cadenas que no solo los que vivían en Alemania Oriental
cargaban, sino también las de sus hermanos en Alemania Occidental. Es una liberación
que anhelan también los Coreanos del Sur. Los regímenes autoritarios exportan
su represión de la libertad a los corazones de todos aquellos que se han escapado.
Montaner no puede decidir libremente ir a Cuba. Sabemos sin duda lo que le sucedería
si lo hiciera. Las garras de la represión del autoritarismo se extienden y hacen
sufrir a millones. Lo vemos con el régimen cubano, con el Chile de Pinochet, la
Rusia de Putin, con el régimen iraní, y con todo gobierno cuya meta es la
acumulación y permanencia en el poder a toda costa.
Pero ¿por qué es importante la libertad, a fin de cuentas?
Esta no es una pregunta capciosa, sino importante. En su discurso de
aceptación del IV Premio Juan de Mariana en el 2010, Montaner asocia la
libertad a la dignidad humana citando la definición del cubano José Martí, quien
afirma que la "libertad es el derecho que todo hombre tiene a
ser honrado, y a pensar y hablar sin hipocresía". Montaner
nos dice que “Las tiranías nos arrebatan el derecho a ser honrados cuando
nos obligan a aplaudir lo que detestamos o a rechazar lo que secretamente
admiramos...” creando así lo que él llama “una incómoda disonancia
psicológica,” y una conducta hipócrita que “hiere al que la practica y
repugna al que la sufre.” La libertad exalta la dignidad humana, esa condición
interna al individuo.
Vale la pena citar algo más de ese discurso, donde nos clarifica
el propósito más utilitario de la libertad con base en esa condición interna.
Relata Montaner “Cuando el socialista español Fernando de los Ríos preguntó a
Lenin cuándo iba a instaurar un régimen de libertades en la naciente URSS, el
bolchevique le respondió con una pregunta cargada de cinismo: ‘Libertad, ¿para
qué?’. Sigue entonces Montaner:
La respuesta es múltiple: libertad para investigar, para generar riquezas, para
buscar la felicidad, para reafirmar el ego individual en medio de la marea
humana, tareas todas que dependen de nuestra capacidad de tomar decisiones. La
historia de Occidente es la de sociedades que han ido ampliando progresivamente
el ámbito de las personas libres. Poco a poco arrancaron a los monarcas y a las
oligarquías religiosas y económicas las facultades exclusivas que tenían de
decidir en nombre del conjunto. Los pobres y los extranjeros alcanzaron sus
derechos. Lo mismo sucedió con las razas consideradas inferiores, con las
mujeres, con las personas marginadas por sus preferencias sexuales. La esclavitud,
finalmente, fue erradicada.”
Montaner, a lo largo de su obra, nos ofrece esa idea
sencilla en múltiples facetas: la libertad genera prosperidad. Esto no es una
propuesta o postulado hipotético, es una realidad concreta. Los países que tienen
los más altos índices de libertad en el ranking del Freedom House, están correlacionados
positivamente con el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, ese índice
que combina el PIB, mortalidad, salud, educación, seguridad, etc., para cuantificar
el bienestar de una sociedad. Objetivamente,
esta es la realidad: la libertad es el mejor vehículo para el bienestar y la prosperidad
social.
Carlos Alberto Montaner tiene la desgracia de ser una de esas
personas que piensan. Eso, y su aguda perspicacia, lo ha condenado a tener que
denunciar las grandes idioteces que utilizan sátrapas de toda estirpe para
justificar lo injustificable. Lo injustificable que arruina vidas, pueblos y
naciones cuando claramente la historia nos ofrece la oportunidad de observar
infinidad de opciones políticas y sus consecuencias que, con algo de empatía
y sentido común, sirven para modelar sociedades con mayor prosperidad y bienestar. Estas denuncias de Montaner son centradas en una
idea que le fue inculcada desde temprana edad: la libertad, vivida como una
decisión.
Muchas
gracias.
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