El 18 de diciembre presenciamos un gran espectáculo: la final del mundial de fútbol. Confieso que desde el comienzo del torneo pensaba que Francia iba a llegar a la final y posiblemente Argentina o Brasil sería su contrincante. Argentina ganó en un juego extraordinario, y merecidamente. El equipo argentino ganó combinando en una nueva manera y moderna el jogo bonito con el que asombraba al mundo la selección brasileña en décadas pasadas. El equipo francés defendía gallardamente su territorio y logró algunos contragolpes. Su jugador estrella, un jugador fenomenal, metió los tres goles que le dieron el empate a Francia para llevar el juego a penales y un cuarto gol durante esa ronda. Mbappé ganó el balón de oro por ser el jugador que más goles metió durante la Copa, pero el equipo ganador no fue el suyo, Francia. El equipo que a duras penas ganó fue el que se apoyó y combinó con todos sus jugadores en todo el campo, y fue así que se llevó el Trofeo a los estantes de su casa en Argentina.
No quiero minimizar
los esfuerzos fenomenales de Francia y su destreza en el campo, pero cualquiera
viendo el juego, podía ver claramente que Argentina dominaba el terreno con su
juego en equipo. Esa es una estrategia ganadora, pero insuficiente. El oponente
no se doblega porque sí, y hay que mantener a toda costa la presión táctica. Recuerdo que en mi infancia, en mi colegio, en el equipo de futbol de la clase, habían (¿habíamos?)
quienes querían ser la estrella del equipo, el que patea el gol de la
victoria. Pasar el balón era desviar la atención y darle oportunidad a otro,
cosa impensable. Esa era la estrategia de un equipo perdedor.
El 22 de diciembre vimos un desalentador espectáculo: miembros de la oposición en Venezuela haciendo un juego anti-estratégico para la campaña presidencial en ciernes. Ya está acordada una estrategia ganadora clara y a la vista para restaurar la democracia en Venezuela. Una estrategia incluso aprobada por la mayoría (incluyendo esos tres partidos) si no todos los opositores a la coalición político-militar que detenta el poder autocrático en Venezuela: el compromiso de apoyar un candidato único seleccionado mediante un proceso de primarias, y de lograr una participación electoral masiva.
Pero ese 22 de
diciembre saltaron miembros de la oposición planteando desautorizar el
interinato. Proponen utilizar una autonombrada
comisión delegada (Administrativa) de la Asamblea-2015 para ejercer un poder
ejecutivo encargado. Muchas mentes legales, especialistas
de derecho constitucional e incluso miembros
eméritos de las dirigencias de los partidos planteando esa desautorización, han expuesto sus razones para
declarar esta iniciativa un exabrupto jurídico, un acto anticonstitucional, una
torpeza política y una acción arbitraria. Incluso agencias internacionales
indican su aprehensión legal al respecto por la percepción de inconstitucionalidad
de la propuesta. A todas luces parece un contrasentido. Salvo que sea para tomar posesión del balón y
querer meter el gol por su cuenta.
Es innegable que
el gobierno de transición ha tenido dificultades administrativas y que incluso parece
haber quienes aprovecharon la coyuntura para provecho propio acobijados por
poca transparencia, como han hecho muchos de todos los colores por existir una gran
corrupción estructural del estado que debe ser subsanada. Pero la responsabilidad
directa no recae solamente sobre el presidente encargado, quien a duras penas
puede establecer y controlar órganos administrativos sin la autorización de la
Asamblea, por estar así establecido en el reglamente de transición (Art. 14 y
15). La defensa de los activos venezolanos en el exterior ha sido debilitada
por la inacción de la Asamblea-2015. Ahora, en un afán de pretensión de debilitar
o eliminar un posible contrincante de otro partido en las primarias, un cogollito
grupúsculo de tres partidos con ambiciones cómplices pretende eliminar la mayor
herramienta de presión que tiene la oposición para presionar al régimen a
convocar elecciones. Quieren eliminar el mejor instrumento que tiene en este
momento el país para canalizar la transición política y salir del régimen. Quieren
ser la estrella del campeonato, pero un equipo dividido no se llevará el trofeo.
La Asamblea-2015, las elecciones para la gobernación de Barinas, incluso las elecciones robadas para la gobernación del Estado Bolívar y las presidenciales del 2013 demuestran que la manera más efectiva de combatir el fraude es mediante la participación ciudadana activa y masiva en las elecciones: hay que ganar con margen a prueba de fraude. El juego político en manos de esas cuatro personas que quieren ser candidato, pero que al parecer no les interesa restaurar la democracia, es el tipo de juego que suprime votos y reduce interés; el tipo de maniobra política por la cual 7 millones de venezolanos han tirado la toalla y salido del país: ven una condición irremediable. Todas las redes sociales que llevan el pulso del ánimo de los venezolanos tanto en el país como en exterior están abrumadoramente de acuerdo en que se mantenga el interinato como organismo institucional que conduzca a la transición – a pesar de reconocer que han habido deficiencias administrativas. Expertos legales y políticos ratifican ese sentir de la ciudadanía. Pero el experto que más se ha entusiasmado con poner fin al interinato es uno que está claro en lo que significa para la continuidad o no del régimen: Jorge Rodríguez.
Todavía hay
tiempo de que este nuevo golpe contra la constitución y la república, porque
así se deriva de la opinión de los expertos en la materia, no ocurra. Si hay
capacidad de reflexión durante las fechas navideñas, esperemos que aunque sea uno de los artífices
de este golpe recapacite y busque reagrupar la estrategia ganadora que restaure la democracia en Venezuela; convertir ese jogo sucio en un jogo bonito. Esa, a fin de cuentas, es la meta, el objetivo, y el verdadero gol de la victoria en este proceso.
Las contiendas democráticas vendrán después.
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