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domingo, 10 de diciembre de 2017

DIÁSPORA vs. EXILIO vs. EMIGRACIÓN.

El término diáspora originalmente describe al pueblo judío, errante y sin patria durante miles de años. En el vocabulario moderno se utiliza para describir una gran población de emigrados de cualquier país, pero su acepción original de gente sin territorio, en búsqueda de una patria, genera una gran reflexión. Mucho se habla de la diáspora venezolana, los ya 3 millones de emigrados alrededor del mundo, una mezcla de refugiados económicos, políticos y culturales buscando vida en otras tierras. Pero la acepción diáspora de gente sin patria no aplica a la mayoría de este grupo de personas; estipulemos entonces exiliados para definirlos globalmente.
Los exiliados venezolanos sienten que sí tienen una patria, un territorio definido que frecuentemente asocian con hitos geográficos como el Ávila, la Gran Sabana, el Lago de Maracaibo, el Pico Bolívar, los Médanos de Coro o, incluso, el territorio en reclamación de la Guayana Esequiba. La patria perdida es la que ofrecía una percepción de oportunidad y desarrollo, de seguridad y de familia, de confianza en que el futuro sería mejor que el presente. Una nación con promesa de futuro.

La condición económica.

La condición económica ha impulsado a muchos pueblos a la emigración. Famoso es el caso de Irlanda, que generó una gran emigración hacia los EE.UU. a mediados del siglo XIX. La colonia irlandesa en los EE.UU. mantuvo raíces con su madre patria y el resentimiento contra los causantes de la Gran Muerte, razón originaria de la emigración (los ingleses), financiando eventualmente terrorismo en Irlanda del Norte. La emigración de italianos, españoles y portugueses hacia Venezuela a mediados del siglo pasado se origina en las condiciones económicas de sus respectivos países de origen al finalizar la segunda guerra mundial. Las oleadas de inmigrantes legales e ilegales hacia los EE.UU. desde México, Centroamérica y el caribe son fundamentalmente originadas por la condición económica. En todos estos casos, el denominador común es el emigrante como desplazado económico en su país de origen, típicamente joven y frecuentemente enviando remesas de vuelta a su familia, aliviando de esa manera la situación económica de los que allí quedaron.
Desde el año 2012, con cifras debatibles de origen[1], el PIB de Venezuela ha disminuido notablemente. Son dieciséis trimestres del 2012 al 2016 en disminución, y se estima que el 2017 también será menor que el 2016. La definición económica de recesión es dos trimestres consecutivos con disminución del PIB. No hay definición similar para depresión económica, pero veinte trimestres consecutivos fácilmente puede categorizarse como tal. Es aquí que se rompe la promesa de futuro.
La solución que pretende el régimen a la crisis económica es extraordinariamente utópica y contradictoria a toda lógica económica real. Mientras espera en el “Dios proveerá” con su esperanza de que aumente el precio del petróleo, el colapso de la producción y la liquidación de activos presentes y futuros hunde al país aún más. No habrá repunte posible en los precios del petróleo que compense la destrucción de la capacidad productiva de PDVSA.
La política monetaria está eliminando el bolívar como medio de transacción y el régimen está sustituyéndolo por transacciones con el Carnet de la Patria, cumpliendo así uno de los objetivos de las propuestas de Dieterich Steffan[2] (y Marx): eliminar el dinero. Con su reciente propuesta de la cripto-moneda “petro”, el régimen demuestra su desconocimiento de la base liberal del auge de dichas monedas, la independencia y autonomía de las mismas de autoridad central y, por supuesto, la propia constitución que prohíbe enajenar los recursos naturales el país. Pero lo cierto es que la propuesta del “petro” no es la creación de una cripto-moneda gubernamental (un contrasentido conceptual) sino un paso más hacia la eliminación del dinero en manos de individuos para transformar las transacciones en un intercambio digital controlado por el gobierno. Un corolario del Carnet de la Patria.
El empeño enfermizo de persistir y profundizar políticas económicas y sociales que arrojan irrevocablemente los mismos resultados de miseria cada vez mayor es clínicamente irracional. Las consecuencias sobre el país impactan todos los sectores sociales y han llevado de fuga de cerebros a crisis humanitaria regional. La ONG Cáritas reportó[3] en septiembre de 2017 un nivel de crisis en la desnutrición infantil en el país. Las inferencias del informe arrojan amenaza de muerte inminente por desnutrición a 300.000 niños menores de 5 años, y un grave deterioro en el desarrollo físico y cognitivo futuro en todos los niños en Venezuela.  En la perversión más grave de la culpabilidad escurrida por el régimen, madres han sido enjuiciadas después de llevar a sus hijos a clínicas en condiciones de desnutrición grave y muerte, acusadas de abuso a menores. Las muertes diarias y las taras físicas y mentales a largo plazo debido a desnutrición y escasez de medicinas son imputables directamente al régimen y su represión económica.

La condición política.

La represión política es brutal y se manifiesta en el gran número de presos políticos encarcelados en rotación o con orden de presentación y libertad condicional; y los asesinados. Contra las protestas cívicas, herramienta fundamental del pueblo soberano en regímenes democráticos, la dictadura lanza medidas desproporcionales, utilizando armas de guerra, fuerzas milicianas y alimentando el sectarismo. Esta represión ha llevado a innumerables personas a abandonar el país, algunos escapando, otros antes de ser obligados o apresados.
El exilio político puede ser voluntario o forzado. Es notorio el caso histórico de Jóvito Villalba, líder del partido ganador de las elecciones a la Asamblea Constituyente de 1952 y expulsado del país por el dictador Marcos Pérez Jiménez a los pocos días de esa victoria. Muchos dirigentes políticos e intelectuales públicos no han sido forzados a un avión o un barco, o evadido alcabalas hasta la frontera; simplemente se han ido a tierras extranjeras a practicar su oficio u otro nuevo, con la esperanza de que si cambia la condición del país, podrán retornar a contribuir a su desarrollo.
En contraste con el exilio económico, el exilio político se caracteriza por ser más activista. En este grupo se encuentran los llamados “guerreros del teclado”, tanto en el territorio como en el extranjero, exacerbando y alentando posiciones maniqueas. La capacidad de influencia de éstos en el país es limitada, debido a las limitaciones de difusión inherentes a los medios electrónicos y el control de la información por el régimen. A su conveniencia, el régimen utiliza opiniones de estos “guerreros” para argumentar y proponer medidas represivas, tales como la “Ley contra el Odio”, y tomar medidas de represión judicial, apresando y soltando para someter al terror la libre expresión de ideas.
Este grupo además incluye activistas de alto perfil con pasado político y enfrentados al régimen. Entre éstos se incluye todo el espectro, desde chavistas-en-desgracia hasta representantes del llamado neo-liberalismo: el pluralismo esperado de una democracia. Los más destacados (en todo ese espectro) han hecho meritorias campañas internacionales que han logrado el objetivo de desenmascarar al régimen como una tiranía corrupta, basada en fraudes electorales y asociado con elementos criminales transnacionales. Todos aportan.
Como porcentaje sobre los emigrados, el número de exiliados políticos de alto perfil no es alto, pero su influencia sobre el gran exilio es grande. Han apropiado un liderazgo considerable y, en caso de haber una transición democrática en Venezuela, estos deberán ser incluidos en la misma para aportar credibilidad a dicha transición y crear incentivos al retorno del exilio para gran cantidad de compatriotas.

La condición cultural

Un sector del exilio se define por su sentido de alienación social y cultural que ha desarrollado por los cambios ocurridos en su patria de origen. La condición de creciente “pureza” ideológica totalitaria en Venezuela contrasta con la de una sociedad que permite florecer e intercambiar diversidad de iniciativas, ideas y opiniones abiertamente, condición conducente a la creatividad intelectual, artística y empresarial— y característica fundamental del liberalismo.
Ese coartar de la creatividad aliena individuos y los impulsa a buscar oportunidades en otros países. Este impulso es el que los hace crear vida y patria lejos de su tierra y eventualmente perder por esa alienación la patria de origen, convertidos en verdaderos miembros de una diáspora, gente en búsqueda de una nueva patria. Aquella patria que conocieron ya no existe y aun cuando visiten el territorio, el país en el que nacieron y crecieron ya no existe más, ya no tienen hogar allí –o al menos así lo perciben.
Pero sí tienen raíces. El profesional que se va a buscar fortuna en otras tierras no es exclusivo de regímenes totalitarios y las anécdotas son tantas que las hay hasta en la Biblia. Cuando el talento y la iniciativa personal impulsan al individuo a buscar otros territorios para desplegar sus capacidades esto no significa que abandona sus raíces. La diferencia entre el hijo pródigo y el exilado ocurre cuando el deterioro en la tierra natal es tal que le resulta imposible regresar y mantener las oportunidades, carrera y vida hecha en aquella tierra lejana. En ese momento, el ido pasa a ser sobreviviente y, para muchos del territorio, fugado.
El síndrome del sobreviviente puede generar gran sentimiento de culpa entre los exiliados. En las redes sociales son cuestionados cuando comparten felicidades pasajeras o éxitos materiales. En el lado negativo, esto puede conducir a una radicalización entre algunos miembros de este grupo, manifestado en exilios pasados como el irlandés y el cubano, apoyando materialmente a grupos de oposición violenta al gobierno. En el lado positivo, algunos miembros individual o conjuntamente toman acciones de ayuda y apoyo material y logístico para aliviar índices de escasez alimentaria, sanitaria y educativa en el país.
  


El dolor de exilio (redux)

“Se va acercando al diez por ciento la población venezolana que vive en el exilio, en muchos casos familias encabezadas o incluyendo profesionales,  universitarios y técnicos de alto nivel. Un verdadero desangre de cerebros. Un despilfarro de recursos que no es cuantificable y es mucho mayor que esos miles de millones embolsillados en el bochinche de la corrupción. Una pérdida para el país tanto por la inversión educativa en esos cerebros como por su potencial de aporte a la productividad futura del país
Los exilados sobreviven. Algunos ejercen su profesión original, otros pasaron de ingenieros diseñadores a técnicos de mantenimiento, de veterinarios a vendedores, de ejecutivos a panaderos. Todos enriquecen su entorno culturalmente y prosperan en ambientes que favorecen el esfuerzo bien intencionado del que quiere trabajar para ganarse la vida de manera honesta. Todos haciendo nueva patria en tierra extranjera, todos añorando la vieja patria y la familia perdida.”

Esas palabras escritas a principios del 2015, bajo el mismo aparte que titula este, se incluyen en el libro “La Venezuela imposible” y se mantienen más vigentes que nunca. Se acelera el exilio, voluntario y forzado, de una población con voluntades, metas y opiniones diversas, pero unidas en el dolor de ver su patria de origen sumida en la miseria. Cada miembro del exilio se pregunta permanentemente a sí mismo, “¿qué puedo hacer?” para aliviar de alguna manera esa miseria, que siente directamente con sus familiares y colectivamente con el país. Los venezolanos que se mantienen en el territorio pueden responder esa pregunta manteniendo los brazos abiertos a ese gran activo acumulado alrededor del planeta.
 Carlos J. Rangel - autor de "La Venezuela imposible".



[1] Para una discusión sobre el PIB medido bajo el chavismo, véase “La Venezuela imposible”, ensayo 10.
[2] Heinz Dieterich Steffan: “El Socialismo del  S. XXI”.
[3] Boletín CARITAS Abril-Agosto 2017: “Monitoreo de la situación nutricional en niños menores de 5 años”. 

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