Ante el desespero por la dureza de la dictadura enquistada en el
poder, hay cada vez más llamados a una intervención militar internacional en
Venezuela. Los llamados suenan razonables: la asimetría en el poder de fuego,
el gobierno usurpado por delincuentes sanguinarios, la ocupación por agentes
extranjeros de la peor calaña—cubanos, sirios, iraníes, etc., y la destrucción
existente generalizada con necesidad de soluciones inmediatas y contundentes.
Los escenarios varían desde una operación quirúrgica,
liderada por una élite táctica (se menciona algo como la operación Bin Laden,
por el Seal Six Team de los EE.UU., pero ejecutando algo similar a la
eliminación coreografiada de los rivales de Michael Corleone en “El Padrino”);
algo un poco más amplio, como un ataque por drones a los centros del poder del
régimen; o una intervención/invasión multinacional compuesta por fuerzas
latinoamericanas, europeas y, mayoritariamente, de los EE.UU.
No solamente son poco realistas todos estos escenarios
por muchas razones, pero aun en el supuesto negado de que pudiesen ocurrir, se
sabría cómo comienzan, pero no como terminan. Se presenta el ejemplo del caso de
Panamá como el de una intervención limitada y exitosa, sin tomar en cuenta las
grandes diferencias tanto de la geopolítica actual como de la logística
territorial y militar. La situación en Venezuela es mucho más parecida a la del
Irak de Hussein, que al Panamá de Noriega.
Venezuela es una pieza geopolítica de gran importancia
que ha sido ignorada por su gran vecino del norte—que a fin de cuentas
considera a Latinoamérica como un patio trasero que no se va a mudar. Es
cierto, hay grandes desaciertos históricos en las relaciones multilaterales del
continente y eso ha traído como consecuencia lo que está ocurriendo en
Venezuela sin lugar a duda. Pero pensar que como un Deus ex Machina una intervención militar liderada por ese buen
vecino va a resolver los problemas del país es una quimera. Los intereses
chinos, rusos y de Cuba son demasiado profundos para suponer que estas
potencias y aquel país se quedarán quietos, sentados y apacibles ante dicha
intervención.
Y eso sin contar con el hecho de que dicha
intervención produciría un clivaje ideológico de tal magnitud que la oposición
política desaparecería y solo habría bandas armadas, “nacionalistas” e
“independentistas” (o alguna otra etiqueta convenientemente patriótica), acusándose mutuamente
de traición a la patria y justificando así asesinatos en masa—guerra civil.
Aquellos que hacen el desesperado llamado de
intervencionismo militar caen en la misma tradición que ha llevado el país a
estar como está. Buscan un gran salvador, un elegido que de alguna manera vaya matando canallas con su cañón del futuro. Un escenario
fotogénico, noticioso, de satisfacción inmediata, pero que arrojaría al país a
un caos profundo y lleno de incertidumbres.
La vía para una transición de cambio a la democracia,
no pasa por la intervención militar. No pasa ni siquiera por la rebelión
militar. Pasa por la rebelión popular, una rebelión a la que se unan los
militares, a la que se una la comunidad internacional. Una rebelión popular que
exija democracia y que practique democracia. Mientras no se logre convencer al
pueblo a tener democracia, mientras no se convenza al pueblo que el futuro está
en sus propias manos y no en "el ungido" (nacional o foráneo), se mantendrá este u otro régimen
parecido en el país.
La semilla de esa rebelión comienza con la formación
ciudadana. No es fotogénico, no es para posturas televisivas o
ratings inmediatos, pero es la manera de construir democracia. Las herramientas de la democracia incluyen la organización civil, protesta cívica, panfletos clandestinos, grafitos, movilización empresarial y obrera, denuncia de elecciones fraudulentas y huelgas... Se hizo en
Polonia, en las Filipinas de Ferdinand Marcos, se hizo en Chile, en Uruguay, en
México, en Suráfrica… y en Venezuela, cuando Marcos Pérez Jiménez tuvo que huir
ante una rebelión popular, sin intervencionismos extranjeros, poco después del fraude del plebiscito del '57. Se dirá, “pero no
todos esos países viven en democracia ahora”. Puede ser cierto, pero es que la
democracia es frágil y hay que defenderla siempre. Es posible salir del régimen
de dictadura, pero el futuro democrático de Venezuela está en manos de los propios venezolanos.
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