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sábado, 10 de febrero de 2024

LA REPÚBLICA BOLIVARIANA

 REFLEXIONES ANTE LAS COYUNTURAS DE UNA TRANSICIÓN 

“Nuestros débiles conciudadanos tendrán que enrobustecer su espíritu mucho antes que logren digerir el saludable nutritivo de la libertad. Entumidos sus miembros por las cadenas, debilitada su vista en las sombras de las mazmorras, y aniquilados por las pestilencias serviles, ¿serán capaces de marchar con pasos firmes hacia el augusto Templo de la Libertad? ¿Serán capaces de admirar de cerca sus espléndidos rayos y respirar sin opresión el éter puro que allí reina?” 

Simón Bolívar. Discurso de apertura ante el Congreso de Angostura, 1819.

Esa pregunta que hizo El Libertador hace 205 años es una pregunta que nos hemos hecho durante largo tiempo, no solo los venezolanos, sino muchos de nuestros hermanos en el continente.  ¿Somos capaces de vivir en libertad? O será que nuestra historia es un pesado lastre insostenible, que nos conduce irremediablemente a caer en regímenes despóticos bajo “tiranuelos casi imperceptibles” como los describirá el mismo Bolívar en su carta al General Juan José Flores apenas once años más tarde. En 1819, a sus 36 años ante el Congreso de Angostura, Bolívar todavía tiene la visión del político profesional con vocación de servicio, una visión de futuro, optimismo y confianza en sus conciudadanos. Sabemos que en esa cartaescrita a menos de mes y medio de su muerte, ese optimismo ha sido decepcionado por las realidades políticas que entrevé en su discurso una década y un poco más antes; pero su visión, surgida de la revolución liberal, indudablemente es valiosa y sigue siendo modelo para crear una república bolivariana.

Tras una guerra, que él mismo describe como cruel, horrorosa y dolorosa para sus protagonistas, Bolívar quiere renunciar al cargo supremo de la conducción de los ejércitos y la república, y someter su conducta como tal al juicio de los legisladores. Declara que preferiría el título de “buen ciudadano” al de Libertador, poniendo su cargo y destino a disposición de los legisladores constitucionalistas. En esto nos recuerda a los fundadores de los EE.UU. que estipularon en sus escritos que, para un ex-presidente, el mayor título y honra que le concede una nación es el de volver a ser ciudadano. En esto coinciden el liberalismo fundador de los EE.UU. y el liberalismo promovido por Bolívar en su discurso: ser ciudadano es el cargo más importante en una república democrática. En su discurso la palabra “ciudadano” o “conciudadano” la utiliza dieciocho veces. 

Bolívar describe en el discurso su visión para una nueva nación, una nación que deje atrás “las cadenas, mazmorras, y pestilencia servil” que han entumecido las ansias de libertad de la gente en los territorios liberados; una nación centrada sobre la libertad y el poder de cada ciudadano. El énfasis de su discurso es sobre la libertad, utilizando esa palabra cincuenta y un veces y la palabra libre once. Reconociendo que todo gobierno se compone de humanos imperfectos (“son los hombres, no los principios, los que forman los gobiernos”), enfoca su proyecto sobre la fortaleza de sistemas perfectibles, estableciendo la necesidad de rotación institucional de dirigentes, debido a que: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía.”  

A dos siglos y algo más de aquel discurso ante un cuerpo deliberante encargado de fraguar las bases de una nueva nación centrada sobre democracia y libertad, vale la pena destacar ciertas ideas centrales que el chavismo hoy día descarta en discurso y práctica: 

“La esclavitud es hija de las tinieblas”.

Es con el sometimiento de un pueblo a través de la poca educación y adoctrinamiento que se puede perpetuar la antítesis de la libertad: la esclavitud. A los amos y élites gobernantes de una tiranía les conviene tener un pueblo sometido por la ignorancia y los límites a la educación. Bolívar describe claramente la manipulación totalitaria basada sobre la ignorancia: “la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia.” En la práctica, el chavismo denigra y somete al sector educativo para mantener a los venezolanos en las tinieblas de la ignorancia, interfiriendo con la educación impartida y manteniendo a los docentes en la indigencia, desde la escolaridad temprana hasta la educación universitaria. Recordemos que la semilla de las protestas del 2002 fueron una ley de educación interfiriendo en la independencia del sector educativo con la injerencia doctrinaria del estado. Como famosamente dijera Héctor Rodríguez, ministro de educación en el 2014, descartando a la educación como instrumento de movilidad social: “No es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que pretendan ser escuálidos”. El auge de la democracia en Venezuela se caracteriza por el Plan Ayacucho, que sembró conciencia y educación entre una generación que el chavismo denigró. rechazó y persiguió.

Ya Simón Bolívar lo resaltó en su proyecto de país, proponiendo un poder del estado que fusione la educación y la moral cívica como fundamento de la república: “La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades.” Bajo estas ideas, ofrece lo que llama un “cándido delirio” proponiendo ese cuarto poder independiente, el Poder Moral, aparte de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial que ya describió y defendió. El Poder Moral sería un cuerpo de la república compuesto por un “Areópago” (tribunal de tradiciones y costumbres) independiente que vele por la educación y registre la moral de los participantes públicos del gobierno, manteniendo un archivo consultable de su conducta y actuación. Dicho poder influye directamente sobre la educación ciudadana, pero no tiene capacidad penal, solo de denuncia a los trasgresores de las tradiciones y costumbres que conforman la moral del país. Es posible que esto se vea como un cándido delirio, pero lo más cercano que existe a ese “registro permanente” de la actuación de funcionarios públicos es una prensa libre, libre de influencias y accesible a todo ciudadano. En tiranía eso no existe. La restricción a la información, las “ofertas que no se pueden rechazar” y la persecución a voces independientes son características de tiranías que desean blanquear dichos registros públicos de sus actuaciones. Bajo el régimen chavista incluso un tuit opositor o crítico ha llevado a influenciadores a las mazmorras del Helicoide o los sótanos en Plaza Venezuela, las infames cárceles políticas del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN). Sin prensa libre e independiente, no existe democracia, y por eso se le reconoce como “el cuarto poder”.

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“El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política,”

“Sólo la democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta libertad; pero ¿cuál es el gobierno democrático que ha reunido a un tiempo, poder, prosperidad, y permanencia?” 

Bolívar está claro acerca de la capacidad de la democracia de generar bienestar, de la fragilidad de la democracia, su naturaleza perfectible y la necesidad de defenderla, porque es el sistema más conducente a la condición de libertad para los ciudadanos. Ya lo dirá Winston Churchill unos 130 años más tarde: "La democracia es el peor sistema de gobierno, salvo todos los demás". La visión de una república soberana que tiene Bolívar es una república centrada sobre la libertad, pero él reconoce la responsabilidad de cada ciudadano para mantener un gobierno que proteja esa condición de libertad, la cual dice Rousseau, según Bolívar, “es un alimento suculento, pero de difícil digestión” y porque dice Homero “al perder la libertad, el hombre pierde la mitad de su espíritu.” El deber y responsabilidad de cada ciudadano para defender la libertad (y, por ende, la democracia) es ineludible si se quiere obtener esa mayor suma de bienestar. Varias veces lo reitera resaltando su incomodidad y dificultad: “más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía.” Pero también reconoce la condición basculante de las tiranías, algunas con un péndulo mayor que otras, pero inexorablemente destinadas a caer, porque “la naturaleza a la verdad nos dota, al nacer, del incentivo de la libertad.” 

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“La deuda nacional, Legisladores, es el depósito de la fe, del honor y de la gratitud de Venezuela.” 

La dignidad del país está atada a su responsabilidad y seriedad por los compromisos adquiridos ante la comunidad internacional. Un país responsable que entra en negocios, tratados y acuerdos, está en la obligación de cumplirlos. El Libertador es contundente al respecto: “Perezcamos primero que quebrantar un empeño que ha salvado la patria y la vida de sus hijos”.  La falta de seriedad del régimen de Maduro en toda negociación internacional, comercial, tratados, o compromisos políticos, deslegitima su capacidad de gobernar en nombre de Venezuela, y deshonra el legado de Bolívar.

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El corazón del discurso es proponer las instituciones de una sociedad libre de la opresión del “triple yugo de la tiranía, la ignorancia y el vicio,” para lo cual fundamenta su proyecto en la democracia, la educación y la virtud moral. La república que visualiza Bolívar ante el Congreso de Angostura es una república que establece límites al poder, separación de poderes, donde el ciudadano es el principal protagonista de los destinos del país. Es una en donde la educación es la base de la república, donde se honran a los militares, pero se mantienen alejados de la función de gobierno y su papel es defender la república, no conducirla. Una en donde se respetan y protegen las instituciones, y los agresores a las mismas son condenados por la justicia. Una en donde existe un registro público, independiente y libre publicando la capacidad moral de los miembros y representantes de la república. Una en donde existe alternabilidad en los representantes encargados de velar por los intereses de los ciudadanos. Un llamado y denuncia en contra de toda tiranía y en defensa de la libertad. Una república, en fin, basada en la revolución liberal, no en la reaccionaria protección de los intereses de la élite mercantilista y colonialista del chavismo. 

El chavismo en Venezuela ha traicionado la visión de Bolívar acerca de la libertad, el poder de los ciudadanos en una república, y su lucha contra toda tiranía. Los chavistas han utilizado a Bolívar para acobijarse con un manto de credibilidad que no les arropa. Los chavistas han traicionado aquella visión de Bolívar de una nación ideal, y llamarse a sí mismos bolivarianos es una desfachatez e insulto a los ideales liberales del Libertador. Se puede calificar sin duda a los chavistas de “anti-bolivarianos”. 

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Una nación siempre será más permanente que sus gobiernos, y solo se hace fuerte y capaz de generar riqueza y bienestar a medida que sus instituciones trasciendan a sus funcionarios. Por eso Bolívar nos recuerda que: 

“El imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos”. 

Hay hipocresías que hieren profundamente a una nación. La tiranía que pretende ser bolivariana caerá, y Venezuela prevalecerá.

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Otras reflexiones a partir del discurso de Bolivar:
Carta a Carlos A. Montaner sobre Felipe VI y democracias.


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Carlos J. Rangel
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viernes, 20 de octubre de 2023

ALEA IACTA EST

Se dice que la suerte no existe, sino que cada quien se la hace. También se dice que existe el destino, y que no importa que tan cuidadoso sea el plan, ese destino es inexorable.

El domingo 22 de octubre es una fecha en la que la voluntad democrática de los ciudadanos de Venezuela puede demostrar la capacidad de hacerse la suerte y forjarse el destino. Los votantes podrán demostrar que las elecciones democráticas son el instrumento de su voz transformada en acción.  Una acción que iniciará la transformación de Venezuela en un país democrático, próspero y con oportunidades crecientes para todos sus ciudadanos.

Los distintos grupos de la oposición han logrado hacer campaña como rivales, no como enemigos. Rivales con distintas propuestas, personalidades y perspectivas que ofrecen sin embargo una visión en común: la democratización de Venezuela. Una visión de una Venezuela democrática con oportunidades para crecer y prosperar juntos en nuestro propio país. Esta visión unida es la que es capaz de derrotar las fuerzas autoritarias que buscan aferrarse y mantenerse en el poder. Los venezolanos somos capaces de sustituir a los que se creen con derecho por la fuerza de tener una sociedad bajo un orden donde cada uno está donde está y hace lo que hace, para la conveniencia de la autoridad; una autoridad que reclama la confianza en su líder para mantener ese orden, un líder que (supuestamente) sabe lo que más le conviene al país. A fin de cuentas, es el líder del "partido del pueblo".

Los venezolanos somos capaces de tener la confianza necesaria en nosotros mismos para participar activamente en la creación de oportunidades, a veces disparatadas, a veces brillantes, que permiten crear la prosperidad democrática bajo un “caos creativo” institucional que estimula esa iniciativa, creatividad e ingenio que tantos venezolanos insignes y comunes han demostrado tener a lo largo de nuestra historia. 



Pero no nos engañemos, este no es el final, es apenas el inicio. Las rivalidades, querellas, malentendidos y malquerencias que hemos vivido en los últimos meses no se comparan con lo que viene, una verdadera prueba de esa voluntad y resistencia democrática ante el autoritarismo y sus cómplices. La celebración de la primaria no es el final del camino para derrotar a las fuerzas autoritarias. Es apenas un primer paso en un camino torcido y empinado con maleza, trampas y emboscadas. Las elecciones presidenciales del 2024 no son nada seguras en este momento. La lucha continúa y arrecia. La unidad de voluntades para lograr esa Venezuela libre, próspera y democrática será puesta a prueba cada día durante los próximos meses con zancadillas y empujones hasta llegar a la culminación del enfrentamiento directo entre democracia y autoritarismo.  

Cada participante en este proceso democrático que no logró una victoria temporal en una elección pasajera no es un perdedor. Es un baluarte y defensor de la democracia.  Es un ciudadano miembro de un proceso y una institución que permite a sus conciudadanos vivir en libertad y prosperidad. Es un elemento esencial en el futuro de Venezuela.

Como ciudadano venezolano que cree en la visión de una Venezuela libre, democrática y próspera agradezco profundamente a todos los que dedicaron cuerpo, alma y corazón para lograr el éxito de este primer paso en la restauración de la democracia en Venezuela. Todavía no se otea el fin del camino, pero estamos en la ruta. El domingo 22 de octubre se vadeó este río. El lunes 23 de octubre se inicia la segunda fase de la restauración democrática en Venezuela.  

Carlos J. Rangel
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domingo, 13 de agosto de 2023

LA CONFIANZA Y OTRAS PENDEJADAS

La confianza es esencial en las relaciones humanas y de sociedad. Como meros individuos, somos débiles ante las fuerzas formidables opuestas a nuestras metas y mera existencia, y la unión que hace la fuerza para enfrentar esa oposición se basa en la confianza mutua de cada miembro de dicha unión. 

Durante semanas (y meses) recientes hemos escuchado de parte de políticos venezolanos de oposición, y de la misma Comisión Nacional de Primaria, que con la confianza ciudadana se saldrá del régimen autoritario que asola a Venezuela. En el caso de la CNP el llamado parece sincero. En el caso de ciertos políticos, parece ser un llamado a la confianza en un solo sentido, es decir, celebran nuestra confianza en ellos pública o privadamente, pero no necesariamente confían en nosotros. Eso es entendible por un condicionamiento pavloviano, reforzado por 25 años de un sistema basado en la desconfianza y recelo mutuos. La fortaleza de un régimen autoritario crece a medida que la confianza colectiva disminuye. Todo líder autoritario busca sembrar la desconfianza, porque de esa manera cercena la libertad. Hemos visto, no solamente en Venezuela, como facciones e intereses que buscan debilitar democracias repetidamente tratan de socavar la confianza en instituciones básicas y sistemas electorales. Destruyendo la confianza se destruyen democracias.  

La semilla perenne del totalitarismo germina en la ansiedad generada por el desorden democrático que se presume ser incapaz de ejecutar acciones decisivas y efectivas. La tendencia natural del ser humano es preferir al orden predecible que la incertidumbre caótica. Durante milenos, ese orden fue mantenido por autócratas, algunos benevolentes otros no tanto, y cualquier cuestionamiento a ese orden era sofocado, o por la presión familiar o social de pares inmediatos o por la represión del tirano de turno. La amplia difusión, sobrevenida con la revolución liberal del S. XVIII, de la idea de que es posible alterar el orden existente (individual o institucional) cambió de manera radical las expectativas. Para las autocracias amenazadas por esa revolución de expectativas una de las mejores maneras de debilitar a sus opositores es generar y cultivar la desconfianza. 

Se explica así el desarrollo de la debilidad de la oposición en Venezuela. Apoyado por la destrucción de la confianza en el estado de derecho (legado de la era democrática por aquellos con interés de mantenerla débil), el chavismo recupera y se nutre de los antecedentes autoritarios del país (que en sus más de 200 años si acaso habrá tenido unos 45 de gobiernos basados en ideas liberales democráticas) destruyendo la confianza en el sistema institucional electoral mediante desinformación, amenazas, chantaje, extorsión y soborno, para minar la confianza de la ciudadanía sobre el sistema democrático en general y la oposición en particular. En este ambiente, cada agrupación o facción de “la gran tolda opositora” termina desconfiando de cada otra o incluso de actores independientes, suponiendo agendas ocultas, nefastas, y posiblemente complicitas. La acumulación in crescendo de teorías conspirativas, cada vez más inverosímiles si se analizan con un mínimo de sentido común, alimenta esa desconfianza y tiene origen en agentes que buscan socavar la oposición al orden que ellos desean imponer. De esta manera el régimen, al nutrir la desconfianza, divide y debilita a la oposición.

Voltaire nos dejó como legado una palabra que se utiliza frecuentemente por aquellos que se aprovechan de la desconfianza para sus propios fines al describir a sus blancos: cándido. En venezolano criollo se utiliza la palabra “pendejo” de manera similar, para identificar aquellas personas cuyas ilusiones, creencias, valores personales e información incompleta los hacen fácil blanco de artimañas y manipulación basadas en la traición de la confianza (o manipulados para creer en esa traición).  Es un punto de honor personal no ser calificado de “pendejo” (o su equivalente en otros países e idiomas). Nadie quiere ser uno, por lo cual, en condiciones de bajo control social y débil estado de derecho, desean ser lo opuesto: el “vivo” que se aprovecha de la confianza del más pendejo. En Venezuela esta dualidad está altamente compenetrada con la cultura por el largo legado autoritario del país, y la consecuente debilidad del estado de derecho, pero en otros países también se ve, o se ha visto en el pasado, cuando lideres populistas en afán y promesa de control (autoritario) establecen la existencia de un grupo, típicamente fácilmente identificable étnicamente y minoritario, que se está aprovechando de aquellos que se autoidentifican con el líder populista. El populista le promete a sus partidarios que ya no serán aprovechados como “pendejos” por los “vivos” que los han explotado y agraviado de una y mil maneras, quitándoles lo suyo injustamente mediante su orden de leyes y costumbres “correctas” que les desfavorecen. Para lograr la redención de esos agravios sus partidarios deben confiar únicamente en el líder y desconfiar de todo aquel que lo cuestione, desde opositores comunes, hasta medios de comunicación o instituciones del sistema que el líder no controla, cuestionando así el estado de derecho. Parece a veces sutil la diferencia, pero no lo es. Un opositor democrático busca crear, construir y mantener confianza generalizada en ese sistema y sus representantes, mientras que un opositor autocrático, busca destruir esa confianza, acumulando una semblanza de ésta (es decir, sin reciprocidad) en su propia persona. El líder es el pueblo (“el pueblo soy yo”), y si atacan al líder, atacan al pueblo.

He visto personalmente la destrucción de la confianza que ha logrado el régimen autocrático en Venezuela. En conversación reciente con un líder de campaña, me comentaba cómo muchos se le acercan para prometer ayuda una vez que el candidato fuese victorioso – es decir, una vez instalado en el palacio presidencial – pero nadie parecía ofrecer verdadera ayuda inmediata. En otras conversaciones, con otros altos dirigentes hace unos largos meses, el consenso entre estos parecía ser la inevitable continuidad del régimen y la renuencia a declarar favoritismos, no fuera que alguien se lo echase en cara después en algún momento inoportuno. Públicamente es notoria la desconfianza entre los lideres de la oposición que genera incertidumbre entre la ciudadanía acerca de la realidad de un movimiento opositor unido que resulte en el fin del régimen autoritario existente en Venezuela. Nadie quiere ser el más pendejo que se quede con la papa caliente.

Tener instinto de supervivencia e interés propio es una expectativa razonable, y los políticos y élites de influencia tienen todo el derecho a tener ese instinto. La suma de los intereses propios de los miembros de una sociedad beneficia el interés colectivo de esa sociedad. Esa fue la revolucionaria idea del capitalismo de Adam Smith.[1] En Venezuela, el interés propio de cada político de oposición se apoya en la desconfianza que cada uno tiene de cada otro. Es de esperarse que dicho interés a la larga seria favorable para el interés colectivo de la oposición, separando a los verdaderos opositores de los cómplices del régimen, para agruparlos en un objetivo común: restaurar la democracia en Venezuela. Pero, nadie quiere ser el más pendejo. La descalificación sembrando la duda, teorías conspirativas, y ataques ad hominem es de esperarse de los defensores del status y del orden existente, incluyendo dentro de ese orden el papel de la oposición como comodín del régimen. Es enervante cuando viene de opositores calificados por ser de obvia utilidad para la continuidad de esas condiciones existentes.  Ante esta situación, los lideres opositores celebran que se les dé confianza pública por ciudadanos comunes o destacados, pero son renuentes a otorgarla, pareciendo que consideran esa confianza depositada como una confianza suma-cero; es decir si ellos la tienen otros no la tendrán. Francamente, parecen no confiar sinceramente en su propia base electoral, parte de ese reflejo condicionado desarrollado bajo autoritarismo que perdurará durante largo tiempo como tara cultural, aun si se logra cambiar el régimen chavista, exacerbando la dualidad vivo/pendejo. Muchos no confían ni confiarán nunca ni siquiera en el Cristo bajado de la cruz.

El votante en este escenario tiene como instrumento de su confianza el voto. El voto, en un sistema democrático liberal, es la expresión afirmativa del derecho al libre pensamiento. Es la confianza depositada por el votante en el sistema de gobierno que rige los destinos de su nación, y su subscripción a la idea de que dicho sistema es favorable a sus intereses y valores. El candidato que acepta participar en este proceso electoral busca recibir esa confianza y hace lo posible por obtenerla. La decision básica del votante es si el sistema, proceso, propuesta y candidato se merecen o no su confianza.

Si el candidato rechaza la confianza en el sistema es difícil esperar que el ciudadano la tenga. Para cada candidato en cada elección su campaña es un esfuerzo por crear y acumular confianza, tanto en el sistema y proceso como en su persona como estandarte de los mejores intereses de la sociedad. Dichos intereses a veces no tienen beneficio inmediato en la ciudadanía, pero los mejores políticos en la historia no han sido los que sobre prometen y medio cumplen. Winston Churchill, famosamente dijo que solo podía ofrecer sangre, trabajo duro, lágrimas y sudor para recuperar a Inglaterra del momento en que estaba a punto de sucumbir como nación independiente. Su gestión, guiando a su nación a través de la guerra, se reconoce como exitosa, a pesar de haber perdido el poder personalmente, y su partido el gobierno, después de la guerra. Así funciona la democracia: como un desorden caótico generador de creatividad y bienestar creciente que permanentemente cuestiona el statu quo. Un sistema que sólo puede subsistir con la confianza de la ciudadanía en el mismo. Sobre prometer y medio cumplir no crea ni construye confianza.

Para ganar la mayoría necesaria para la victoria, candidatos con frecuencia se enfrentan a un dilema de Nash. Los opositores en contienda siempre tienen la opción e incentivos de hacer algo más a favor de sus intereses propios percibidos que a los del interés común posible. Particularmente en el caso de la oposición en Venezuela es visible este dilema, en donde opositores juegan para “ganarse la confianza” de los electores socavando al opositor (abierta o subrepticiamente) que tiene el mismo objetivo: derrocar la tiranía y formar un nuevo gobierno. La restauración de la democracia en Venezuela difícilmente se logrará sin una oposición unida que confíe mutuamente en el deseo y objetivo común de cada uno de sus participantes: recuperar el sistema de contienda libre democrática - el mejor interés común posible. Vemos también con alarma el uso del sobre prometer electorero (o simplemente no rectificar la expectativa de una sobre promesa imaginaria) en una situación donde la recuperación de la nación es una tarea que solo puede arrojar resultados tras un esfuerzo descomunal de participación ciudadana; un esfuerzo, sí, de sangre, sudor y lágrimas, que nadie parece reconocer, vaticinar y mucho menos solicitar, por lo cual estas sobre promesas electorales difícilmente llegarán incluso a medio cumplirse. Esto es síntoma de la falta de confianza de los lideres políticos en la ciudadanía. La recuperación de la nación no será posible sin que la coalición que emerja victoriosa confíe en la ciudadanía del país.

Se podrá discutir mucho sobre la cabeza de un alfiler acerca de la gestión de Carlos Andrés Pérez, y particularmente de su segundo periodo. Lo que no se puede negar es que él fue un líder que confiaba en la ciudadanía y en la fortaleza del sistema democrático, y que trató de enrumbar el país hacia un sistema con libertades crecientes basado en esa confianza. Pequeños intereses y rivalidades, basándose en expectativas imaginarias, traicionaron esa confianza. Pero aquellos que se le opusieron estáahora en el escarnio histórico y CAP es recordado como un gran político cuya gestión fue positiva. Él encarnó la esencia de un optimista en el futuro de su nación.  Hoy día demasiados políticos a nuestro alrededor se comportan más como el analista que prefiere ser (casi por definición) un pesimista sorprendido que como el líder democrático trascendente, que siempre será (casi por definición) un optimista decepcionado. La restauración de la democracia y la recuperación del país solo será posible si la verdadera confianza mutua entre todos, líderes y ciudadanos, logra la unión por el futuro posible de Venezuela. De no ser así, este proceso es puras pendejadas.



[1] Lo que ha venido a llamarse “fase tardía del capitalismo”, caracterizada por oligopolios manipulando la economía, contradice esa idea básica que estableció Smith, que veía como fuerza centrípeta del beneficio económico a los monopolios y oligopolios, estructuras de mercado que son el "agujero negro" de las fuerzas del libre mercado.  El equilibrio óptimo de las fuerzas del libre mercado restringe el colapso del mismo ante las fuerzas monopólicas naturales del éxito comercial mediante incentivos y protección a la libre competencia. Entiéndase por monopolios y oligopolios también la creación del llamado “capitalismo de estado”, excusa para crear un aparato estatal gigante e improductivo modelado bajo las ideas del control de los medios de producción para enriquecer el estado, es decir, el orden comunista con su consecuente pérdida de la libertad (para ejemplificar el orden impuesto ver “Carlos Alberto Montaner y su concepto de la libertad” en este mismo blog).

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domingo, 30 de julio de 2023

UNA REVOLUCIÓN INESPERADA

Reflexiones tardías sobre
Del buen salvaje al buen revolucionario: Mitos y realidades de Am
érica Latina. 

En estos días estuve haciendo la revisión final a una nueva edición que será publicada en Chile bajo los auspicios de la Fundación para el Progreso (Santiago), de Del buen salvaje al buen revolucionario: Mitos y realidades de América Latina (Carlos Rangel, 1975), obra clave para entender las patologías políticas de Latinoamérica. Al igual que la nueva edición digital distribuida en Venezuela bajo los auspicios de CEDICE, se incluirá en esta edición impresa el Post Scriptum escrito por Carlos Rangel algo más de diez años después de la publicación del libro original en Venezuela, un epílogo que contiene sus reflexiones después de transcurrida una década.

Tras ese tiempo, lo que para Rangel era evidente en 1975, era inescapable a cualquier observador objetivo en 1985. El lamentable fracaso de la Revolución Cubana, después de un cuarto de siglo de tiranía y rigidez, le había asestado un duro golpe al mito de la salvación latinoamericana por revolución izquierdista, regímenes de tipo soviético y confrontación con los Estados Unidos. La propuesta de Rangel establece sin embargo que:

“…sigue siendo un hecho que las sociedades de Latinoamérica no funcionan bien. ¿Podemos darnos por satis­fechos con el statu quo? Por supuesto, no. Necesitamos cam­biar, y ese cambio debiera ser tan profundo como para merecer llamarse —si el caso llega— una revolución, aunque ciertamen­te muy distinta de la enajenada por falacias radicales y neuro­sis casi patológicas que fracasó en Cuba y está fracasando en Nicaragua. La revolución que necesitamos debe consagrarse a la causa básica de nuestras persistentes frustraciones, que definitivamente no es sólo —ni siquiera principalmente— una conspiración yanqui para agotar nuestros recursos e impedir nuestro desarrollo sino, más bien, nuestro fracaso en implantar totalmente la democracia.

En nuestras guerras de independencia, la dictadura colonial española fue barrida en nombre de la libertad, supuestamente abonando el terreno para un orden democrático cuyo modelo suministraban los Estados Unidos. Pero, en la práctica, el poder no fue devuelto al pueblo, que no estaba —como no lo estaban sus líderes— preparado para vivir en paz bajo las reglas de la democracia. El poder quedó (y esto es en gran parte cierto hasta el presente) como un premio para ser repartido entre aquellos que se las han arreglado para capturar el Estado y hacerse de una clientela.

El «modelo» mexicano, que ha constituido un triste éxito por ser el sistema de gobierno más estable en la historia de la América Latina independiente, muestra claramente cómo entre nosotros el poder, el privilegio y el autoservicio de egoísmo sectorial no son el sello exclusivo de las ricas oligarquías que se orientan por los Estados Unidos. Más bien, esas actitudes antisociales han sido tradicionalmente compartidas por todos los grupos que pueden definir y perseguir exitosamente inte­reses especiales bajo la protección de un Estado todopoderoso, cuyo control ellos comparten o, al menos, a cuya estabilidad —a menudo precaria— contribuyen.

Estos párrafos de Rangel exhortan al cambio de nuestra manera de ser amañada por las taras del mercantilismo, la esclavitud metamorfoseada en peonaje, y el sectarismo racista, taras que han prevalecido como bases del sistema económico y social en Latino America desde los tiempos de la conquista y manifestadas de innumerables maneras en nuestra historia. Una manera de ser que enquista el atraso en nuestras sociedades. Una manera de ser que claramente va en contra de las aspiraciones de innumerables individuos en cada sociedad, formando un caldo de cultivo de resentimientos, agravios y deseos de cambio que prometen ser satisfechos por “la revolución”. 

Una revolución es un cambio fundamental en la manera de ser. Eso no ha ocurrido en las mal llamadas revoluciones latinoamericanas. El caso cubano es patéticamente emblemático, una sociedad en donde una élite mercantilista capitalista existente fue sustituida por una élite mercantilista auto proclamada revolucionaria. Esto ha ocurrido en las instancias de sustitución de élites ocurridas en Nicaragua, Bolivia, y Venezuela, al igual que con los intentos en Chile, Ecuador, Perú, México, etc. Pero mientras se mantenga la idea de que toda transacción comercial es una transacción suma-cero (base del mercantilismo) en vez de una relación gana-gana (base del capitalismo), nunca serán satisfechos los agravios de masas de ciudadanos cada vez mayores.  Es imposible satisfacer las aspiraciones y necesidades crecientes de una población en aumento con simple distribución de una riqueza cada vez más escasa; hay que hacer crecer la riqueza.

Ha sido únicamente en las ocasiones cuando ciertos lideres buscaban emprender reformas para equilibrar la tendencia humana cuasi-natural de crear condiciones de transacciones suma-cero para su beneficio propio, con la difícil tarea de establecer condiciones de relaciones gana-gana para crear el beneficio social y económico de toda la sociedad cuando ha habido progreso en las naciones. El caso mas destacado, y al que Rangel vuelve repetidamente, fue Argentina a finales del siglo XIX y principios del S. XX, momento en el cual ese país se perfilaba como el futuro gran rival de los EE.UU. en el hemisferio, tras haber emprendido las reformas liberales conducidas por Domingo Sarmiento; reformas conceptualmente simples, además: emular los sistemas que han demostrado éxito económico y social. 

Rangel argumenta claramente a favor del filón de liberalismo universal existente en America Latina que puede verse con raíces en Francisco de Miranda, Simón Bolivar, y Andrés Bello, siguiendo por Sarmiento, pasando por Haya de la Torre y el aprismo, hasta sus descendientes ideológicos, desde los demócratas en Venezuela hasta el Chile pre-Allende. Esta es una corriente liberal en contracorriente a la tendencia mercantilista y feudal nacionalista emblemática de tiranos desde Juan Manuel de Rosas hasta Fidel Castro y sus aduladores. Hoy día es probable que las transformaciones políticas en México que condujeron a la presidencia de Vicente Fox y cierto pluralismo democrático y, por supuesto, la reversión venezolana al neo-mercantilismo nacionalista que caracteriza el llamado socialismo del S. XXI, serían destacados en capítulos aparte.  

Carlos Rangel fue algo optimista (a pesar de lo que se ha escrito al respecto) al pensar que, si se sobreponen dichas taras originarias de la semilla sembrada por el imperio español en declive del S. XV y XVI, el progreso social y económico de la región es posible, en vez del estancamiento permanente. No era Rangel único en este campo del pensamiento político, siendo el más renombrado promotor de esta tesis Francis Fukuyama quien, poco después de la muerte de Rangel, publicaría su famoso ensayo (y posterior libro) de “El fin de la historia” el cual, en esencia, utiliza los argumentos de Hegel y Marx para establecer que el liberalismo democrático, y no el socialismo comunista representaba ese final y el cual, en la década de 1990, se vislumbraba en el horizonte.

Los ciclos de la historia nos pueden hacer pensar lo contrario. Toda revolución se origina en las presiones contenidas por un régimen que busca mantener un Status quo en donde ciertas élites privilegiadas tienen afán de auto-preservación y supervivencia. Si la revolución es exitosa, dichas élites serán sustituidas por otras que tendrán eventualmente esos mismos instintos. Cada élite en el poder buscará de alguna manera estabilizar la sociedad con ese otro instinto natural que tiene el ser humano: el rechazo a la inestabilidad y el desorden, a favor de la predictibilidad y el orden. Tras todo caos revolucionario la “nueva” sociedad y sus gobernantes presentarán como aceptables ciertos “excesos de orden” para renovar la sociedad y mantenerse en el poder. Esto se ve en los fusilamientos de La Cabaña en Cuba, las desapariciones del Estadio Nacional de Chile, o la “reeducación” en la campiña de Camboya. Y he aquí donde vemos el desarrollo moderno de las sagaces intuiciones de Lenin.

En su discurso “Sobre la guerra y la revolución” pronunciado en las postrimerías de la primera guerra mundial todavía en curso (mayo, 1917), y poco antes de tomar el poder en Rusia (octubre del mismo año), Lenin claramente expone que la manera de mantener el poder es establecer la revolución permanente contra las clases que amenazan el poder, en su caso, socialista. Esta manera de pensar la deriva de Clausewitz, volteando su famoso dicho de la guerra como continuación de política por otros medios, y estableciendo que la política es la continuación de la guerra por otros medios – es decir, la “revolución” permanente.

Esta es una lección bien aprendida por los neo-mercantilistas del socialismo. Mantener a la élite gobernante en pie de guerra contra la población con aspiraciones naturales de cambio es lo que hicieron, han hecho y siguen haciendo en la Unión Soviética, Cuba, y Corea del Norte; pero también en países que cayeron bajo la hegemonía ideológica del tercermundismo (“gobernantes objetivamente revolucionarios”, ver cf. Rangel, C.: DBSBR y El tercermundismo) como excusa para mantenerse en el poder, como el Irak de Hussein, la Libia de Gadafi y otros tantos tiranos de turno alrededor del mundo pasado y presente. Esta revolución permanente, término tan inverosímil conceptualmente como el nombre del Partido Revolucionario Institucional en México, sirve para excusar los atropellos más injustificables contra los derechos humanos en estos países “en rumbo hacia el mar de la felicidad” socialista.

Los tiranuelos acumulando poder y riqueza que se acogen al apodo socialista tercermundista y declaran que toda desigualdad económica es culpa del capitalismo imperialista occidental (liderado, por supuesto, por los EE.UU.), no son distintos que los tiranuelos de antaño que acumulaban poder y riqueza para disfrutarlas en ese mismo mundo capitalista occidental. Solo que estos nuevos tiranuelos se acobijan bajo un ropaje ideológico que, al igual que la religión (ese opio de las masas), promete una felicidad futura después del sufrimiento presente. Mientras llega esa redención paradisiaca, los tiranuelos de hoy disfrutan sus riquezas terrenales sin vergüenza en Abu Dabi, Shanghai o Singapur, más discretamente en los enclaves de aquellos viejos tiranuelos, la costa del mediterráneo, Londres o París, o simplemente en su propio país en fortalezas tal castillo medieval dentro de su feudo y ghetto de prosperidad clientelar rodeados por su corte de aspirantes a migajas (con aspiraciones ocultas, o no tanto, a ser el próximo a sentarse en el trono como premio personal); y utilizarán la "revolución permanente" para reprimir disidencias y aferrarse al poder.

La naturaleza humana abarca un gran rango de comportamientos. El comportamiento más natural es la aspiración a la mejora propia y de sus descendientes. Sólo bajo condiciones que permiten renovación económica y social dicha aspiración se puede mantener viva, y los regímenes neo-mercantilistas autoritarios en su afán de control, y la supresión de la libertad para mantener dicho control, reprimen dicha aspiración natural humana puesto que la misma presupone renovación y, como hemos discutido, la revolución permanente precluye la posibilidad de renovación de la élite gobernante. Esta posibilidad de renovación existe únicamente bajo condiciones de democracia institucional. Por supuesto que el líder de turno en el poder siempre buscará dejar huella permanente, sea mediante su “legado” (aceptable) o subvirtiendo las instituciones democráticas para mantenerse en el poder de alguna manera (inaceptable). Volviendo a eso de los instintos humanos, este comportamiento se deriva del instinto de supervivencia, tanto individual como tribal. Es solo a través del estado de derecho que lo peor e inaceptable de los instintos humanos se mantiene bajo control para que podamos vivir prósperamente en sociedad. Es por ello por lo que instituciones independientes del poder de mando son fundamentales para lograr una sociedad que no esté sometida a la arbitrariedad autocrática de una élite gobernante o su figura representativa. Este es el fundamento de la democracia liberal.

Pensar en que pueda ocurrir en nuestros países ese vuelco de pensamiento que Rangel, con toda la razón, denomina revolucionario, no es imposible. Hubo (y hay) ventanas y atisbos de esa posible revolución, y es posible que se recupere en algunos países la posibilidad. Pero el concepto leninista de revolución permanente (es decir, enquistar la élite dominante) no es compatible con la democracia liberal, la cual por definición no establece el concepto de “permanente” ni en la economía ni en los gobiernos. Más bien el concepto de renovación permanente es lo que priva, una renovación basada en el fomento de la creatividad e innovación constante que cambia las bases de la economía, la política y la sociedad para crear riqueza y movilidad social. La revolución permanente de Lenin es mucho más compatible con los sistemas feudales precapitalistas/mercantilistas del medioevo cuyos reyes fueron derrocados, muchos de manera violenta, otros por intrigas de palacio, y unos pocos aceptando el cambio de la revolución industrial y el desarrollo de los mecanismos de renovación económica y política: capitalismo y democracia. Derrocar el medioevo en America Latina era la aspiración revolucionaria de Rangel. ¿Será posible mantener la naturaleza caótica desordenada y de renovación permanente del liberalismo en contra de las fuerzas naturales que favorecen el orden y la supervivencia de élites autocráticas en el poder? El iliberalismo creciente a nivel mundial nos parecería indicar lo contario, una vuelta al ciclo de neo-mercantilismo impuesto con la excusa de recuperar el orden y los valores tradicionales. Para America Latina, en cualquier caso, el advenimiento de verdadera democracia liberal sería una revolución inesperada.

Descargue los libros de la Colección CEDICE: Biblioteca Carlos Rangel, mediante este enlace. Las reflexiones de Carlos Rangel 10 años después de haber escrito DBSBR, además de estar en la nueva edición del libro publicada por CEDICE Libertad y por la Fundación para el Progreso (FPP), se puede leer en "Marx y los socialismos reales y otros ensayos", el tercer y ultimo libro de Carlos Rangel.

Para una reflexión adicional sobre el Fin de la historia, véase: "El final de la guerra fría", en este mismo blog.

El texto del discurso pronunciado por Lenin en mayo de 1917 se puede descargar a través del Marxists Internet Archive, donde la fuente citada es "Lenin Collected Works", Progress Publishers, Moscú (1964). Volumen 24, pp. 398-421. Es de hacer notar que en marzo de 1918, menos de un año después de este discurso y con Lenin en el poder, Rusia firmó la paz con Alemania, cerrando el frente oriental y permitiendo que ese país dedicara todos sus recursos hacia el frente occidental. Lenin suponía que tras la revolución de octubre en Rusia, el proletariado obrero europeo se alzaría contra la burguesía imperialista explotadora conduciéndolos a una guerra carnicera atroz, y que la revolución comunista se regaría como pólvora encendida por el mundo. Al no ocurrir esto, Lenin revierte la política de la URSS a una política defensiva belicosa permanente, suponiendo que al igual que la Santa Alianza luchó contra los ejércitos de la revolución francesa para preservar las monarquías (cmo dijera en este discurso), así mismo el occidente enfilaría sus armas contra la revolución rusa. 
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miércoles, 7 de junio de 2023

FUENTEOVEJUNA

La pregunta esencial acerca de quién es la oposición al régimen ha sido contestada ampliamente por encuestas, la opinión y el “voto a pie” de los ciudadanos venezolanos. Todo indica que la ciudadanía en general está convencida de que el modelo social y económico chavista es un fracaso, se opone a él, y está dispuesta a ensayar la democracia liberal como modelo para transformar a Venezuela en un país que libere su potencial. ¿Será posible que cada venezolano esté dispuesto a asumir su responsabilidad en la promesa del país? La capacidad, poder y voluntad de los ciudadanos para transformar una nación es indiscutible, porque es en la ciudadanía que reside la soberanía y el estado.

Un líder político puede en un momento transitorio canalizar ese poder y voluntad para conducir y ejecutar la transformación, pero no es él o ella quien la impulsa. En Venezuela en la historia reciente han habido dos instancias de esa voluntad ciudadana cambiando el rumbo y transformando al país. Rómulo Betancourt con el llamado a sus conciudadanos, ayudó a establecer una democracia representativa a partir de 1958. Hugo Chávez en 1998, se consolidó como el cambio reclamado por la ciudadanía ante la sordera que había estancado las necesidades de oportunidad liberal en aquella democracia. Jorge Giordani en su famosa conversación con Guaicaipuro Lameda probablemente tenía razón: hacen falta al menos tres generaciones para consolidar un cambio de modelo social y económico. La democracia incipiente en Venezuela surgida en 1958 apenas llegó a dos.

La lacra del autoritarismo se mantiene como pecado original en Venezuela. Muchos “líderes democráticos” opositores mantienen esa toxina en sus venas, no solo por la ambición política necesaria para tener la voluntad de conducir los destinos de un país, sino como tendencia intrínseca de nuestra clase política, indistintamente de su origen social. “El pueblo”, como lo quieren llamar los aspirantes a populistas autócratas, o “la ciudadanía”, como la califican los demócratas, ha demostrado ampliamente que ansía la libertad. El control represivo y/o económico impuesto por élites ha sido rechazado, como lo indican las dos instancias señaladas anteriormente. El ansia de libertad, esa capacidad de tomar decisiones propias está hasta en el refranero popular: “¡Más abajo pisó Bolívar!”. Los gobernantes ciegos a esa ansia de libertad usaran sus poderes cada vez más para reprimirla soterrada o abiertamente. Esa no es manera eficiente de gobernar un país o conducirlo a la prosperidad.

Se avecina una tormenta. La élite del régimen autocrático mercantilista criminal hará todo lo posible por mantenerse en el poder y mantenerse impune, desde el uso de falsa oposición hasta medidas coercitivas de toda índole y, por supuesto, saboteo, artimañas y fraude electoral. La unidad de la fuerza ciudadana que apenas se asoma ahora es lo único que puede arremeter contra esas iniquidades. Líderes que canalicen y multipliquen esta fuerza son indispensables para lograr el cambio de rumbo que le hace falta al país para encaminarlo hacia una democracia justa, participativa, próspera y libre. Las elecciones, tanto primarias como presidenciales, son apenas catalizadoras de la fuerza ciudadana que logrará el cambio, y la transición no se anticipa que sea pacífica. Es aquí que el diablo se cuela con su tentación de ese gusanillo de control autoritario por acumulación del poder bajo cualquier signo ideológico. Un líder democrático que represente la voluntad ciudadana puede hacer papel de “redentor”, ungirse con el gran poder del soberano, y caer en esa tentación.

En una democracia la ciudadanía le delega al gobierno la administración de la soberanía y el estado. En una autocracia, los “gobernantes” usurpan la soberanía y administran el estado para provecho propio. En una entrevista extensa que me hicieron para una revista liberal brasilera (Crusoe) a principios del 2021, toco parcialmente este tema. Enfocado sobre la tendencia de lideres populistas de malinterpretar su arrastre y carisma, respondo ante una pregunta sobre AMLO por su reclamación al rey de España exigiendo una disculpa por la conquista de la siguiente manera:

“…En cuanto a si el pueblo mexicano piensa igual que AMLO, no tengo manera de saberlo pero, a decir verdad, no importa si piensa igual o no. AMLO usa el agravio histórico para tratar de encender emociones y nublar la razón de suficiente gente como para transformarlas en “el pueblo”—el objetivo del populista. El populista no quiere que existan ciudadanos utilizando la razón para participar activamente en sociedad y exigirle al gobierno actuar de manera responsable. El populista quiere convertir a ciudadanos en “pueblo” manipulable por la emoción que él o ella genera para concentrar el poder. En corolario equivalente al del Rey Sol, Luis XIV, a quien se le atribuye haber dicho “el estado soy yo”, el populista se proclama como el pueblo mismo. Tanto AMLO como Chávez declararon haber perdido su identidad y pertenecer al pueblo –“ya no me pertenezco, le pertenezco al pueblo”— es decir “el pueblo soy yo”. Por lo tanto, y por la ley transitiva de las matemáticas, la voluntad del populista es la voluntad del pueblo y el bienestar y recompensa del populista es el bienestar y recompensa del pueblo. Y, ¡Que alguien se atreva a decir lo contrario!”

En un modelo ideal del estado democrático son los ciudadanos los que óptimamente controlan los destinos de un país. Los líderes son representantes transitorios de la voluntad ciudadana. Es fácil para un líder democrático (o uno ocultamente autoritario, electo democráticamente) dejarse cegar por esa voluntad ciudadana y creerse ese “redentor”, potenciando agravios y usurpando el poder del soberano: “Le pertenezco al pueblo; el pueblo soy yo,” y tantas otras variantes. El verdadero demócrata reconoce su transitoriedad, la soberanía en los ciudadanos y la independencia de las instituciones. El protagonista en la transición hacia la democracia en Venezuela es su ciudadanía empoderada. No es ningún nombre liderando transitoriamente las encuestas. El líder opositor que no entienda eso, es un líder populista, no un conciudadano. El líder opositor que no entienda eso, ha quitado la mira del objetivo. El líder opositor que no entienda eso, confusamente piensa haber personificado la oposición y amenaza la unidad necesaria para lograr el objetivo de restaurar la democracia y la libertad.

Existe una gran ansia ciudadana que busca cambiar el país y potenciarlo como una tierra de oportunidad, crecimiento, seguridad y familia. Un país en el cual se quiera vivir, no un país del cual se quiera salir. Un país donde existan opciones, oportunidades y libertad de decidir.  La responsabilidad asumida de canalizar esas ansias hacia la democracia liberal como mejor modelo de país, es muy grave y nada envidiable, y esa responsabilidad la han asumido ciertos lideres que buscan, algunos sinceramente, otros pareciera que no tanto, mejorar la condición de todos los ciudadanos del país. Pero el protagonismo necesario para impulsar esa mejora no vendrá de ningún líder. Son los ciudadanos.

¿Quién es la oposición? Los ciudadanos, señor.



miércoles, 12 de abril de 2023

EL FINAL DE LA GUERRA FRÍA

Un equipo periodístico desarrollando una nueva plataforma de difusión de ideas me solicitó un ensayo acerca de lo que yo pensaba fue el evento politico más importante en la década de 1980-89. Lo primero que vino a mi mente fue, por supuesto, la caída del Muro de Berlín. Pero este evento aislado no es suficiente para entender su contexto, por lo cual terminé desarrollando el siguiente texto acerca del final de la guerra fría, que impactó e impacta el globo hasta nuestros días.

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El Final de la Guerra Fría

Incuestionablemente, el evento más importante en el mundo de la política internacional ocurrido durante la década de los ochenta fue el final de la Guerra Fría, una situación de conflicto internacional que hoy en día nos resulta casi imposible de imaginar. Esta guerra se inicia a finales de los ’40 y, si fuéramos a ponerle fecha, cuando la Unión Soviética hace detonar su primera bomba de hidrógeno, el 29 de agosto de 1949. El conflicto de ideologías sobre la mejor manera de organizar una sociedad para generar el mayor bienestar colectivo fue liderado por las grandes potencias militares y económicas del momento, los EE.UU. y la Unión Soviética (una confederación de quince países controlados por la central del partido comunista soviético, en Moscú). En 1960, al separarse la República Popular China de la hegemonía soviética por conflictos de liderazgo, este tercer país lidera un frente más en esta pugna. La Guerra Fría dividió familias y activó ejércitos alrededor del mundo, desde el sureste asiático, y el medio oriente, pasando por África y las Américas, llevando el mundo dos veces, al menos, al borde del infierno nuclear.

El año 1989 marca el final de esta guerra con dos incidentes que lo señalan claramente: la masacre de la Plaza Tianamen el 4 de junio, y la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre. Estos eventos, transformadores de las sociedades que los albergaron, son indicadores de lo que Francis Fukuyama llamó en su famoso ensayo de 1989 (luego desarrollado en un libro) como "¿El Fin de la Historia?". 

Fukuyama fue uno de muchos que celebraron la victoria del liberalismo democrático sobre el marxismo leninismo: el doloroso parto de una nueva era democrática en el mundo. Escoge el título de su ensayo para recordarnos que en 1848, en el Manifiesto Comunista, Karl Marx (quien a su vez deriva este concepto de Hegel), declara que la historia llegará a su fin cuando una ideología que resuelva las tensiones dialécticas entre el capital y el trabajo sea la dominante, y la sociedad sea una homogeneidad en la que cada quien aporta según su capacidad y cada quien recibe según su necesidad: el paraíso en la tierra de la sociedad comunista. En la idea original de Hegel, todo conflicto derivado por tensiones internas de la sociedad se va resolviendo a medida que progresa la historia. Marx argumenta que el conflicto primordial es la relación capital-trabajo y Fukuyama, manteniendo este ideario historicista, argumenta que dicha relación ha sido resuelta, 140 años después, por la democracia liberal por la manera demostrable en que genera mayor bienestar que el marxismo-leninismo y que aquella ideología alterna, ya vencida, el fascismo.

Los eventos de aquella década en China y la Unión Soviética parecen confirmar el análisis de Fukuyama, con su conclusión de que a finales de los ‘80 no hay ideología alterna al liberalismo promovida por una potencia mundial que logre ese ansiado final de los conflictos humanos. Los apegados a esas otras ideologías desechadas serán países de poca relevancia y algunos académicos de salón. La reversión constitucional iniciada por Gorbachov, el líder soviético de la era, se fundamenta en principios liberales, y China, al incorporarse a la Organización Mundial del Comercio mediante estatus temporal de “Nación más Favorecida” en 1980, inicia su etapa de apertura internacional, con los cambios culturales y de mercado que eso implica, aparte de cambios internos permitiendo comercio privado. Es decir, los grandes rivales en la Guerra Fría aceptan un tipo de sociedad modelada por la ideología liberal y el capitalismo debido a que sus líderes reconocen las fallas y contradicciones internas de sus sistemas. Ayudan, pero no son factor decisivo los liberalismos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que hacen eco en las poblaciones con expectativas de cambio ante la corrupción creciente de sus propios sistemas de gobierno. Es allí que se origina la energía de esas poblaciones que hizo caer el muro y movilizó masas en China.

Una vez aceptada la premisa de que el modelo único, ideal y homogéneo es alguna versión de liberalismo centrada sobre la protección legal del derecho universal a la libertad y el consentimiento de los gobernados, se pueden dividir los países entre aquellos en la “post-historia” y los que permanecen en la historia. Es decir, los que han aceptado la democracia liberal como modelo social y los que todavía no lo han hecho. Todo conflicto entonces se limitará a la mejor distribución económica de los mercados bajo las reglas del liberalismo (incluso en sociedades con un gran sector público). Esta promesa historicista es seductora, pero probablemente es tan quimérica como la ilusión del paraíso comunista. El mismo Fukuyama admite que las fuerzas intrínsecas de una cultura pueden ser permanentemente contradictorias, pero las considera de naciones viviendo todavía en “la historia”. En particular indica como posibles tendencias innatas para el modelaje de una sociedad la religión y el nacionalismo. Como hemos visto en las décadas desde su tesis originaria, estas tendencias son indiscutiblemente modeladoras de sociedades e incluso, como en el caso de la Rusia de Putin, pueden hacer que un país se revierta al modelo fascista bélico expansionista.

La euforia de aquella victoria en la Guerra Fría contrastada con la situación del mundo actual nos hace reflexionar acerca del conflicto de fondo, y que no es necesariamente el de comunismo vs. capitalismo. Observar a Rusia y China son una primera pista: a pesar de tener capitalismos en formas híbridas, su capacidad de renovación democrática es nula y las élites autocráticas se aferran al poder. ¿Sera posible entonces que la verdadera dicotomía antagónica sea entre autoritarismo y democracia? Como segunda pista propongo un experimento mental: imaginarnos la existencia en conjuntos de pareja al autoritarismo y la democracia, con el capitalismo y el socialismo. La única combinación conceptualmente absurda es autoritarismo democrático (o democracia autoritaria), que es lo que pretenden ser países como Corea del Norte, o el Irak de Hussein donde líderes son electos con el 100% de los votos. Para estos países, la excusa de pseudo ideologías marxistas o nacionalistas sirven a sus élites para mantenerse en el poder.


Anne Applebaum en su libro “El ocaso de la democracia” (2020) nos da una pista final acerca de por qué el modelo historicista de inevitabilidad del progreso puede ser un concepto errado. A pesar de los obvios adelantos tecnológicos a nuestro alrededor, los instintos naturales del ser humano se mantienen en su esencia primitiva. Estos instintos incluyen preferir el orden y la predictibilidad más que al desorden y la incertidumbre, y la solidaridad tribal más que al universalismo. De cierta manera, Fukuyama alude a estos instintos al referirse a cultura, religión y nacionalismo como factores adaptando ideologías. Pero el argumento de Applebaum va más allá, puesto que implica que el ser humano tiende a preferir el autoritarismo por la promesa de orden predecible ejercido por una élite poderosa, en lugar de la realidad del desorden incierto de la democracia ejercido por una masa ciudadana heterogénea. Pero por la incapacidad de un régimen autoritario para satisfacer las necesidades crecientes de renovación y oportunidad de toda sociedad, y la consecuente represión creciente, el autoritarismo eventualmente revierte, o colapsa, hacia algún tipo de versión del modelo liberal, sea por reforma o revolución. La ola de nacionalismos antiliberales que recorre el mundo desde hace unos diez años es explicable como reacción al “fin de la historia” de 1989. Pero si algo nos enseña el final de la Guerra Fría es que la sociedad humana estará siempre condenada a repetir un ciclo pendular de versiones de autoritarismo a versiones de liberalismo, una historia sin fin.

Carlos J. Rangel, escritor, analista y consultor político, es autor de dos libros de ensayos sobre práctica y economía política, uno centrado sobre la campaña de Obama en el 2008, Campaign Journal 2008 (Routledge, 2009), y otro sobre el período en Venezuela a partir de 1998 hasta el 2017, titulado La Venezuela Imposible (Alexandria Publishing, 2017). 


VENEZUELA HOY Y SU NUEVO MAÑANA

 El 21 de noviembre de 2024, El Club de la Libertad, en Corrientes, Argentina, invit ó  a Carlos J. Rangel a hablar acerca de Venezuela, su ...