Autor, emprendedor, analista económico y político.
Artículos y Ensayos, tanto en español como en inglés, sobre la condición de Venezuela y otros temas de interés internacional.
Desde que se implementaron las políticas de control y cambio
social por el régimen de Chávez-Maduro en Venezuela, cerca de 40.000 personas han
sido asesinadas a sangre fría ya sea por "justificaciones" impulsadas por el afán
sectario ("divide y vencerás") del régimen enfrentando clases sociales del país [1]; durante las OLP, "operaciones de liberación del pueblo" esencialmente guerras
entre pandilleros; o en ejecuciones extrajudiciales de manifestantes y
opositores políticos – sobre el asfalto o en mazmorras. Eso, sin dejar de
mencionar el masivo éxodo migratorio de millones de venezolanos en búsqueda de
su felicidad (y de sus familias) en tierra extranjera.
Ese control y cambio social generador de víctimas ejecutado
por el gobierno, bajo la ilusión de tener la capacidad de conducir el pueblo
hacia un mundo feliz, es la antítesis de la libertad. Venezuela no es un país
libre. Venezuela no es un país en donde cualquier individuo pueda aspirar a crear
su propio futuro, desarrollando su potencial y su voluntad para tener una vida
mejor para sí y los suyos. Venezuela es un país en el cual la autoridad del
régimen de gobierno pretende dictar las reglas que le parezcan de un momento a
otro para implementar un férreo control sobre la sociedad, en esa vana ilusión
de crear Un Mundo Feliz. Y por eso hay oposición.
Todo ser humano tiene esa aspiración, la de crear una
mejor vida enfrentando las barreras y obstáculos naturales interpuestos por la
vida. Cada individuo busca oportunidades y maneras de sortear estos obstáculos
y barreras, creando distintos resultados individuales, pero mejorando la
sociedad como un todo por sus esfuerzos. El modelo de desarrollo y bienestar
social centralizado en un grupúsculo de planificadores pretendido por el
régimen no tiene ni la capacidad ni la flexibilidad de la gran multiplicidad de
individuos que conforman una nación; nunca podrá ser mejor que una sociedad en
libertad. Friedrich von Hayek, en entrevista realizada en Caracas (1981) [2] lo
decía de manera clara:
El sistema capitalista… debe [su] capacidad de adaptación a una
infinidad de variables impredecibles, y a su empleo, por vías automáticas, de
un enorme volumen de información extremadamente dispersa entre millones y
millones de personas … que, por lo mismo, jamás estará a la disposición de
planificadores. En el sistema de economía libre, esa información puede decirse
que ingresa en forma continua a una especia de supercomputadora: el mercado…
Allí es procesada de una manera no solamente abrumadoramente superior como
usted expresó, sino de una manera realmente incomparable con la torpeza
primaria de cualquier sistema de planificación.
Capitalismo y libertad van de la mano. A pesar de
haber intentos de “capitalismo planificado” en países como China, Cuba y la
misma Venezuela, típicamente son para efectos propagandísticos en el caso de
Mini/micro-empresas, mercados “negros” para solventar escasez e ineficiencias
de los mercados oficiales, o maneras de canalizar favores del y para el estado
– la corrupción a gran escala. En Venezuela este último grupo caracteriza a los
llamados “bolichicos”, entre otros calificativos. La arbitrariedad de cualquier
régimen bajo planificación central hace la amenaza de intervención o clausura una
espada de Damocles para cualquier entidad proto-capitalista permitida. En China,
Jack Ma y la intervención del estado en Ali Baba ejemplifica de manera clara esta autoridad arbitraria. En Venezuela se vio
recientemente con multas y clausura de hoteles, areperas o transportistas que cálidamente
acogieron o prestaron sus servicios a la líder opositora Maria Corina Machado
durante la campaña presidencial del 2024.
El régimen que gobierna a Venezuela pretende coartar
la libertad a cambio de una prometida prosperidad colectiva. Esa prosperidad se
ha basado en las promesas pasadas y futuras de la repartición controlada de
bienes y riquezas que el gobierno (¿mágicamente?) canalizará y distribuirá a la
sociedad como un todo. El régimen ha estructurado las instituciones y fuerzas
del estado basado en esa promesa inalcanzable del socialismo profundo: el gran
estado de bienestar. El pueblo venezolano ya no se come ese cuento.
El voto masivo con los pies por más de ocho millones
de venezolanos que han emigrado del país dice que ellos no se comen ese cuento
de la prosperidad futura prometida a cambio de la libertad. El voto en las
urnas electorales por más de siete millones de venezolanos bajo amenaza de
retaliación dice que ellos no se comen ese cuento de la prosperidad futura
prometida a cambio de la libertad. La oposición al régimen es una oposición a
las instituciones y modelo que éste ha creado y que han llevado a Venezuela al
despeñadero económico y social. La oposición no es de un partido a otro, como
usualmente es en sistemas democráticos. La oposición ni siquiera es acerca de
las metas sociales y económicas del país (aun cuando en el caso del régimen la
promesa de esas metas sean promesas vacías). La oposición es al modelo y
estructuras de poder que ha construido el régimen para mantenerse y enriquecerse
exprimiendo el sudor, sangre y sufrimiento de todos los venezolanos, incluso de
las familias y adeptos que en el pasado se tragaron el cuento de esa promesa (representado dramáticamente en el reciente cortometraje "La Verdad", con Elba Escobar).
El régimen y el modelo no solamente han sido
derrotados en las urnas electorales, han sido derrotados en el corazón y en el alma
de los venezolanos. Los dieciséis millones de venezolanos que han votado de
alguna manera u otra en contra de este modelo de fantasías dirigido por una
banda de criminales se mantienen unidos en el consenso de la necesidad de
restaurar la democracia y la libertad para lograr la paz y prosperidad de la
nación. El régimen está derrotado de mil y un maneras, pero hará todo lo
posible para aferrarse al poder. El régimen pensaba que con los trucos bajo la
manga que tenía, las elecciones del 28J serian un fraude invisible. Bajo el
liderazgo indiscutible de Maria Corina Machado, jugando con las reglas del
régimen, el régimen perdió de manera claramente visible. La juramentación
espuria de Maduro como presidente no lo protege de la marea opositora, de la
decisión soberana del pueblo venezolano. Dividirse ahora como pretenderían el régimen y la oposición cómplice, ceder ahora, es
permitir el desatar de una venganza terrible sobre el pueblo venezolano.
Ceder ahora es deshonrar la sangre y los gritos de las víctimas del régimen en
su inacabable afán de control y cambio. Ceder ahora es permitir una
corrupción que desvía los grandes recursos del país al bolsillo privado de esta
banda criminal que posiblemente piense que algún Genio (¿el G2?) le concedió el
deseo del toque de Midas; pero como aquel legendario rey, sucumbirá por su
propio orgullo y avaricia. Ante la
oposición, el régimen no puede detener la ola de cambio que se le rompe encima,
porque la oposición noes Maria Corina, Edmundo, Juan Pablo, Andrés, Delsa... la oposición es Venezuela, todos unidos, hasta el final.
[1]No olvidemos a HCF con eso de “ser rico es malo” o su proclamación al
conmemorar el 4 de febrero, en 1999, justificando socialmente al “delincuente
obligado”.
[2]La entrevista, conducida por el periodista y analista Carlos Rangel
el 17 de mayo, fue publicada en el diario El Universal en junio. Se incluye
como apéndice en libro de Carlos Rangel El Tercermundismo (Monte Ávila, 1982)
El 21 de noviembre de 2024, El Club de la Libertad, en Corrientes, Argentina, invitó a Carlos J. Rangel a hablar acerca de Venezuela, su estado actual y su futuro. Este es el discurso / ponencia de Rangel en el evento.
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Gracias a
todos los presentes, damas y caballeros, por participar en este foro, un evento
enfocado sobre el futuro y potencial de nuestras economías. Economías que
enfrentan gran incertidumbre ante las tensiones por el cambio. Cambio desde un mundo
esencialmente unipolar hacia uno en donde las potencias se disputan activamente
los centros del poder económico y político. Esas tensiones, que parecen
contradictoriamente aislacionistas e imperialistas simultáneamente, crean
aperturas aprovechables, incluso para una situación como la que vive mi país,
Venezuela. La oposición venezolana le agradece mucho a Argentina su
solidaridad con la causa y el albergue a nuestros compatriotas. Muchas gracias.
Quiero agradecer especialmente al Club de la Libertad y a su presidente,
Alberto Medina Méndez, por utilizar estos eventos para mantener viva la causa
de la libertad en Venezuela, y por su invitación a que yo compartiese por
algunos minutos con ustedes mis reflexiones sobre el presente y el mañana en
Venezuela.
El 28 de
julio de 2024 fue una fecha trascendental para Venezuela. Puede esperarse incluso
que en algún futuro posible, y manteniendo esa costumbre común de nuestros
países, alguna avenida, plaza o barriada sea nombrada con esa fecha; la fecha que
definitivamente evidenció el anhelo indiscutible de los ciudadanos venezolanos
de terminar el experimento chavista.
La propuesta
chavista era cambiar las estructuras económicas y sociales del país para lograr
igualdad y justicia social administrada mediante un fuerte gobierno central.
Bajo esa propuesta, el gobierno central asumía el control sobre los recursos
naturales y activos fijos del país, y la administración de su explotación. La
propuesta se basaba sobre la premisa de que Venezuela era un país rico, rico en
minerales básicos necesarios para la economía mundial. Con los amplios recursos
financieros obtenidos por ese control, el gobierno podría satisfacer las
necesidades de todos los venezolanos. Esa fue la promesa de Chávez.
Hay muchas
razones por las cuales ese experimento resultó en un gran fracaso. Pero la
razón fundamental es debido a su contradicción interna: lograr orden, igualdad
y justicia mediante el control central y absoluto de la sociedad y la economía.
Ese control eventualmente y necesariamente será autoritario, y es imposible
lograr igualdad y justica bajo esas condiciones. No solo Venezuela ha vivido la
tragedia generada por esa contradicción conceptual. Cuba, por no mencionar
otros, es otro gran ejemplo en nuestro hemisferio de autoritarismos de
izquierda con fantasías de utopías. Por supuesto la Unión Soviética, Corea del
Norte y China Comunista son ejemplos notorios en el mundo.
Sin embargo,
no debemos descartar ese otro vértice ideológico cuyos resultados igualmente
resultan en fracaso: el autoritarismo de derecha. Fracaso de otra índole, pero
en la misma familia. Las contradicciones estructurales de esta otra propuesta
autoritaria también estancan a la sociedad enquistando oligarquías, sean
civiles o militares. Esto lo hemos visto en el pasado de Latinoamérica y el
Caribe: en el Paraguay de Stroessner, la Nicaragua de Somoza, el Haití de Papa
Doc, hasta en el México de Porfirio Díaz a principios del siglo pasado, cuando Civilización y Barbarie se confundían fácilmente; y alrededor del mundo con el
Irak de Hussein, el Irán del Chá, y tantos otros ejemplos frecuentemente
citados por la izquierda y que ustedes han oído. Hoy día incluso estamos
viendo lo que podemos calificar de autoritarismo de derecha en países como
Rusia y la China actual, con creciente desigualdad, tiranía y economías en
descenso estructural, buscando su rescate mediante la expansión imperialista.
Al igual que las de izquierda, las élites dirigentes de derecha pretenden
mantener sus privilegios eternamente, viviendo esa fantasía de Voltaire de que
viven en el mejor de los mundos posibles, y que todo cambio es innecesario,
indeseable y peligroso.
Esto ocurre
por igual tanto en los autoritarismos de derecha como en los de izquierda.
Ambos han creado un mundo para sus élites con privilegios basados en rentas
monopólicas, sean del estado o de los oligarcas, acumulando poder y activos. Un
mundo que quieren mantener, conservar a toda costa; es decir son conservadores.
Todo mandato autoritario es conservador, viven en su mejor mundo posible y no
quieren que cambie. Venezuela tiene un gobierno conservador, al igual que Cuba.
Irán, Hungría, Rusia y China. Son variaciones de la combinación mandato
autoritario / capitalismo, o mandato autoritario / comunismo. Combinaciones
destinadas al fracaso económico, social, conducentes a gran descontento popular
con la consecuente represión totalitaria. Represión que va desde la pasiva
mediante fraudes electorales y control de medios, hasta las activas con
milicias, prisión, tortura y muerte.
Hayek nos
instruye para entender mejor esta dicotomía derecha / izquierda en su “Postdata
a Fundamentos de la Libertad”. Hayek denuncia tanto a la extrema derecha como a
la extrema izquierda por ser ideologías que buscan suprimir la individualidad
para asumir el control de la sociedad. Ese control se basa en el supuesto de que
el bienestar colectivo es mejor entendido por su élite de ideólogos que por un
individuo cualquiera en búsqueda de su bienestar propio; que ciertos elementos,
anhelos o “perversiones” de esa individualidad es mejor controlarlos en aras
del bienestar colectivo. Por eso, esos ideólogos de derecha o de izquierda
proponen leyes, reglamentos y acciones que coartan la libertad. Esa intelligentsia
de izquierda o de derecha pontifica que ella es la que mejor sabe lo que es
mejor para cada quien en aras del bienestar social.
Todos esos
son experimentos destinados al fracaso y al rechazo, como lo demostró Venezuela
el 28 de julio. Ese día la ciudadanía venezolana dijo “ya basta”. Dijo que el
experimento chavista, ni nada que se le parezca, no solucionaba la desigualdad,
ni mejoraba la vida, ni ofrecía futuro; dijo que el experimento chavista
quebraba familias y generaba miseria; dijo, utilizando la poderosa voz del voto
democrático de cada uno, que la élite chavista no merecía su confianza ni merecía gobernar.
El 28 de julio, los ciudadanos venezolanos optaron por ese concepto difuso de
“libertad”, uno de esos conceptos que a veces uno no sabe qué es exactamente,
pero que si sabe cuándo no la tiene.
Anteriormente
he tenido la temeridad de definir la libertad como la condición bajo la cual un
ser humano tiene la oportunidad de desarrollar su pleno potencial como tal. Un
gobierno que busca controlar a cada individuo para obligarlo a aportar su
esfuerzo y mente al modelo que dicho gobierno prescribe como ideal, no es un
gobierno apegado a la libertad. Contra eso, y a sabiendas que la opción era un
salto al vacío, que ese voto sería el comienzo de un proceso de restauración
que no sería fácil, los ciudadanos votaron masivamente y con alegría por
Edmundo González Urrutia, quien simboliza y unifica el anhelo de libertad del pueblo
venezolano. Venezuela optó por democracia y libertad. La oportunidad de hacer
mejor vida.
La dicotomía democracia
/ autocracia existe desde hace siglos, y cuando el anhelo democrático ha prevalecido,
la humanidad ha prosperado, ha progresado. El afán de superación individual es una
sublimación del instinto natural de supervivencia, y se manifiesta en emociones
como la codicia y la ambición las cuales, de por sí, no son malas, como diría
Gordon Gekko en “Wall Street”. O mejor, como argumentaría durante aquel momento
del despertar liberal del S. XVIII Adam Smith: cuando existen las condiciones
para que cada individuo busque, persiga, trabaje por su mejora personal, toda la
sociedad mejora. Es decir, el capitalismo es un mecanismo eficiente que utiliza
la libertad para mejorar la sociedad como un todo. El capitalismo se contrapone al mercantilismo,
cuyas diferencias esenciales son que el primero se basa en la creación de la riqueza,
el otro en la acumulación de la riqueza. El comunismo es la manifestación
moderna de la mentalidad mercantilista, enfocado en la distribución de lo que para
su modelo es un recurso limitado, la riqueza, la cual extrae como renta, sea de
la naturaleza o de la sociedad, hasta agotarla.
Sociedades
que han experimentado con esa idea de la distribución de la riqueza como base
fundamental para generar bienestar social han fracasado en esa meta, y algunas
ahora experimentan con lo que se puede describir como mandato autoritario con
capitalismo; Rusia, China, Hungría, e incluso, con tanteos y asomos, en
Venezuela. En Cuba han habido innumerables “procesos de apertura” permitiendo
microempresas y otros experimentos.
Pero bajo
regímenes autoritarios, estos intentos proto-capitalistas están destinados al
fracaso, solo refuerzan al régimen. He definido recientemente al mandato
autoritario como aquel en donde los seres humanos sobreviven y prosperan dependiendo
de los caprichos oportunistas de un régimen cuyo centro ideológico es el
derecho legítimo de concentrar el máximo poder en su líder. Dicho con el
viejo refrán popular, tal vez revelando alguna simpatía de nuestras culturas por
el mandato autoritario: “el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo
cobija”. Pregúntenle a Jack Ma, el fundador de Ali Baba, que tal funciona
eso.
Depender del
capricho oportunista, de la sombra reconfortante, de un líder autoritario, aun cuando
dicho líder haga aperturas hacia el capitalismo, es una propuesta peligrosa
para cualquier individuo. Más aun, es ineficiente para una sociedad e insostenible
a largo plazo.
Es esa
combinación de democracia con capitalismo la que genera riqueza, y tiene la capacidad
de renovación y regeneración que con mayor efectividad y eficiencia incrementa
el llamado bienestar social. La propuesta ganadora en las elecciones
presidenciales de Venezuela, la aceptada por más de tres cuartas partes de los
que pudieron votar, fue democracia con capitalismo, la combinación que ha
generado la mayor prosperidad de las naciones y el mundo desde su surgimiento
en el S. XVIII.
En
conversaciones y comunicaciones con ciertas personas del liderazgo opositor mucho
antes y después del 28 de julio, estábamos claros de que las elecciones
presidenciales, aun siendo clave, no eran sino un paso, una etapa más en la
restauración de la democracia en Venezuela, al igual que lo había sido el 22 de
octubre del año pasado, el día en que las primarias opositoras ratificaron la
dirigencia indiscutible de Maria Corina Machado como su líder. Desde hace más
de dos años ya habíamos planteado la necesidad de obtener la prueba en las
mesas electorales de la victoria de la oposición democrática en las elecciones
presidenciales. Esta estrategia, implementada tácticamente con los “comanditos”
recabando evidencias, ha demostrado fehacientemente, ante cualquier persona u
organismo independiente, que Edmundo González Urrutia es el presidente legítimamente
electo de Venezuela. Desde la noche del 28
tengo la costumbre de revisar periódicamente la página web del Consejo Nacional
Electoral, del CNE. Aquel día la página se cayó alrededor de las 8PM, si
recuerdo bien. El régimen culpó a la oposición de hacer un jaqueo que había
tumbado la página. Esa excusa, o revela una ineptidud abismal por el equipo
técnico del CNE, y sus aliados internacionales, o es una mentira más grande que
cualquier nariz imaginable de Pinocho puesto que hasta el día de hoy, casi
cuatro meses después, sigue caída esa página.
La estrategia
para llegar hasta el final se mantiene en pie. Todas las piezas están donde
deben estar y están encajando como deben encajar. El régimen ha reaccionado a
la revelada desnudez de su descarado fraude con el desespero y temor de una
bestia acorralada, lanzando gruñidos, zarpazos y dentelladas. Sus 200 presos
políticos de costumbre, por coincidencia el mismo número que mantenía el tirano
Rosas, los ha multiplicado por diez. Actualmente en las cárceles, mazmorras, y
sótanos ocultos de la tiranía hay alrededor de 2000 personas detenidas con
cargos espurios de incitación al odio, a la violencia y al terrorismo, cargos
levantados por alzar su voz defendiendo la soberanía popular manifestada el 28
de julio. A esos 2000 se le suman centenares, miles de personas atemorizadas,
refugiadas, exiladas por la persecución del régimen, por estar “en la lista”;
persecución y prisión que ha resultado en muertes, escalando la violencia
criminal del régimen. Recordando a Winston Churchill, ante la lucha contra la
sanguinaria tiranía solo puede prometerse sangre, trabajo, lágrimas y sudor
hasta lograr la victoria, la libertad. Estos héroes venezolanos son héroes de
la libertad.
Por favor, un momento de
silencio para los caídos.
La comunidad
internacional ha sido pieza clave en debilitar y deslegitimar al régimen. El desconocimiento,
incluso por supuestos aliados vecinos, del resultado "oficial" de las elecciones
se mantiene como columna principal de la fuerza opositora; los homenajes y
reconocimientos internacionales a la líder opositora fortalecen su posición
como tal; la diplomacia experta del presidente electo en países y organismos
internacionales acorralan cada vez más a las élites de la tiranía. No voy a decir en este foro que hay
negociaciones en curso con algunos miembros de esas élites tiranas. No lo voy a
decir. Las elecciones presidenciales en
los EE.UU. hace unas semanas aclaran vías en esas negociaciones que no están
ocurriendo con algunos miembros del régimen; esos que ven con anhelo alguna
playa distante y tranquila, con familiares y amigos cercanos a su lado, lejos
de hogueras, horcas y muchedumbres enardecidas. Aquellos dentro de las élites
del régimen que no ven esa negociación, que no está ocurriendo, es probable que pronto
se percaten de que rechazaron una oferta que no podían rechazar. Porque ya
están del lado equivocado de la historia.
Esquilo, hace unos dos mil quinientos años, nos decía: “es enfermedad que
llega con toda tiranía, la de no confiar en amigos”. Sabemos por qué.
La historia
nos ha demostrado que la combinación democracia / capitalismo es la combinación
que genera mayor prosperidad. La historia nos ha enseñado también que la
democracia es un torbellino de ideas permanente, un agitar creativo indetenible,
un ir y venir circular de propuestas, riñas entre lideres con opiniones contradictorias;
una apariencia de caos constante, con contiendas electorales donde los
vencedores se creen dueños de la razón, la verdad y el mundo, y los perdedores se
rasgan las vestiduras y se halan los cabellos -- hasta la próxima elección.
Ante el caos
y la incertidumbre permanente de la democracia la ilusión del mandato autoritario
que promete orden y certeza es tentadora. Todo aquel que dice o escribe que la
democracia está en peligro tiene razón, siempre. Pero la democracia vale la
pena; la historia nos ha enseñado que es ella en combinación con la libertad la
que genera paz y prosperidad en las naciones, y por eso vale la pena luchar por
ella. Todo esto nos hace recordar nuevamente a Churchill, quien calificaba a la
democracia como el peor de los sistemas de gobierno, salvo todos los demás.
Las élites
del régimen venezolano, esas élites conservadoras, mercantilistas, monopólicas,
tiránicas que pretenden aferrarse al poder y someter al país están del lado
equivocado de la historia. Su visión de su mejor mundo posible se derrumba y
algunos todavía le hacen caso cándidamente al bla bla bla del profesor Pangloss,
todos los profesores Pangloss en sus medios. Pronto despertarán en el nuevo mañana de
Venezuela, el nuevo mañana; porque la historia también nos ha lo enseñado: tiranías
eternas no son.
La confianza es esencial en las
relaciones humanas y de sociedad. Como meros individuos, somos débiles ante las
fuerzas formidables opuestas a nuestras metas y mera existencia, y la unión que hace la
fuerza para enfrentar esa oposición se basa en la confianza mutua de cada
miembro de dicha unión.
Durante semanas (y meses) recientes hemos escuchado de parte de políticos venezolanos de oposición, y de la misma Comisión Nacional de Primaria, que con la confianza ciudadana se saldrá del régimen autoritario que asola a Venezuela. En el caso de la CNP el llamado parece sincero. En el caso de ciertos políticos, parece ser un llamado a la confianza en un solo sentido, es decir, celebran nuestra confianza en ellos pública o privadamente, pero no necesariamente confían en nosotros. Eso es entendible por un condicionamiento pavloviano, reforzado por 25 años de un sistema basado en la desconfianza y recelo mutuos. La fortaleza de un régimen autoritario crece a medida que la confianza colectiva disminuye. Todo líder autoritario busca sembrar la desconfianza, porque de esa manera cercena la libertad. Hemos visto, no solamente en Venezuela, como facciones e intereses que buscan debilitar democracias repetidamente tratan de socavar la confianza en instituciones básicas y sistemas electorales. Destruyendo la confianza se destruyen democracias.
La semilla perenne del totalitarismo
germina en la ansiedad generada por el desorden democrático que se presume ser
incapaz de ejecutar acciones decisivas y efectivas. La tendencia natural del ser humano es
preferir al orden predecible que la incertidumbre caótica. Durante milenos,
ese orden fue mantenido por autócratas, algunos benevolentes otros no tanto, y
cualquier cuestionamiento a ese orden era sofocado, o por la presión familiar o
social de pares inmediatos o por la represión del tirano de turno. La amplia
difusión, sobrevenida con la revolución liberal del S. XVIII, de la idea de que
es posible alterar el orden existente (individual o institucional) cambió de
manera radical las expectativas. Para las autocracias amenazadas por esa
revolución de expectativas una de las mejores maneras de debilitar a sus opositores es
generar y cultivar la desconfianza.
Se explica así el desarrollo de la debilidad de la oposición en Venezuela. Apoyado por la
destrucción de la confianza en el estado de derecho (legado de la era
democrática por aquellos con interés de mantenerla débil), el chavismo recupera y se nutre de los antecedentes autoritarios del país (que en sus más de 200 años si acaso habrá tenido unos 45 de gobiernos basados en ideas
liberales democráticas) destruyendo la confianza en el sistema institucional
electoral mediante desinformación, amenazas, chantaje, extorsión y soborno, para
minar la confianza de la ciudadanía sobre el sistema democrático en general y
la oposición en particular. En este ambiente, cada agrupación o facción de “la
gran tolda opositora” termina desconfiando de cada otra o incluso de actores independientes,
suponiendo agendas ocultas, nefastas, y posiblemente complicitas. La acumulación in
crescendo de teorías conspirativas, cada vez más inverosímiles si se
analizan con un mínimo de sentido común, alimenta esa desconfianza y tiene
origen en agentes que buscan socavar la oposición al orden que ellos desean
imponer. De esta manera el régimen, al nutrir la desconfianza, divide y debilita
a la oposición.
Voltaire nos dejó como legado
una palabra que se utiliza frecuentemente por aquellos que se aprovechan de la
desconfianza para sus propios fines al describir a sus blancos: cándido. En
venezolano criollo se utiliza la palabra “pendejo” de manera similar,
para identificar aquellas personas cuyas ilusiones, creencias, valores personales e
información incompleta los hacen fácil blanco de artimañas y manipulación
basadas en la traición de la confianza (o manipulados para creer en esa traición).Es un punto de honor personal no ser
calificado de “pendejo” (o su equivalente en otros países e idiomas). Nadie
quiere ser uno, por lo cual, en condiciones de bajo control social y débil estado
de derecho, desean ser lo opuesto: el “vivo” que se aprovecha de la
confianza del más pendejo. En Venezuela esta dualidad está altamente compenetrada
con la cultura por el largo legado autoritario del país, y la consecuente debilidad del estado de derecho, pero en otros países
también se ve, o se ha visto en el pasado, cuando lideres populistas en afán y
promesa de control (autoritario) establecen la existencia de un grupo, típicamente fácilmente
identificable étnicamente y minoritario, que se está aprovechando de aquellos
que se autoidentifican con el líder populista. El populista le promete a sus
partidarios que ya no serán aprovechados como “pendejos” por los “vivos” que
los han explotado y agraviado de una y mil maneras, quitándoles lo suyo injustamente mediante su orden de leyes y costumbres “correctas” que les desfavorecen. Para lograr la redención de esos agravios sus partidarios deben
confiar únicamente en el líder y desconfiar de todo aquel que lo cuestione,
desde opositores comunes, hasta medios de comunicación o instituciones del sistema que el líder no controla, cuestionando así el estado de derecho.
Parece a veces sutil la diferencia, pero no lo es. Un opositor democrático busca crear,
construir y mantener confianza generalizada en ese sistema y sus representantes,
mientras que un opositor autocrático, busca destruir esa confianza, acumulando
una semblanza de ésta (es decir, sin reciprocidad) en su propia persona. El líder
es el pueblo (“el pueblo soy yo”), y si atacan al líder, atacan al
pueblo.
He visto personalmente la
destrucción de la confianza que ha logrado el régimen autocrático en Venezuela.
En conversación reciente con un líder de campaña, me comentaba cómo muchos se le acercan para prometer ayuda una vez que el candidato fuese victorioso – es
decir, una vez instalado en el palacio presidencial – pero nadie parecía ofrecer
verdadera ayuda inmediata. En otras conversaciones, con otros altos dirigentes
hace unos largos meses, el consenso entre estos parecía ser la inevitable
continuidad del régimen y la renuencia a declarar favoritismos, no fuera que
alguien se lo echase en cara después en algún momento inoportuno. Públicamente es
notoria la desconfianza entre los lideres de la oposición que genera
incertidumbre entre la ciudadanía acerca de la realidad de un movimiento
opositor unido que resulte en el fin del régimen autoritario existente en
Venezuela. Nadie quiere ser el más pendejo que se quede con la papa caliente.
Tener instinto de
supervivencia e interés propio es una expectativa razonable, y los políticos y
élites de influencia tienen todo el derecho a tener ese instinto. La suma de
los intereses propios de los miembros de una sociedad beneficia el interés
colectivo de esa sociedad. Esa fue la revolucionaria idea del capitalismo de
Adam Smith.[1] En
Venezuela, el interés propio de cada político de oposición se apoya en la
desconfianza que cada uno tiene de cada otro. Es de esperarse que dicho interés
a la larga seria favorable para el interés colectivo de la oposición, separando
a los verdaderos opositores de los cómplices del régimen, para agruparlos en un
objetivo común: restaurar la democracia en Venezuela. Pero, nadie quiere ser el
más pendejo. La descalificación sembrando la duda, teorías conspirativas, y
ataques ad hominem es de esperarse de los defensores del status y del
orden existente, incluyendo dentro de ese orden el papel de la oposición como
comodín del régimen. Es enervante cuando viene de opositores calificados por ser de obvia utilidad para la continuidad de esas condiciones existentes. Ante esta situación, los lideres opositores celebran que
se les dé confianza pública por ciudadanos comunes o destacados, pero son
renuentes a otorgarla, pareciendo que consideran esa confianza depositada como una confianza suma-cero; es decir si ellos la tienen otros no la tendrán. Francamente, parecen no confiar sinceramente en su
propia base electoral, parte de ese reflejo condicionado desarrollado bajo
autoritarismo que perdurará durante largo tiempo como tara cultural, aun si
se logra cambiar el régimen chavista, exacerbando la dualidad vivo/pendejo. Muchos no confían ni confiarán nunca ni siquiera en el Cristo bajado de la cruz.
El votante en este escenario tiene como instrumento de su confianza el voto. El voto, en un sistema democrático liberal, es la expresión afirmativa del derecho al libre pensamiento. Es la confianza depositada por el votante en el sistema de gobierno que rige los destinos de su nación, y su subscripción a la idea de que dicho sistema es favorable a sus intereses y valores. El candidato que acepta participar en este proceso electoral busca recibir esa confianza y hace lo posible por obtenerla. La decision básica del votante es si el sistema, proceso, propuesta y candidato se merecen o no su confianza.
Si el candidato rechaza la
confianza en el sistema es difícil esperar que el ciudadano la tenga. Para cada
candidato en cada elección su campaña es un esfuerzo por crear y acumular
confianza, tanto en el sistema y proceso como en su persona como estandarte de
los mejores intereses de la sociedad. Dichos intereses a veces no tienen beneficio
inmediato en la ciudadanía, pero los mejores políticos en la historia no han
sido los que sobre prometen y medio cumplen. Winston Churchill, famosamente dijo
que solo podía ofrecer sangre, trabajo duro, lágrimas y sudor para recuperar a Inglaterra
del momento en que estaba a punto de sucumbir como nación independiente. Su
gestión, guiando a su nación a través de la guerra, se reconoce como exitosa, a
pesar de haber perdido el poder personalmente, y su partido el gobierno, después
de la guerra. Así funciona la democracia: como un desorden caótico generador
de creatividad y bienestar creciente que permanentemente cuestiona el statu quo.
Un sistema que sólo puede subsistir con la confianza de la ciudadanía en el
mismo. Sobre prometer y medio cumplir no crea ni construye confianza.
Para ganar la mayoría
necesaria para la victoria, candidatos con frecuencia se enfrentan a un dilema
de Nash. Los opositores en contienda siempre tienen la opción e incentivos de hacer algo más a favor de sus intereses propios percibidos que a los del interés común posible. Particularmente
en el caso de la oposición en Venezuela es visible este dilema, en donde
opositores juegan para “ganarse la confianza” de los electores socavando al
opositor (abierta o subrepticiamente) que tiene el mismo objetivo: derrocar la tiranía y formar un nuevo gobierno. La
restauración de la democracia en Venezuela difícilmente se logrará sin una oposición
unida que confíe mutuamente en el deseo y objetivo común de cada uno de sus
participantes: recuperar el sistema de contienda libre democrática - el mejor interés común posible. Vemos también
con alarma el uso del sobre prometer electorero (o simplemente no rectificar la expectativa de una sobre promesa imaginaria) en una situación donde
la recuperación de la nación es una tarea que solo puede arrojar resultados tras
un esfuerzo descomunal de participación ciudadana; un esfuerzo, sí, de sangre,
sudor y lágrimas, que nadie parece reconocer, vaticinar y mucho menos solicitar,
por lo cual estas sobre promesas electorales difícilmente llegarán incluso a
medio cumplirse. Esto es síntoma de la falta de confianza de los lideres políticos
en la ciudadanía. La recuperación de la nación no será posible sin
que la coalición que emerja victoriosa confíe en la ciudadanía del país.
Se podrá discutir mucho sobre
la cabeza de un alfiler acerca de la gestión de Carlos Andrés Pérez, y particularmente
de su segundo periodo. Lo que no se puede negar es que él fue un líder que confiaba
en la ciudadanía y en la fortaleza del sistema democrático, y que trató de enrumbar el país
hacia un sistema con libertades crecientes basado en esa confianza. Pequeños intereses
y rivalidades, basándose en expectativas imaginarias, traicionaron esa confianza. Pero aquellos que se le opusieron están ahora en el escarnio histórico y CAP es recordado como un gran político
cuya gestión fue positiva. Él encarnó la esencia de un optimista en el futuro de
su nación. Hoy día demasiados políticos a
nuestro alrededor se comportan más como el analista que prefiere ser (casi por definición) un pesimista
sorprendido que como el líder democrático trascendente, que siempre será (casi por
definición) un optimista decepcionado. La restauración de la democracia y la
recuperación del país solo será posible si la verdadera confianza mutua entre
todos, líderes y ciudadanos, logra la unión por el futuro posible de Venezuela.
De no ser así, este proceso es puras pendejadas.
[1]Lo que ha venido a llamarse
“fase tardía del capitalismo”, caracterizada por oligopolios manipulando la
economía, contradice esa idea básica que estableció Smith, que veía como fuerza
centrípeta del beneficio económico a los monopolios y oligopolios,
estructuras de mercado que son el "agujero negro" de las fuerzas del libre mercado. El equilibrio óptimo de las fuerzas del libre
mercado restringe el colapso del mismo ante las fuerzas monopólicas naturales
del éxito comercial mediante incentivos y protección a la libre competencia. Entiéndase
por monopolios y oligopolios también la creación del llamado “capitalismo de
estado”, excusa para crear un aparato estatal gigante e improductivo modelado
bajo las ideas del control de los medios de producción para enriquecer el
estado, es decir, el orden comunista con su consecuente pérdida de la libertad
(para ejemplificar el orden impuesto ver “Carlos Alberto Montaner y su
concepto de la libertad” en este mismo blog).
Un equipo periodístico desarrollando una nueva plataforma de difusión de ideas me solicitó un ensayo acerca de lo que yo pensaba fue el evento politico más importante en la década de 1980-89. Lo primero que vino a mi mente fue, por supuesto, la caída del Muro de Berlín. Pero este evento aislado no es suficiente para entender su contexto, por lo cual terminé desarrollando el siguiente texto acerca del final de la guerra fría, que impactó e impacta el globo hasta nuestros días.
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El Final de la
Guerra Fría
Incuestionablemente,
el evento más importante en el mundo de la política internacional ocurrido durante la
década de los ochenta fue el final de la Guerra Fría, una situación de
conflicto internacional que hoy en día nos resulta casi imposible de imaginar. Esta
guerra se inicia a finales de los ’40 y, si fuéramos a ponerle fecha, cuando la Unión Soviética hace detonar
su primera bomba de hidrógeno, el 29 de agosto de 1949. El conflicto de
ideologías sobre la mejor manera de organizar una sociedad para generar el
mayor bienestar colectivo fue liderado por las grandes potencias militares y
económicas del momento, los EE.UU. y la Unión Soviética (una confederación de quince
países controlados por la central del partido comunista soviético, en Moscú).
En 1960, al separarse la República Popular China de la hegemonía soviética por
conflictos de liderazgo, este tercer país lidera un frente más en esta pugna. La
Guerra Fría dividió familias y activó ejércitos alrededor del mundo, desde el
sureste asiático, y el medio oriente, pasando por África y las Américas, llevando
el mundo dos veces, al menos, al borde del infierno nuclear.
El año 1989 marca
el final de esta guerra con dos incidentes que lo señalan claramente: la
masacre de la Plaza Tianamen el 4 de junio, y la caída del Muro de Berlín, el 9
de noviembre. Estos eventos, transformadores de las sociedades que los
albergaron, son indicadores de lo que Francis Fukuyama llamó en su famoso ensayo de 1989 (luego desarrollado en un libro) como "¿El Fin de la Historia?".
Fukuyama fue uno de muchos que celebraron la victoria del liberalismo
democrático sobre el marxismo leninismo: el doloroso parto de una nueva era
democrática en el mundo. Escoge el título de su ensayo para recordarnos que en 1848,
en el Manifiesto Comunista, Karl Marx (quien a su vez deriva este concepto de
Hegel), declara que la historia llegará a su fin cuando una ideología que resuelva
las tensiones dialécticas entre el capital y el trabajo sea la dominante, y la
sociedad sea una homogeneidad en la que cada quien aporta según su capacidad y
cada quien recibe según su necesidad: el paraíso en la tierra de la sociedad
comunista. En la idea original de Hegel, todo conflicto derivado por tensiones
internas de la sociedad se va resolviendo a medida que progresa la historia. Marx
argumenta que el conflicto primordial es la relación capital-trabajo y Fukuyama,
manteniendo este ideario historicista, argumenta que dicha relación ha sido
resuelta, 140 años después, por la democracia liberal por la manera demostrable
en que genera mayor bienestar que el marxismo-leninismo y que aquella ideología
alterna, ya vencida, el fascismo.
Los eventos de
aquella década en China y la Unión Soviética parecen confirmar el análisis de Fukuyama,
con su conclusión de que a finales de los ‘80 no hay ideología alterna al
liberalismo promovida por una potencia mundial que logre ese ansiado final de
los conflictos humanos. Los apegados a esas otras ideologías desechadas serán países
de poca relevancia y algunos académicos de salón. La reversión constitucional iniciada
por Gorbachov, el líder soviético de la era, se fundamenta en principios
liberales, y China, al incorporarse a la Organización Mundial del Comercio
mediante estatus temporal de “Nación más Favorecida” en 1980, inicia su etapa de
apertura internacional, con los cambios culturales y de mercado que eso implica,
aparte de cambios internos permitiendo comercio privado. Es decir, los grandes
rivales en la Guerra Fría aceptan un tipo de sociedad modelada por la ideología
liberal y el capitalismo debido a que sus líderes reconocen las fallas y contradicciones internas
de sus sistemas. Ayudan, pero no son factor decisivo los liberalismos de Ronald
Reagan y Margaret Thatcher, que hacen eco en las poblaciones con expectativas
de cambio ante la corrupción creciente de sus propios sistemas
de gobierno. Es allí que se origina la energía de esas poblaciones que hizo
caer el muro y movilizó masas en China.
Una vez aceptada
la premisa de que el modelo único, ideal y homogéneo es alguna versión de
liberalismo centrada sobre la protección legal del derecho universal a la
libertad y el consentimiento de los gobernados, se pueden dividir los países entre
aquellos en la “post-historia” y los que permanecen en la historia. Es decir,
los que han aceptado la democracia liberal como modelo social y los que todavía
no lo han hecho. Todo conflicto entonces se limitará a la mejor distribución económica
de los mercados bajo las reglas del liberalismo (incluso en sociedades con un gran sector
público). Esta promesa historicista es seductora, pero probablemente es tan quimérica
como la ilusión del paraíso comunista. El mismo Fukuyama admite que las fuerzas
intrínsecas de una cultura pueden ser permanentemente contradictorias, pero las
considera de naciones viviendo todavía en “la historia”. En particular indica como
posibles tendencias innatas para el modelaje de una sociedad la religión y el
nacionalismo. Como hemos visto en las décadas desde su tesis originaria, estas
tendencias son indiscutiblemente modeladoras de sociedades e incluso, como en
el caso de la Rusia de Putin, pueden hacer que un país se revierta al modelo
fascista bélico expansionista.
La euforia de
aquella victoria en la Guerra Fría contrastada con la situación del mundo actual
nos hace reflexionar acerca del conflicto de fondo, y que no es necesariamente el
de comunismo vs. capitalismo. Observar a Rusia y China son una primera pista: a
pesar de tener capitalismos en formas híbridas, su capacidad de renovación
democrática es nula y las élites autocráticas se aferran al poder. ¿Sera
posible entonces que la verdadera dicotomía antagónica sea entre autoritarismo
y democracia? Como segunda pista propongo un experimento mental: imaginarnos la
existencia en conjuntos de pareja al autoritarismo y la democracia, con el capitalismo y el socialismo. La
única combinación conceptualmente absurda es autoritarismo democrático (o
democracia autoritaria), que es lo que pretenden ser países como Corea del
Norte, o el Irak de Hussein donde líderes son electos con el 100% de los votos.
Para estos países, la excusa de pseudo ideologías marxistas o nacionalistas
sirven a sus élites para mantenerse en el poder.
Anne Applebaum en
su libro “El ocaso de la democracia” (2020) nos da una pista final acerca de
por qué el modelo historicista de inevitabilidad del progreso puede ser un concepto
errado. A pesar de los obvios adelantos tecnológicos a nuestro alrededor, los instintos naturales del ser humano se mantienen en su
esencia primitiva. Estos instintos incluyen preferir el orden y la predictibilidad más que al desorden y la incertidumbre, y la solidaridad tribal más que al universalismo. De cierta
manera, Fukuyama alude a estos instintos al referirse a cultura, religión y nacionalismo
como factores adaptando ideologías. Pero el argumento de Applebaum va más allá,
puesto que implica que el ser humano tiende a preferir el autoritarismo por la promesa de orden predecible ejercido por una élite poderosa, en lugar de la realidad
del desorden incierto de la democracia ejercido por una masa ciudadana heterogénea. Pero por la
incapacidad de un régimen autoritario para satisfacer las necesidades crecientes de renovación y oportunidad de toda sociedad, y la consecuente represión creciente, el autoritarismo eventualmente revierte, o colapsa, hacia algún tipo de versión
del modelo liberal, sea por reforma o revolución. La ola de nacionalismos antiliberales
que recorre el mundo desde hace unos diez años es explicable como reacción al “fin de la historia” de
1989. Pero si algo nos enseña el final de la Guerra Fría es que la sociedad
humana estará siempre condenada a repetir un ciclo pendular de versiones de
autoritarismo a versiones de liberalismo, una historia sin fin.
Carlos J. Rangel, escritor, analista y consultor
político, es autor de dos libros de ensayos sobre práctica y economía política, uno centrado sobre
la campaña de Obama en el 2008, Campaign Journal
2008 (Routledge, 2009), y otro sobre el período en Venezuela a partir de
1998 hasta el 2017, titulado La Venezuela Imposible (Alexandria
Publishing, 2017).
Hace casi sesenta años, una generación de venezolanos se manifestó en contra
de un gobierno que coartaba participación, limitaba oportunidad y detentaba las
herramientas del poder con aras a mantenerse en el mismo. Esta generación
originaria contaba con líderes e intelectuales provenientes de múltiples
sectores; que habían sido perseguidos y asediadados; forzados a la clandestinidad
o al exilio por decreto o por principio; con venezolanos de larga data, de
generación reciente y de adoptivos.
Algunos de estos originarios habían participado
en el primer experimento democrático de la segunda mitad de la década de los
‘40 y reconocieron los errores de ese período, tratando de corregirlos y ser
más incluyentes en este nuevo intento democrático. Todos ellos veían en el país
un gran potencial de futuro al alcance de la mano y aquel gobierno de turno, transformado
en régimen de dictadura, mantenía los rezagos del personalismo haciendista del
pasado. Al sacudirse de ese régimen, y ante la oportunidad de reconstruir las
bases de la república los principios liberales de estos originarios incluyeron:
Protección
de la dignidad humana
Igualdad
de oportunidad
Igualdad
ante la ley
Respeto
a las minorías
Libertad
de expresión tanto en voz como en voto
Derecho
a la propiedad individual
Estos principios parten del derecho universal a
la libertad, derecho fundamental adquirido por todo ser humano nacido en esta
tierra. Estos principios fueron base de constitución, gobierno e ideología de
la hoy llamada “Cuarta República.” Como todo principio idealista, fueron metas
a lograr, a perseguir y por luchar. Su implementación incluyó la supeditación
de las fuerzas armadas a la sociedad civil (incluyendo separación en forma e
institución de las FF. AA. del mundo político), la representación proporcional
de las minorías políticas, la no reelección inmediata, y la Independencia del
poder judicial, entre otras.
Los años sesenta fueron un período de
transición con atentados contra esa promesa de futuro tanto por agentes
externos, títeres de la guerra fría, como por agentes internos con ambiciones
de poder, reforma unipersonal y costumbres caudillescas. Ante estos embates,
los originarios tomaron atajos institucionales y debilitaron sus principios
base, infringiendo libertades y derechos, alienando minorías, suspendiendo
garantías a conveniencia, y alimentando demagogias y populismos tanto a su
favor como en su contra, llevando eventualmente a una crisis de madurez
política.
Sin madurez política no existe desarrollo
posible. La madurez política consiste en proteger los principios universales
sobre los cuales se basa el Estado. El desarrollo consiste en estructurar un sistema
que permita al individuo maximizar su potencial posible ajustado a esos
principios y a los derechos humanos y sociales del hombre. El deber primordial del
Estado es defender dicho sistema y crear las condiciones que permitan oportunidades
para ese desarrollo individual, semilla del desarrollo nacional.
Hemos visto lo que la falta de madurez política
nos ha traído. Líderes políticos aprovechando su posición, otorgada de buena fe
por el pueblo elector, traicionaron los principios de defender el estado de
derecho y de crear condiciones de oportunidad individual. De esta manera la
nación fue llevada a las condiciones en las que se encuentra hoy, tres
generaciones después del inicio de aquel experimento democrático original.
El gobierno de Venezuela a principios del S.
XXI, nuevamente transformado en régimen de dictadura, ha traicionado al país y
su potencial. Las causales de dicha traición son arrogancia, sectarismo y
ambición de perpetuidad en el poder. La traición se manifiesta con el
sufrimiento y daño causado a la nación mediante acciones directas e
intencionales, entre las cuales se pueden enumerar las siguientes:
Ha
infligido destrucción de bienes patrimoniales de la nación, tanto naturales
como humanos.
Se
ha burlado de la defensa de los derechos humanos y sociales de todos los
venezolanos, incluyendo vida, libertad, salud, trabajo y educación.
Ha
pervertido la democracia representativa, distorsionado el sistema electoral y
desconociendo la voluntad popular tanto de resultados como de intención.
Ha
causado el empobrecimiento brutal de la población, insistiendo en la aplicación
de un modelo asfixiante de toda iniciativa que no esté bajo el control estricto
del estado mediante usurpación, regulación excesiva o amenaza directa.
Ha
abdicado la soberanía a naciones extranjeras tanto en los recursos del país
como en su defensa, haciendo negocios, tratados, hipotecas y acuerdos secretos
con naciones y entidades extranjeras.
Ha
supeditado el poder civil al poder militar, denigrando el rol de ambos en la
conformación de un Estado centrado en la libertad del ciudadano como condición
básica.
Ha
obstruido la administración de justicia y la legalidad, interfiriendo repetidamente
en la independencia judicial con el fin de reprimir oposición legítima a sus
políticas.
Ha
protegido y facilitado prácticas corruptas y criminales de sus miembros,
adeptos y acólitos, contribuyendo activamente al colapso del contrato social
basado en el respeto a la ley, la propiedad y la vida.
En
afán de hipertrofia cancerígena ha debilitado, intervenido, socavado,
sustituido, callado o atacado organismos
e instituciones independientes de la sociedad civil tales como sindicatos,
cámaras de comercio, asociaciones vecinales o educativas, la iglesia, colegios
y gremios profesionales, la prensa y otros que canalizan y amplifican la voz
ciudadana ante el gobierno.
Ha
sembrado y exacerbado odios fratricidas entre el pueblo venezolano dividiendo y
debilitando el gentilicio nacional.
Ha
esquivado la responsabilidad de defender la integridad física de la nación al
desistir, por conveniencia política de una nación extranjera, a la negociación
legítima del diferendo territorial del Esequibo.
Estas causas enumeradas bastan para inculpar al
régimen de usurpadores que manejan los destinos de la nación de traición a los
principios fundamentales que conforman un estado y un país, y la protección y
defensa de sus pobladores. Ante esa traición, es legítima la invocación de
defensa implícita en el artículo 350 de la Constitución vigente de la nación:
“El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por
la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías
democráticos o menoscabe los derechos humanos.”
Hay venezolanos en el territorio y en el
extranjero dispuestos a ser fieles a esa lucha. Dispuestos a poner en práctica
ideales para construir un futuro posible que necesita reconocer el pasado y
utilizar el presente; que necesita reconocer que construir un país es un
proceso permanente, no una meta lograda; que necesita de todos los venezolanos,
permitiendo que sea cada uno el que construya su parte del país.
El régimen de usurpadores ha traicionado lo que
significa ser gobierno y será juzgado como tal. Los colaboradores desde la
oposición facilitando el subdesarrollo político serán llamados a justificar su
responsabilidad. La República de Venezuela ha sido, es y será siempre una sola
y los principios universales que rigen estados bajo preceptos de justicia,
respeto a los derechos y democracia prevalecerán cuando el pueblo unido reclame
y ponga a usurpadores y colaboradores en su lugar de la historia. Así será.