Autor, emprendedor, analista económico y político.
Artículos y Ensayos, tanto en español como en inglés, sobre la condición de Venezuela y otros temas de interés internacional.
Rompe el
amanecer. Hoy es Domingo de Resurrección, el día que conmemora el retorno a la
vida del redentor Jesucristo. Es el día que reafirma la fe cristiana en una
nueva vida después del sufrimiento, después del calvario, después del valle de
lágrimas.
Frecuentemente
escribo a estas tempranas horas, absorbiendo el despertar del mundo: pájaros
trinando, animales curucuteando; el sonido del despertar de los vecinos:
puertas abriendo y cerrando, algunas voces, motores zumbando. Uno que otro avión
sobrevolando. No hay guacamayas.
Pongo
música para esta hora del despertar, frecuentemente Gabriela Montero lanzando
al aire con energía acordes inspirados en la tierra venezolana, nuestra patria común lejana.
En este
día, al igual que todos, recuerdo el sufrimiento y agonía que atraviesa nuestro país. Hay quienes se lavan las manos de culpa, tanto en nuestra tierra
como en otras, tanto lideres nacionales como internacionales. Venezuela sufre,
todo indicador humanitario lo dice a gritos. Las generaciones futuras serán
afectadas por el hambre física, moral e institucional que han sufrido. Los
venezolanos tendremos menos estatura, menos fortaleza física, menos capacidad
intelectual, por esta tortura corporal y espiritual a la cual un régimen criminal
ha sometido a la nación.
La tristeza
me embarga, siempre, al pensar en este sufrimiento. Al pensar en los caídos, en
los presos, en los torturados, en los desaparecidos y en todos los perseguidos,
algunos enconchados, otros en el exilio forzado. Me embarga una tristeza
profunda, pero también la esperanza, no la desesperación. La esperanza de que la nación
venezolana despertará y tendrá su nuevo renacer.
En este día, Domingo de Resurrección, esta esperanza está más viva que nunca. Tengo la fe de que todos nuestros compatriotas tienen la resistencia, la capacidad y la fuerza para este renacer. Lo han demostrado al régimen y al mundo con creces. Sobreviremos el viacrucis y llegará una nueva vida con reunificación y reconciliación para Venezuela. Una Venezuela con paz y prosperidad en democracia y libertad.
El 21 de noviembre de 2024, El Club de la Libertad, en Corrientes, Argentina, invitó a Carlos J. Rangel a hablar acerca de Venezuela, su estado actual y su futuro. Este es el discurso / ponencia de Rangel en el evento.
******
Gracias a
todos los presentes, damas y caballeros, por participar en este foro, un evento
enfocado sobre el futuro y potencial de nuestras economías. Economías que
enfrentan gran incertidumbre ante las tensiones por el cambio. Cambio desde un mundo
esencialmente unipolar hacia uno en donde las potencias se disputan activamente
los centros del poder económico y político. Esas tensiones, que parecen
contradictoriamente aislacionistas e imperialistas simultáneamente, crean
aperturas aprovechables, incluso para una situación como la que vive mi país,
Venezuela. La oposición venezolana le agradece mucho a Argentina su
solidaridad con la causa y el albergue a nuestros compatriotas. Muchas gracias.
Quiero agradecer especialmente al Club de la Libertad y a su presidente,
Alberto Medina Méndez, por utilizar estos eventos para mantener viva la causa
de la libertad en Venezuela, y por su invitación a que yo compartiese por
algunos minutos con ustedes mis reflexiones sobre el presente y el mañana en
Venezuela.
El 28 de
julio de 2024 fue una fecha trascendental para Venezuela. Puede esperarse incluso
que en algún futuro posible, y manteniendo esa costumbre común de nuestros
países, alguna avenida, plaza o barriada sea nombrada con esa fecha; la fecha que
definitivamente evidenció el anhelo indiscutible de los ciudadanos venezolanos
de terminar el experimento chavista.
La propuesta
chavista era cambiar las estructuras económicas y sociales del país para lograr
igualdad y justicia social administrada mediante un fuerte gobierno central.
Bajo esa propuesta, el gobierno central asumía el control sobre los recursos
naturales y activos fijos del país, y la administración de su explotación. La
propuesta se basaba sobre la premisa de que Venezuela era un país rico, rico en
minerales básicos necesarios para la economía mundial. Con los amplios recursos
financieros obtenidos por ese control, el gobierno podría satisfacer las
necesidades de todos los venezolanos. Esa fue la promesa de Chávez.
Hay muchas
razones por las cuales ese experimento resultó en un gran fracaso. Pero la
razón fundamental es debido a su contradicción interna: lograr orden, igualdad
y justicia mediante el control central y absoluto de la sociedad y la economía.
Ese control eventualmente y necesariamente será autoritario, y es imposible
lograr igualdad y justica bajo esas condiciones. No solo Venezuela ha vivido la
tragedia generada por esa contradicción conceptual. Cuba, por no mencionar
otros, es otro gran ejemplo en nuestro hemisferio de autoritarismos de
izquierda con fantasías de utopías. Por supuesto la Unión Soviética, Corea del
Norte y China Comunista son ejemplos notorios en el mundo.
Sin embargo,
no debemos descartar ese otro vértice ideológico cuyos resultados igualmente
resultan en fracaso: el autoritarismo de derecha. Fracaso de otra índole, pero
en la misma familia. Las contradicciones estructurales de esta otra propuesta
autoritaria también estancan a la sociedad enquistando oligarquías, sean
civiles o militares. Esto lo hemos visto en el pasado de Latinoamérica y el
Caribe: en el Paraguay de Stroessner, la Nicaragua de Somoza, el Haití de Papa
Doc, hasta en el México de Porfirio Díaz a principios del siglo pasado, cuando Civilización y Barbarie se confundían fácilmente; y alrededor del mundo con el
Irak de Hussein, el Irán del Chá, y tantos otros ejemplos frecuentemente
citados por la izquierda y que ustedes han oído. Hoy día incluso estamos
viendo lo que podemos calificar de autoritarismo de derecha en países como
Rusia y la China actual, con creciente desigualdad, tiranía y economías en
descenso estructural, buscando su rescate mediante la expansión imperialista.
Al igual que las de izquierda, las élites dirigentes de derecha pretenden
mantener sus privilegios eternamente, viviendo esa fantasía de Voltaire de que
viven en el mejor de los mundos posibles, y que todo cambio es innecesario,
indeseable y peligroso.
Esto ocurre
por igual tanto en los autoritarismos de derecha como en los de izquierda.
Ambos han creado un mundo para sus élites con privilegios basados en rentas
monopólicas, sean del estado o de los oligarcas, acumulando poder y activos. Un
mundo que quieren mantener, conservar a toda costa; es decir son conservadores.
Todo mandato autoritario es conservador, viven en su mejor mundo posible y no
quieren que cambie. Venezuela tiene un gobierno conservador, al igual que Cuba.
Irán, Hungría, Rusia y China. Son variaciones de la combinación mandato
autoritario / capitalismo, o mandato autoritario / comunismo. Combinaciones
destinadas al fracaso económico, social, conducentes a gran descontento popular
con la consecuente represión totalitaria. Represión que va desde la pasiva
mediante fraudes electorales y control de medios, hasta las activas con
milicias, prisión, tortura y muerte.
Hayek nos
instruye para entender mejor esta dicotomía derecha / izquierda en su “Postdata
a Fundamentos de la Libertad”. Hayek denuncia tanto a la extrema derecha como a
la extrema izquierda por ser ideologías que buscan suprimir la individualidad
para asumir el control de la sociedad. Ese control se basa en el supuesto de que
el bienestar colectivo es mejor entendido por su élite de ideólogos que por un
individuo cualquiera en búsqueda de su bienestar propio; que ciertos elementos,
anhelos o “perversiones” de esa individualidad es mejor controlarlos en aras
del bienestar colectivo. Por eso, esos ideólogos de derecha o de izquierda
proponen leyes, reglamentos y acciones que coartan la libertad. Esa intelligentsia
de izquierda o de derecha pontifica que ella es la que mejor sabe lo que es
mejor para cada quien en aras del bienestar social.
Todos esos
son experimentos destinados al fracaso y al rechazo, como lo demostró Venezuela
el 28 de julio. Ese día la ciudadanía venezolana dijo “ya basta”. Dijo que el
experimento chavista, ni nada que se le parezca, no solucionaba la desigualdad,
ni mejoraba la vida, ni ofrecía futuro; dijo que el experimento chavista
quebraba familias y generaba miseria; dijo, utilizando la poderosa voz del voto
democrático de cada uno, que la élite chavista no merecía su confianza ni merecía gobernar.
El 28 de julio, los ciudadanos venezolanos optaron por ese concepto difuso de
“libertad”, uno de esos conceptos que a veces uno no sabe qué es exactamente,
pero que si sabe cuándo no la tiene.
Anteriormente
he tenido la temeridad de definir la libertad como la condición bajo la cual un
ser humano tiene la oportunidad de desarrollar su pleno potencial como tal. Un
gobierno que busca controlar a cada individuo para obligarlo a aportar su
esfuerzo y mente al modelo que dicho gobierno prescribe como ideal, no es un
gobierno apegado a la libertad. Contra eso, y a sabiendas que la opción era un
salto al vacío, que ese voto sería el comienzo de un proceso de restauración
que no sería fácil, los ciudadanos votaron masivamente y con alegría por
Edmundo González Urrutia, quien simboliza y unifica el anhelo de libertad del pueblo
venezolano. Venezuela optó por democracia y libertad. La oportunidad de hacer
mejor vida.
La dicotomía democracia
/ autocracia existe desde hace siglos, y cuando el anhelo democrático ha prevalecido,
la humanidad ha prosperado, ha progresado. El afán de superación individual es una
sublimación del instinto natural de supervivencia, y se manifiesta en emociones
como la codicia y la ambición las cuales, de por sí, no son malas, como diría
Gordon Gekko en “Wall Street”. O mejor, como argumentaría durante aquel momento
del despertar liberal del S. XVIII Adam Smith: cuando existen las condiciones
para que cada individuo busque, persiga, trabaje por su mejora personal, toda la
sociedad mejora. Es decir, el capitalismo es un mecanismo eficiente que utiliza
la libertad para mejorar la sociedad como un todo. El capitalismo se contrapone al mercantilismo,
cuyas diferencias esenciales son que el primero se basa en la creación de la riqueza,
el otro en la acumulación de la riqueza. El comunismo es la manifestación
moderna de la mentalidad mercantilista, enfocado en la distribución de lo que para
su modelo es un recurso limitado, la riqueza, la cual extrae como renta, sea de
la naturaleza o de la sociedad, hasta agotarla.
Sociedades
que han experimentado con esa idea de la distribución de la riqueza como base
fundamental para generar bienestar social han fracasado en esa meta, y algunas
ahora experimentan con lo que se puede describir como mandato autoritario con
capitalismo; Rusia, China, Hungría, e incluso, con tanteos y asomos, en
Venezuela. En Cuba han habido innumerables “procesos de apertura” permitiendo
microempresas y otros experimentos.
Pero bajo
regímenes autoritarios, estos intentos proto-capitalistas están destinados al
fracaso, solo refuerzan al régimen. He definido recientemente al mandato
autoritario como aquel en donde los seres humanos sobreviven y prosperan dependiendo
de los caprichos oportunistas de un régimen cuyo centro ideológico es el
derecho legítimo de concentrar el máximo poder en su líder. Dicho con el
viejo refrán popular, tal vez revelando alguna simpatía de nuestras culturas por
el mandato autoritario: “el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo
cobija”. Pregúntenle a Jack Ma, el fundador de Ali Baba, que tal funciona
eso.
Depender del
capricho oportunista, de la sombra reconfortante, de un líder autoritario, aun cuando
dicho líder haga aperturas hacia el capitalismo, es una propuesta peligrosa
para cualquier individuo. Más aun, es ineficiente para una sociedad e insostenible
a largo plazo.
Es esa
combinación de democracia con capitalismo la que genera riqueza, y tiene la capacidad
de renovación y regeneración que con mayor efectividad y eficiencia incrementa
el llamado bienestar social. La propuesta ganadora en las elecciones
presidenciales de Venezuela, la aceptada por más de tres cuartas partes de los
que pudieron votar, fue democracia con capitalismo, la combinación que ha
generado la mayor prosperidad de las naciones y el mundo desde su surgimiento
en el S. XVIII.
En
conversaciones y comunicaciones con ciertas personas del liderazgo opositor mucho
antes y después del 28 de julio, estábamos claros de que las elecciones
presidenciales, aun siendo clave, no eran sino un paso, una etapa más en la
restauración de la democracia en Venezuela, al igual que lo había sido el 22 de
octubre del año pasado, el día en que las primarias opositoras ratificaron la
dirigencia indiscutible de Maria Corina Machado como su líder. Desde hace más
de dos años ya habíamos planteado la necesidad de obtener la prueba en las
mesas electorales de la victoria de la oposición democrática en las elecciones
presidenciales. Esta estrategia, implementada tácticamente con los “comanditos”
recabando evidencias, ha demostrado fehacientemente, ante cualquier persona u
organismo independiente, que Edmundo González Urrutia es el presidente legítimamente
electo de Venezuela. Desde la noche del 28
tengo la costumbre de revisar periódicamente la página web del Consejo Nacional
Electoral, del CNE. Aquel día la página se cayó alrededor de las 8PM, si
recuerdo bien. El régimen culpó a la oposición de hacer un jaqueo que había
tumbado la página. Esa excusa, o revela una ineptidud abismal por el equipo
técnico del CNE, y sus aliados internacionales, o es una mentira más grande que
cualquier nariz imaginable de Pinocho puesto que hasta el día de hoy, casi
cuatro meses después, sigue caída esa página.
La estrategia
para llegar hasta el final se mantiene en pie. Todas las piezas están donde
deben estar y están encajando como deben encajar. El régimen ha reaccionado a
la revelada desnudez de su descarado fraude con el desespero y temor de una
bestia acorralada, lanzando gruñidos, zarpazos y dentelladas. Sus 200 presos
políticos de costumbre, por coincidencia el mismo número que mantenía el tirano
Rosas, los ha multiplicado por diez. Actualmente en las cárceles, mazmorras, y
sótanos ocultos de la tiranía hay alrededor de 2000 personas detenidas con
cargos espurios de incitación al odio, a la violencia y al terrorismo, cargos
levantados por alzar su voz defendiendo la soberanía popular manifestada el 28
de julio. A esos 2000 se le suman centenares, miles de personas atemorizadas,
refugiadas, exiladas por la persecución del régimen, por estar “en la lista”;
persecución y prisión que ha resultado en muertes, escalando la violencia
criminal del régimen. Recordando a Winston Churchill, ante la lucha contra la
sanguinaria tiranía solo puede prometerse sangre, trabajo, lágrimas y sudor
hasta lograr la victoria, la libertad. Estos héroes venezolanos son héroes de
la libertad.
Por favor, un momento de
silencio para los caídos.
La comunidad
internacional ha sido pieza clave en debilitar y deslegitimar al régimen. El desconocimiento,
incluso por supuestos aliados vecinos, del resultado "oficial" de las elecciones
se mantiene como columna principal de la fuerza opositora; los homenajes y
reconocimientos internacionales a la líder opositora fortalecen su posición
como tal; la diplomacia experta del presidente electo en países y organismos
internacionales acorralan cada vez más a las élites de la tiranía. No voy a decir en este foro que hay
negociaciones en curso con algunos miembros de esas élites tiranas. No lo voy a
decir. Las elecciones presidenciales en
los EE.UU. hace unas semanas aclaran vías en esas negociaciones que no están
ocurriendo con algunos miembros del régimen; esos que ven con anhelo alguna
playa distante y tranquila, con familiares y amigos cercanos a su lado, lejos
de hogueras, horcas y muchedumbres enardecidas. Aquellos dentro de las élites
del régimen que no ven esa negociación, que no está ocurriendo, es probable que pronto
se percaten de que rechazaron una oferta que no podían rechazar. Porque ya
están del lado equivocado de la historia.
Esquilo, hace unos dos mil quinientos años, nos decía: “es enfermedad que
llega con toda tiranía, la de no confiar en amigos”. Sabemos por qué.
La historia
nos ha demostrado que la combinación democracia / capitalismo es la combinación
que genera mayor prosperidad. La historia nos ha enseñado también que la
democracia es un torbellino de ideas permanente, un agitar creativo indetenible,
un ir y venir circular de propuestas, riñas entre lideres con opiniones contradictorias;
una apariencia de caos constante, con contiendas electorales donde los
vencedores se creen dueños de la razón, la verdad y el mundo, y los perdedores se
rasgan las vestiduras y se halan los cabellos -- hasta la próxima elección.
Ante el caos
y la incertidumbre permanente de la democracia la ilusión del mandato autoritario
que promete orden y certeza es tentadora. Todo aquel que dice o escribe que la
democracia está en peligro tiene razón, siempre. Pero la democracia vale la
pena; la historia nos ha enseñado que es ella en combinación con la libertad la
que genera paz y prosperidad en las naciones, y por eso vale la pena luchar por
ella. Todo esto nos hace recordar nuevamente a Churchill, quien calificaba a la
democracia como el peor de los sistemas de gobierno, salvo todos los demás.
Las élites
del régimen venezolano, esas élites conservadoras, mercantilistas, monopólicas,
tiránicas que pretenden aferrarse al poder y someter al país están del lado
equivocado de la historia. Su visión de su mejor mundo posible se derrumba y
algunos todavía le hacen caso cándidamente al bla bla bla del profesor Pangloss,
todos los profesores Pangloss en sus medios. Pronto despertarán en el nuevo mañana de
Venezuela, el nuevo mañana; porque la historia también nos ha lo enseñado: tiranías
eternas no son.
En las primeras
semanas de enero de 1958 mi tío fue detenido por la Seguridad Nacional,
la policía política del régimen de Marcos Pérez Jiménez.El primero de enero de ese año había ocurrido
un fallido intento de golpe por un grupo de militares con simpatías comunistas (era
la época de la Guerra Fría), encabezado por el Coronel Hugo Trejo.
En los sótanos del
palacio presidencial de Miraflores, mi tío me relató que hizo amistad con gran
cantidad de futuros dirigentes de la democracia venezolana, los cuales habían sido
recogidos como parte de la represión iniciada tras ese intento de golpe, y como respuesta
del régimen ante la creciente inestabilidad política. La oposición civil
clandestina organizó en esos días, mediante volantes impresos en mimeógrafos clandestinos
y pintas en la calle, una huelga general y otras movilizaciones que el régimen trató
inútilmente de reprimir. La caída ocurre cuando en la Escuela Militar los
cadetes se organizan en contra del régimen, el tirano ordena al ejército
disparar contra los cadetes, y los comandantes del ejército desobedecen la
orden.
El 23 de enero de
1958 amanece Venezuela sin dictador. Las puertas de las mazamorras se abren, y
mi tío ve el sol brillar nuevamente.[1] Lo
que la oposición civil y la disidencia militar no habían podido lograr por su
cuenta, derrocar al régimen, se logró cuando ambos se unieron con el fin de
derrocar una tiranía corrupta y autoritaria cuyos líderes ponían sus intereses
propios por encima de los intereses de la nación, iniciándose así la era del
experimento democrático de Venezuela que duró cuarenta años.
Debido a que a ese
régimen no le interesaba realmente la nación venezolana, la falta de una transición
ordenada resultó temporalmente en violencia callejera y anarquía, con la consecuente
sangre derramada, en su mayoría de adeptos al régimen que no pudieron embarcarse
clandestinamente a un exilio dorado.
El régimen que
actualmente azota las libertades y los derechos de los venezolanos ha
emprendido una ola de represión y encarcelamiento arbitrario que supone es una demostración
de fuerza, cuando lo que demuestra es su debilidad. Supone, que al igual que en
Cuba suponen sus líderes, lo que hace falta es unos cuantos perros ladrando
para conducir un gran rebaño de ovejas. Subestima el régimen la capacidad de
una nación que canta y entiende la letra de su himno nacional, cantando
vigorosamente estrofas como “abajo cadenas” y “el pobre en su choza, libertad
pidió” al igual que la temporalidad del “vil egoísmo”. Subestima el régimen a una
nación que prende una vela, enciende una luz, que no apagará hasta que la
libertad regrese para todos los prisioneros políticos.
La tragedia
venezolana bajo la satrapía actual toca de manera personal a cada uno de
nuestros ciudadanos, algunos más de cerca que a otros, y algunos más trágicamente
que a otros, aunque ninguna tragedia personal es pequeña. Recientemente una
persona con la que he interactuado frecuentemente durante los últimos cinco
años o más, y le tengo afecto hasta paternal, fue apresada de manera escalofriante e
injustificable por esbirros del régimen. Hasta hoy está desaparecida. Sus
logros en la lucha por la libertad han sido crecientes durante ese periodo en que
la he conocido, y es una joven que, para mí, representa el futuro posible de Venezuela,
con amor de patria (y del beisbol). No quiero minimizar de ninguna manera la
importancia de cualquier otro preso político, desde Rocío San Miguel hasta
Freddy Superlano, Dignora Hernández y Henry Alviarez, o los recogidos por demostrar
su patriotismo en cualquier marcha estas semanas. No quiero minimizar la
tragedia personal que representa estar asilados y asediados en la embajada de
Argentina, con incertidumbre diaria acerca de las intenciones del régimen; de
ninguna manera quiero que se olviden a los más de 20.000 caídos por violencia del
régimen, desde Bassil Da Costa, y tantos otros más derramando sangre en el asfalto
de protestas cívicas, incluyendo un primo de mi esposa, hasta los asesinados
por las PLO como venganza hamponil y consolidación del poder de pranes aliados
al régimen. Para mí, sin embargo, la detención de María
Oropeza es casi como que me hubiesen secuestrado a mi hija. Enciendo mi
vela de libertad por ella y, con ella, por todos los otros detenidos
arbitrariamente y sin debido proceso bajo leyes apegadas a derechos civiles y humanos
básicos bajo cualquier definición de sociedad civilizada.
[1]La ola de detenciones políticas y arbitrarias desatada fue
contraproducente para la estabilidad y resaltó la profunda ilegitimidad del régimen
ante sus mismos partidarios. Mi tío no era activista político ni tenía afiliación
partidista, era un comerciante que había sido arrestado al visitar como amigo de
la familia a la esposa de un detenido político y militante copeyano que acababa
de dar luz a un bebé. Esta anécdota la detallo en la primera sección de mi libro
La Venezuela imposible.
Presentación el 1 de abril del 2023 con ocasión de un homenaje a Carlos Alberto Montaner efectuado por la Fundación Club de la Libertad, en Buenos Aires, Argentina.
---
Hola a todos y buenas tardes, gracias por participar en este evento. Muchas gracias Ricardo por ese excelente vistazo a la vida de Montaner. Agradezco profundamente a la Fundación Club de la
Libertad en Buenos Aires, Argentina, a Alberto Medina Méndez, su presidente, a nuestro moderador, Ariel, y
a los coorganizadores de este evento, la Fundación Internacional Bases, la Fundación
Cívico Republicana, la Cátedra Alberdi, la Fundación Liberar, y la Asociación
Civil Río Paraná, por haberme invitado a participar como ponente en este
homenaje a una persona admirable, luchador incansable por la democracia de su
país, en el hemisferio y el mundo. Una mente que distingue cuando se asoman el populismo
o el autoritarismo disfrazados en ropaje democrático.
Tengo el placer de
conocer a Carlos Alberto Montaner personalmente. No quiero exagerar, no es que salgamos
frecuentemente a comer o algo así, pero en múltiples encuentros y a través de
correspondencias hemos interactuado, además de conversar sobre un par de mis ensayos
que fueron de su especial interés. Sus palabras relativas a mi ensayo sobre las falacias en el pensamiento de Heinz Dietrich, y sobre mi nueva introducción a la obra clave de mi padre, Del buen salvaje al buen revolucionario, fueren especialmente alentadoras. Me honra el Club de la Libertad con su
invitación para el homenaje a esta importante figura del liberalismo.
Quisiera hablar hoy acerca de Montaner y su concepción de
la libertad. Otros expositores han hablado y hablarán acerca de la vida de
Montaner y disculpen si repito algo, pero necesito para mis propósitos decir
que a los catorce o quince años, en su isla natal, Montaner reconoce que vive
en dictadura. Las condiciones en la Cuba bajo Fulgencio Batista eran limitantes
y coartaban las opciones de futuro en la isla por lo cual Montaner, como muchos
otros, simpatizó e incluso se unió como pudo con aquellos “barbudos del monte”
que prometían acabar con eso y cambiarlo todo. Dedicó energías a la causa y
sintió alivio cuando Batista salió hacia su exilio dorado buscando refugio con otros miembros
de ese “club” de tiranos, primero con Trujillo, en la República Dominicana, y después con Salazar, en Portugal. Pero cuando Fidel y el Che desatan su ideal de renovación
y cambio, buscando construir al “hombre nuevo” con las cenizas del viejo, rápidamente
Montaner se opuso a ese ideal. Y eso no fue por haber estudiado liberalismo o
dogmas filosóficos a su edad, sino porque encontraba las razones ante sus propias narices:
represión, complicidad, arbitrariedad, terror; una “vida nueva” mil veces peor
que la sufrida bajo Batista por tener una supuesta legitimidad ideológica, en
vez de ser simplemente un régimen descaradamente plutocrático. Su oposición a
la visión prometida por los barbudos lo puso preso a los 17 años, en una cárcel
llena de niños compartiendo historias de padres fusilados y familias quebradas.
De esa manera su noción de libertad se forja
tempranamente. Decide y logra escapar de la cárcel, llega a los Estados Unidos para reencontrase con
su familia, y hasta ahora no ha vuelto a su tierra natal, pero no por eso ha
dejado de ser cubano. Es aquí que se debe resaltar que, más allá de su lucha permanente
en contra de la tiranía azotando su patria natal, y obviamente motivado por ella, Montaner ha conducido investigaciones
acerca de las causas y palabras que mantienen a la región en un estado de
mercantilismo medieval con caudillos feudales rotándose el poder. Se destacan en particularen este área de interés de Montaner sus libros, Manual del perfecto idiota latinoamericano, y Los latinoamericanos y la cultura occidental. Entre esas palabras investigadas encontramos el equívoco y escurridizo concepto de la palabra libertad, la cual hoy nos junta.
Vemos con frecuencia grandes manifestaciones,
particularmente en América Latina, con gritos clamando por libertad. El himno
nacional de mi país, Venezuela, con su letra escrita en 1810, incluye el verso
“y el pobre en su choza, libertad pidió”. Por supuesto, el lema de la
revolución francesa incluye esta reivindicación. La libertad tiene amplias
variantes, pero se puede estipular que la acepción más simple y común es que
uno está libre mientras no está preso.
Pero esta condición simple obviamente no es suficiente.
Estar preso no es la única situación bajo la cual no existe libertad, pregúntenselo
si no a ese pobre en su choza. El argumento de mucho dictador hoy en día es que
existe libertad bajo su autoridad puesto que esas turbas no pudiesen salir a la
calle alterando el orden público si no fuera así. Pero, la realidad es que se puede argumentar
que hay personas que dentro de una cárcel están más libres que otros caminando
por estas calles de Dios. No recuerdo bien si es apócrifa o auténtica la anécdota
del notorio déspota argentino, Juan Manuel Rosas, de mediados del S. XIX; esa anécdota
que relata que todos los meses apresaba unos 50 ciudadanos al azar para
soltarlos un mes más tarde, sólo para demostrar su poder. Ese no era un pueblo
libre. La puerta giratoria periódica en Venezuela es de alrededor de 100 presos
políticos, del total de unos 300 en cualquier momento. Ese no es un pueblo libre.
Montaner ayuda a clarificar el sentido moderno de lo que
es la libertad. Para él la libertad individual es el control propio sobre las
decisiones. En sus propias palabras: “Es la facultad que tenemos para tomar
decisiones basadas en nuestras creencias, convicciones e intereses individuales
sin coacciones exteriores”.La pérdida
de la libertad se identifica cuando: “el estado decide dónde vas a trabajar,
cuanto vas a ganar, qué vas a estudiar, que vas a leer, que es conveniente que
tú creas o que es conveniente que tú rechaces; llega al extremo del estado
decidir sobre tu corazón y a decirte ‘ustedes no pueden tratar a sus parientes
desafectos al régimen’”.
Esta definición de Montaner visualiza las vías hacia la pérdida
de la libertad y todas conducen a una meta común: el estado como un gigante y
poderoso monopolio. La libertad que nos define Montaner es un antídoto a ese
poder del estado. Su lista acerca de la pérdida de la libertad es esclarecedora:
si el estado controla todas las oportunidades de trabajo, obviamente decide
donde trabajas y cuánto ganas; si el estado controla la educación, decide quién
estudia y qué es lo que estudia; si el estado controla la información, decide quiénes
son los buenos y quiénes son los villanos; y si el estado tiene tanto poder, lo
mejor para uno es ser amigo del estado y denunciar a quién no lo sea, así sea esa
persona familia de uno. Esta condición,
este Mundo Feliz de Aldous Huxley donde al individuo se le ha limitado o quitado la capacidad de decidir, no es ficción. Lamentablemente esta
situación extrema se vive hoy día en Cuba, se vive en Venezuela, en Nicaragua; existe
en Irán y en Rusia; en Corea del Norte.
Hay una observación importante que hacer sobre esta lista
de países que acabo de mencionar. No solamente son los regímenes llamados de
izquierda los que destruyen la libertad. Montaner nos recalca que sus denuncias
se refieren a regímenes autoritarios. La amenaza a la libertad no viene
solamente de la izquierda, sino también de la derecha. La dicotomía no es entre
ideologías sino entre formas de gobierno: la democracia y el autoritarismo. Carlos
Rangel, su gran amigo, detalla en El Tercermundismo, su libro más
profundo sobre el tema, las tácticas del imperialismo soviético alentando
autoritarismos, ahora un legado toxico en el mundo. Es por este legado tóxico que
hay mayor aceptación de gobiernos autocráticos con ropaje izquierdista entre la
comunidad de las naciones y entre las elites imbuidas de falsa intelectualidad,
que con gobiernos opuestos a esa ideología; y es por ese legado que pululan, como
zombis de la guerra fría, autócratas que se auto-declaran “revolucionarios izquierdistas”.
Montaner está en el bando de aquellos que perciben la
libertad definida por el individuo, más que por las condiciones externas al individuo.
Al centrarse más sobre el individuo que en el utilitarismo, Montaner nos
permite ampliar el concepto de libertad. Su definición es así una denuncia
contra personas y gobiernos acomodaticios que con la excusa de Realpolitik
negocian con regímenes autoritarios para tener acceso a recursos naturales,
bellas playas, mano de obra barata o peor, simple complicidad. Pero más allá de
eso, la definición de Montaner nos hace ponderar los límites que aceptamos a
nuestra capacidad de decisión. En su más reciente libro, Sin ir más lejos,
que prefacia como su último, nos dice que él esperaba retornar a Cuba; a una
Cuba libre del régimen que ha llevado esa isla a la ruina. Nos dice que piensa
que eso ya no será posible en lo que le queda de vida. Conozco personas que
dicen o les ha ocurrido lo mismo con Venezuela. La reunificación alemana
nos hizo ver las cadenas que no solo los que vivían en Alemania Oriental
cargaban, sino también las de sus hermanos en Alemania Occidental. Es una liberación
que anhelan también los Coreanos del Sur. Los regímenes autoritarios exportan
su represión de la libertad a los corazones de todos aquellos que se han escapado.
Montaner no puede decidir libremente ir a Cuba. Sabemos sin duda lo que le sucedería
si lo hiciera. Las garras de la represión del autoritarismo se extienden y hacen
sufrir a millones. Lo vemos con el régimen cubano, con el Chile de Pinochet, la
Rusia de Putin, con el régimen iraní, y con todo gobierno cuya meta es la
acumulación y permanencia en el poder a toda costa.
Pero ¿por qué es importante la libertad, a fin de cuentas?
Esta no es una pregunta capciosa, sino importante. En su discurso de
aceptación del IV Premio Juan de Mariana en el 2010, Montaner asocia la
libertad a la dignidad humana citando la definición del cubano José Martí, quien
afirma que la "libertad es el derecho que todo hombre tiene a
ser honrado, y a pensar y hablar sin hipocresía". Montaner
nos dice que “Las tiranías nos arrebatan el derecho a ser honrados cuando
nos obligan a aplaudir lo que detestamos o a rechazar lo que secretamente
admiramos...” creando así lo que él llama “una incómoda disonancia
psicológica,” y una conducta hipócrita que “hiere al que la practica y
repugna al que la sufre.” La libertad exalta la dignidad humana, esa condición
interna al individuo.
Vale la pena citar algo más de ese discurso, donde nos clarifica
el propósito más utilitario de la libertad con base en esa condición interna.
Relata Montaner “Cuando el socialista español Fernando de los Ríos preguntó a
Lenin cuándo iba a instaurar un régimen de libertades en la naciente URSS, el
bolchevique le respondió con una pregunta cargada de cinismo: ‘Libertad, ¿para
qué?’. Sigue entonces Montaner:
La respuesta es múltiple: libertad para investigar, para generar riquezas, para
buscar la felicidad, para reafirmar el ego individual en medio de la marea
humana, tareas todas que dependen de nuestra capacidad de tomar decisiones. La
historia de Occidente es la de sociedades que han ido ampliando progresivamente
el ámbito de las personas libres. Poco a poco arrancaron a los monarcas y a las
oligarquías religiosas y económicas las facultades exclusivas que tenían de
decidir en nombre del conjunto. Los pobres y los extranjeros alcanzaron sus
derechos. Lo mismo sucedió con las razas consideradas inferiores, con las
mujeres, con las personas marginadas por sus preferencias sexuales. La esclavitud,
finalmente, fue erradicada.”
Montaner, a lo largo de su obra, nos ofrece esa idea
sencilla en múltiples facetas: la libertad genera prosperidad. Esto no es una
propuesta o postulado hipotético, es una realidad concreta. Los países que tienen
los más altos índices de libertad en el ranking del Freedom House, están correlacionados
positivamente con el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, ese índice
que combina el PIB, mortalidad, salud, educación, seguridad, etc., para cuantificar
el bienestar de una sociedad. Objetivamente,
esta es la realidad: la libertad es el mejor vehículo para el bienestar y la prosperidad
social.
Carlos Alberto Montaner tiene la desgracia de ser una de esas
personas que piensan. Eso, y su aguda perspicacia, lo ha condenado a tener que
denunciar las grandes idioteces que utilizan sátrapas de toda estirpe para
justificar lo injustificable. Lo injustificable que arruina vidas, pueblos y
naciones cuando claramente la historia nos ofrece la oportunidad de observar
infinidad de opciones políticas y sus consecuencias que, con algo de empatía
y sentido común, sirven para modelar sociedades con mayor prosperidad y bienestar. Estas denuncias de Montaner son centradas en una
idea que le fue inculcada desde temprana edad: la libertad, vivida como una
decisión.
Entre los temas que surgen con frecuencia en las pugnas políticas de Latinoamérica está el tema de la corrupción. El vocablo ¡corrupto! se lanza como improperio por opositores de todo bando para descalificar a rivales o atacar instituciones. Es un término que por su uso constante y ubicuo se ha devaluado como una vil moneda sin respaldo. Esa devaluación y ubicuidad es precisamente lo que hace difícil combatir a fondo esta lacra económica que corroe las instituciones y la moral de los ciudadanos. La corrupción existe. La corrupción empobrece al país. Recursos son desviados a bolsillos que inmisericorde e indiferentemente permiten el empobrecimiento de la condición y productividad general, creando desigualdad injustificable y miseria creciente. La corrupción no es un delito sin víctimas.
Para entender la corrupción es posible que nos ayude una premisa básica del capitalismo: cada quien tiene interés propio en mejorar su condición de vida. En su esencia esta no es una característica perniciosa y es más bien una sublimación de una condición animal básica: el instinto de supervivencia. Este instinto ha sido canalizado para el bien de la sociedad bajo reglas de convivencia a sabiendas que, y según Hobbes, sin estas reglas sociales y un Leviatán que las imponga, la vida es brusca, brutal y corta.
Se puede argumentar que con esas reglas (leyes) el interés propio se convierte en un motor de crecimiento dinámico para la sociedad, creando riqueza y satisfacción para todos sus miembros y, por supuesto, desigualdad. Igualmente, se puede argumentar que esa desigualdad material es un estímulo para la creación de mayor riqueza, cuando se combina con la igualdad de oportunidad, impulsando el trabajo, la creatividad y la renovación. Nuevamente el estado tiene un papel en la creación de esta igualdad de oportunidad, empezando por un sistema de seguridad y justicia que protege al individuo, a los contratos y a la propiedad privada, fortaleciendo sistemas para distribuir la mejora individual (educación y salud), y estimulando el desarrollo de infraestructura.
El propio Adam Smith reconoce en su tratado sobre la riqueza de las naciones que debe haber un coto a la capacidad de un individuo para acaparar el mercado, es decir, que el interés propio como creador de riqueza puede llegar a distorsionar el mercado si se le permite a un individuo o un pequeño grupo de individuos distorsionar las fuerzas del mercado. Esto es válido tanto para los monopolios oligarcas como para los monopolios del estado. Toda fuerza monopólica que distorsiona al mercado va en detrimento de la mejora y la creación de la riqueza de la nación.
Cuando el gobierno se convierte en un instrumento de las élites monopólicas (sean de oligarcas o del mismo estado) para la dominación de los ciudadanos, el estado de derecho que mantiene a raya aquel pre-estado Hobbesiano se debilita y el mejor negocio, la manera de prosperar, es ser amigo del gobierno. Es la condición en la cual las leyes se aplican a los enemigos y se ignoran para los amigos. Un estado estructurado de esta manera no tiene interés en crear igualdad de oportunidad puesto que esta es la base para el cambio de las élites, la búsqueda de la felicidad Jeffersoniana, y la creación destructiva de Schumpeter; es decir, la renovación de la sociedad y de la economía. Por supuesto que élites enquistadas en el poder no tienen ningún interés en ser renovadas, desplegando todo su poder en ejercicio del básico instinto de supervivencia.
Siendo así las cosas, una sociedad rentista-mercantilista combinada con unas élites enquistadas sin interés de renovación, es casi inevitable el crecimiento del estado en un pulpo burocrático gigante. Si es un gran negocio ser amigo del estado, mejor negocio todavía es ser el estado. En un círculo vicioso de amiguismos y componendas, se construye una inevitable, creciente y simbiótica estructura de corrupción.
Si el modelo de estado y sociedad se basa sobre la transferencia de riqueza rentista en vez de la creación de riqueza, la corrupción es inevitable, y todo el mundo espera y supone que ocurra. Esto trae como consecuencia tres cuasi-paradojas políticas observables con frecuencia en muchos países latinoamericanos:
·La inevitabilidad de la corrupción, y la expectativa de que cualquier persona en funciones del gobierno es corrupta, genera una especie de dilema de prisionero para los funcionarios públicos. Siempre serán corruptos en la opinión pública aun sin pruebas ni demostración, por lo cual, algunos caen en la racionalización de “si no lo hago yo, lo hace el otro, el siguiente o el de más allá.” Cualquier funcionario no sabe a ciencia cierta si su colega es corrupto o no, pero los dos serán igual e invariablemente presuntos corruptos. La paradoja es que aun si no lo son el sistema los incentiva a serlo, y siempre serán acusados de serlo.
·No importa si los funcionarios son corruptos con tal de que repartan riqueza, o al menos la promesa de riqueza y bienestar. De allí vienen sentimientos como los reflejados en frases como “roba, pero hace obra”, justificativo común para muchos dictadores de derecha, o “con hambre y desempleo, con Chávez me resteo” o similares para populistas como Chávez que en campaña electoral decía regalar viviendas a la gente, cuando en realidad era un papel con una promesa (mayormente incumplida) de que les seria concedida una vivienda en un futuro. Se estima que la fortuna personal de Hugo Chávez cuando murió superaba los US$500 millones, aunque hay quienes las estiman muy superior. Se acepta “el buen patrón” que cuida a sus esclavos, haciendo ganancias corruptas a expensas del erario público cuando reparte gratuitamente condiciones mínimas de subsistencia como, por ejemplo, “bolsas CLAP”. La paradoja es que la corrupción no es mala si se reparten sus frutos (o si se promete su repartición).
·Todo político opositor siempre acusa a todo político en el gobierno de corrupto, aun cuando exista rotación de liderazgo y partido. No hacen falta pruebas basta la denuncia por lo cual, cuando se obtienen pruebas, éstas son ignoradas o denunciadas como falsas y/o interesadas. La paradoja es que la corrupción pierde valor como denuncia política.
En una sociedad con estructuras de corrupción establecidas en su sistema de gobierno, el valor moral de la misma sociedad también se corrompe. En el caso de Venezuela, es paradigmático el uso de tasas de cambio preferenciales utilizadas por funcionarios de gobierno para comprar bonos de la deuda a dólar preferencial y cobrar intereses (y revender los bonos) a dólar libre. Pero al mismo tiempo las tasas para estudiantes, para turistas, y para el ciudadano de a pie permitieron el gran desfalco de las reservas del país, convirtiendo a la clase media en cómplice del arbitraje cambiario que lo hizo posible. Hasta el día de hoy la degradación moral que representó esa estructura corrupta creada por el gobierno chavista afecta el sentido del bien y el mal en el país, justificándose con la excusa de la “viveza criolla” y que “si no lo hubiese hecho yo, lo hubiese hecho mi cuñado”.
Hay gente corrupta. Hay funcionarios que abusan de sus cargos extorsionando -no existe mejor palabra que describa su conducta- a entidades del sector privado, o incluso otras entidades públicas para provecho de su bolsillo. Estas personas aprovechan las estructuras de corrupción creadas y la debilidad del estado de derecho para cobrar desde una pequeña “multa” en efectivo o hasta hacerse multimillonarios. Combatir la corrupción no es únicamente poner preso a estos corruptos, hay que desmantelar también las estructuras que crean la oportunidad para estas personas a conducirse de manera corrupta de manera impune y hasta celebrada por la sociedad, la cual a veces se ha calificado como “sociedad de cómplices”, donde cada uno espera que le llegue su turno para repartirse el botín que promete el estado empresarial. Un estado empresarial donde no hay verdaderos accionistas o dolientes de los resultados de la empresa, solo un sistema conducente a la depredación de sus activos.
Ante esta situación de corrupción estructural, la manera de combatirla de manera efectiva es cambiar las estructuras. Los incentivos en las llamadas “empresas del estado”, a falta de algún gerente excepcional (y, a la larga, sustituible), no son conducentes a eficiencias ni creación de riqueza y bienestar – todo lo contrario. Al desviarse el estado de sus razones fundamentales, resguardo de seguridad y fronteras, justicia equitativa y creación de condiciones para la oportunidad de los ciudadanos, se distorsiona, por no decir tulle, la capacidad creativa de la sociedad. El potencial de los recursos del país, sean naturales o humanos se limita a una extracción y repartición de rentas, con un inevitable crecimiento en el estancamiento y la desigualdad social. La limitación en el crecimiento de la riqueza y su acaparamiento por los mecanismos de corrupción crea gran descontento social, únicamente contenido mediante represión en aumento.
Cambiar las estructuras gubernamentales conducentes a la corrupción implica reducir el tamaño del estado. Implica privatizar funciones que no son inherentes a la función estado como, por ejemplo en Venezuela, las empresas del estado que se ocupan desde la distribución de alimentos hasta la hotelería, pasando por agricultura y comercio e incluyendo cerca de 150 empresas manufactureras. Incluso implica fortalecer las ONG y las organizaciones intermediarias para cubrir funciones sociales y humanitarias suministradas de manera más efectiva por estas. Pero la transformación del estado pulpo a un estado leopardo no es sencilla y tiene sus propias trampas de corrupción. El caso más visible de esto es la transformación de las empresas de la Unión Soviética en una serie de oligopolios otorgados a socios del antiguo régimen bajo un disfraz de privatización acelerada.
La protección de los activos de la nación y la transferencia de recursos a nuevas empresas privadas de manera transparente es un gran reto jurídico, comercial y político, pero mantener las estructuras existentes que incentivan la corrupción solamente hará crecer la miseria, la desigualdad, las obras abandonadas y unos pocos bolsillos a la cabeza del régimen y los de sus amigos. Esa no es la via hacia la riqueza de una nación.
CJR
Para otras reflexiones de Carlos J. Rangel sobre la corrupción véase la reseña del libro “LAS MUÑECAS DE LA CORONA”, por la periodista Ibéyise Pacheco.