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miércoles, 7 de junio de 2023

FUENTEOVEJUNA

La pregunta esencial acerca de quién es la oposición al régimen ha sido contestada ampliamente por encuestas, la opinión y el “voto a pie” de los ciudadanos venezolanos. Todo indica que la ciudadanía en general está convencida de que el modelo social y económico chavista es un fracaso, se opone a él, y está dispuesta a ensayar la democracia liberal como modelo para transformar a Venezuela en un país que libere su potencial. ¿Será posible que cada venezolano esté dispuesto a asumir su responsabilidad en la promesa del país? La capacidad, poder y voluntad de los ciudadanos para transformar una nación es indiscutible, porque es en la ciudadanía que reside la soberanía y el estado.

Un líder político puede en un momento transitorio canalizar ese poder y voluntad para conducir y ejecutar la transformación, pero no es él o ella quien la impulsa. En Venezuela en la historia reciente han habido dos instancias de esa voluntad ciudadana cambiando el rumbo y transformando al país. Rómulo Betancourt con el llamado a sus conciudadanos, ayudó a establecer una democracia representativa a partir de 1958. Hugo Chávez en 1998, se consolidó como el cambio reclamado por la ciudadanía ante la sordera que había estancado las necesidades de oportunidad liberal en aquella democracia. Jorge Giordani en su famosa conversación con Guaicaipuro Lameda probablemente tenía razón: hacen falta al menos tres generaciones para consolidar un cambio de modelo social y económico. La democracia incipiente en Venezuela surgida en 1958 apenas llegó a dos.

La lacra del autoritarismo se mantiene como pecado original en Venezuela. Muchos “líderes democráticos” opositores mantienen esa toxina en sus venas, no solo por la ambición política necesaria para tener la voluntad de conducir los destinos de un país, sino como tendencia intrínseca de nuestra clase política, indistintamente de su origen social. “El pueblo”, como lo quieren llamar los aspirantes a populistas autócratas, o “la ciudadanía”, como la califican los demócratas, ha demostrado ampliamente que ansía la libertad. El control represivo y/o económico impuesto por élites ha sido rechazado, como lo indican las dos instancias señaladas anteriormente. El ansia de libertad, esa capacidad de tomar decisiones propias está hasta en el refranero popular: “¡Más abajo pisó Bolívar!”. Los gobernantes ciegos a esa ansia de libertad usaran sus poderes cada vez más para reprimirla soterrada o abiertamente. Esa no es manera eficiente de gobernar un país o conducirlo a la prosperidad.

Se avecina una tormenta. La élite del régimen autocrático mercantilista criminal hará todo lo posible por mantenerse en el poder y mantenerse impune, desde el uso de falsa oposición hasta medidas coercitivas de toda índole y, por supuesto, saboteo, artimañas y fraude electoral. La unidad de la fuerza ciudadana que apenas se asoma ahora es lo único que puede arremeter contra esas iniquidades. Líderes que canalicen y multipliquen esta fuerza son indispensables para lograr el cambio de rumbo que le hace falta al país para encaminarlo hacia una democracia justa, participativa, próspera y libre. Las elecciones, tanto primarias como presidenciales, son apenas catalizadoras de la fuerza ciudadana que logrará el cambio, y la transición no se anticipa que sea pacífica. Es aquí que el diablo se cuela con su tentación de ese gusanillo de control autoritario por acumulación del poder bajo cualquier signo ideológico. Un líder democrático que represente la voluntad ciudadana puede hacer papel de “redentor”, ungirse con el gran poder del soberano, y caer en esa tentación.

En una democracia la ciudadanía le delega al gobierno la administración de la soberanía y el estado. En una autocracia, los “gobernantes” usurpan la soberanía y administran el estado para provecho propio. En una entrevista extensa que me hicieron para una revista liberal brasilera (Crusoe) a principios del 2021, toco parcialmente este tema. Enfocado sobre la tendencia de lideres populistas de malinterpretar su arrastre y carisma, respondo ante una pregunta sobre AMLO por su reclamación al rey de España exigiendo una disculpa por la conquista de la siguiente manera:

“…En cuanto a si el pueblo mexicano piensa igual que AMLO, no tengo manera de saberlo pero, a decir verdad, no importa si piensa igual o no. AMLO usa el agravio histórico para tratar de encender emociones y nublar la razón de suficiente gente como para transformarlas en “el pueblo”—el objetivo del populista. El populista no quiere que existan ciudadanos utilizando la razón para participar activamente en sociedad y exigirle al gobierno actuar de manera responsable. El populista quiere convertir a ciudadanos en “pueblo” manipulable por la emoción que él o ella genera para concentrar el poder. En corolario equivalente al del Rey Sol, Luis XIV, a quien se le atribuye haber dicho “el estado soy yo”, el populista se proclama como el pueblo mismo. Tanto AMLO como Chávez declararon haber perdido su identidad y pertenecer al pueblo –“ya no me pertenezco, le pertenezco al pueblo”— es decir “el pueblo soy yo”. Por lo tanto, y por la ley transitiva de las matemáticas, la voluntad del populista es la voluntad del pueblo y el bienestar y recompensa del populista es el bienestar y recompensa del pueblo. Y, ¡Que alguien se atreva a decir lo contrario!”

En un modelo ideal del estado democrático son los ciudadanos los que óptimamente controlan los destinos de un país. Los líderes son representantes transitorios de la voluntad ciudadana. Es fácil para un líder democrático (o uno ocultamente autoritario, electo democráticamente) dejarse cegar por esa voluntad ciudadana y creerse ese “redentor”, potenciando agravios y usurpando el poder del soberano: “Le pertenezco al pueblo; el pueblo soy yo,” y tantas otras variantes. El verdadero demócrata reconoce su transitoriedad, la soberanía en los ciudadanos y la independencia de las instituciones. El protagonista en la transición hacia la democracia en Venezuela es su ciudadanía empoderada. No es ningún nombre liderando transitoriamente las encuestas. El líder opositor que no entienda eso, es un líder populista, no un conciudadano. El líder opositor que no entienda eso, ha quitado la mira del objetivo. El líder opositor que no entienda eso, confusamente piensa haber personificado la oposición y amenaza la unidad necesaria para lograr el objetivo de restaurar la democracia y la libertad.

Existe una gran ansia ciudadana que busca cambiar el país y potenciarlo como una tierra de oportunidad, crecimiento, seguridad y familia. Un país en el cual se quiera vivir, no un país del cual se quiera salir. Un país donde existan opciones, oportunidades y libertad de decidir.  La responsabilidad asumida de canalizar esas ansias hacia la democracia liberal como mejor modelo de país, es muy grave y nada envidiable, y esa responsabilidad la han asumido ciertos lideres que buscan, algunos sinceramente, otros pareciera que no tanto, mejorar la condición de todos los ciudadanos del país. Pero el protagonismo necesario para impulsar esa mejora no vendrá de ningún líder. Son los ciudadanos.

¿Quién es la oposición? Los ciudadanos, señor.



miércoles, 12 de abril de 2023

EL FINAL DE LA GUERRA FRÍA

Un equipo periodístico desarrollando una nueva plataforma de difusión de ideas me solicitó un ensayo acerca de lo que yo pensaba fue el evento politico más importante en la década de 1980-89. Lo primero que vino a mi mente fue, por supuesto, la caída del Muro de Berlín. Pero este evento aislado no es suficiente para entender su contexto, por lo cual terminé desarrollando el siguiente texto acerca del final de la guerra fría, que impactó e impacta el globo hasta nuestros días.

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El Final de la Guerra Fría

Incuestionablemente, el evento más importante en el mundo de la política internacional ocurrido durante la década de los ochenta fue el final de la Guerra Fría, una situación de conflicto internacional que hoy en día nos resulta casi imposible de imaginar. Esta guerra se inicia a finales de los ’40 y, si fuéramos a ponerle fecha, cuando la Unión Soviética hace detonar su primera bomba de hidrógeno, el 29 de agosto de 1949. El conflicto de ideologías sobre la mejor manera de organizar una sociedad para generar el mayor bienestar colectivo fue liderado por las grandes potencias militares y económicas del momento, los EE.UU. y la Unión Soviética (una confederación de quince países controlados por la central del partido comunista soviético, en Moscú). En 1960, al separarse la República Popular China de la hegemonía soviética por conflictos de liderazgo, este tercer país lidera un frente más en esta pugna. La Guerra Fría dividió familias y activó ejércitos alrededor del mundo, desde el sureste asiático, y el medio oriente, pasando por África y las Américas, llevando el mundo dos veces, al menos, al borde del infierno nuclear.

El año 1989 marca el final de esta guerra con dos incidentes que lo señalan claramente: la masacre de la Plaza Tianamen el 4 de junio, y la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre. Estos eventos, transformadores de las sociedades que los albergaron, son indicadores de lo que Francis Fukuyama llamó en su famoso ensayo de 1989 (luego desarrollado en un libro) como "¿El Fin de la Historia?". 

Fukuyama fue uno de muchos que celebraron la victoria del liberalismo democrático sobre el marxismo leninismo: el doloroso parto de una nueva era democrática en el mundo. Escoge el título de su ensayo para recordarnos que en 1848, en el Manifiesto Comunista, Karl Marx (quien a su vez deriva este concepto de Hegel), declara que la historia llegará a su fin cuando una ideología que resuelva las tensiones dialécticas entre el capital y el trabajo sea la dominante, y la sociedad sea una homogeneidad en la que cada quien aporta según su capacidad y cada quien recibe según su necesidad: el paraíso en la tierra de la sociedad comunista. En la idea original de Hegel, todo conflicto derivado por tensiones internas de la sociedad se va resolviendo a medida que progresa la historia. Marx argumenta que el conflicto primordial es la relación capital-trabajo y Fukuyama, manteniendo este ideario historicista, argumenta que dicha relación ha sido resuelta, 140 años después, por la democracia liberal por la manera demostrable en que genera mayor bienestar que el marxismo-leninismo y que aquella ideología alterna, ya vencida, el fascismo.

Los eventos de aquella década en China y la Unión Soviética parecen confirmar el análisis de Fukuyama, con su conclusión de que a finales de los ‘80 no hay ideología alterna al liberalismo promovida por una potencia mundial que logre ese ansiado final de los conflictos humanos. Los apegados a esas otras ideologías desechadas serán países de poca relevancia y algunos académicos de salón. La reversión constitucional iniciada por Gorbachov, el líder soviético de la era, se fundamenta en principios liberales, y China, al incorporarse a la Organización Mundial del Comercio mediante estatus temporal de “Nación más Favorecida” en 1980, inicia su etapa de apertura internacional, con los cambios culturales y de mercado que eso implica, aparte de cambios internos permitiendo comercio privado. Es decir, los grandes rivales en la Guerra Fría aceptan un tipo de sociedad modelada por la ideología liberal y el capitalismo debido a que sus líderes reconocen las fallas y contradicciones internas de sus sistemas. Ayudan, pero no son factor decisivo los liberalismos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que hacen eco en las poblaciones con expectativas de cambio ante la corrupción creciente de sus propios sistemas de gobierno. Es allí que se origina la energía de esas poblaciones que hizo caer el muro y movilizó masas en China.

Una vez aceptada la premisa de que el modelo único, ideal y homogéneo es alguna versión de liberalismo centrada sobre la protección legal del derecho universal a la libertad y el consentimiento de los gobernados, se pueden dividir los países entre aquellos en la “post-historia” y los que permanecen en la historia. Es decir, los que han aceptado la democracia liberal como modelo social y los que todavía no lo han hecho. Todo conflicto entonces se limitará a la mejor distribución económica de los mercados bajo las reglas del liberalismo (incluso en sociedades con un gran sector público). Esta promesa historicista es seductora, pero probablemente es tan quimérica como la ilusión del paraíso comunista. El mismo Fukuyama admite que las fuerzas intrínsecas de una cultura pueden ser permanentemente contradictorias, pero las considera de naciones viviendo todavía en “la historia”. En particular indica como posibles tendencias innatas para el modelaje de una sociedad la religión y el nacionalismo. Como hemos visto en las décadas desde su tesis originaria, estas tendencias son indiscutiblemente modeladoras de sociedades e incluso, como en el caso de la Rusia de Putin, pueden hacer que un país se revierta al modelo fascista bélico expansionista.

La euforia de aquella victoria en la Guerra Fría contrastada con la situación del mundo actual nos hace reflexionar acerca del conflicto de fondo, y que no es necesariamente el de comunismo vs. capitalismo. Observar a Rusia y China son una primera pista: a pesar de tener capitalismos en formas híbridas, su capacidad de renovación democrática es nula y las élites autocráticas se aferran al poder. ¿Sera posible entonces que la verdadera dicotomía antagónica sea entre autoritarismo y democracia? Como segunda pista propongo un experimento mental: imaginarnos la existencia en conjuntos de pareja al autoritarismo y la democracia, con el capitalismo y el socialismo. La única combinación conceptualmente absurda es autoritarismo democrático (o democracia autoritaria), que es lo que pretenden ser países como Corea del Norte, o el Irak de Hussein donde líderes son electos con el 100% de los votos. Para estos países, la excusa de pseudo ideologías marxistas o nacionalistas sirven a sus élites para mantenerse en el poder.


Anne Applebaum en su libro “El ocaso de la democracia” (2020) nos da una pista final acerca de por qué el modelo historicista de inevitabilidad del progreso puede ser un concepto errado. A pesar de los obvios adelantos tecnológicos a nuestro alrededor, los instintos naturales del ser humano se mantienen en su esencia primitiva. Estos instintos incluyen preferir el orden y la predictibilidad más que al desorden y la incertidumbre, y la solidaridad tribal más que al universalismo. De cierta manera, Fukuyama alude a estos instintos al referirse a cultura, religión y nacionalismo como factores adaptando ideologías. Pero el argumento de Applebaum va más allá, puesto que implica que el ser humano tiende a preferir el autoritarismo por la promesa de orden predecible ejercido por una élite poderosa, en lugar de la realidad del desorden incierto de la democracia ejercido por una masa ciudadana heterogénea. Pero por la incapacidad de un régimen autoritario para satisfacer las necesidades crecientes de renovación y oportunidad de toda sociedad, y la consecuente represión creciente, el autoritarismo eventualmente revierte, o colapsa, hacia algún tipo de versión del modelo liberal, sea por reforma o revolución. La ola de nacionalismos antiliberales que recorre el mundo desde hace unos diez años es explicable como reacción al “fin de la historia” de 1989. Pero si algo nos enseña el final de la Guerra Fría es que la sociedad humana estará siempre condenada a repetir un ciclo pendular de versiones de autoritarismo a versiones de liberalismo, una historia sin fin.

Carlos J. Rangel, escritor, analista y consultor político, es autor de dos libros de ensayos sobre práctica y economía política, uno centrado sobre la campaña de Obama en el 2008, Campaign Journal 2008 (Routledge, 2009), y otro sobre el período en Venezuela a partir de 1998 hasta el 2017, titulado La Venezuela Imposible (Alexandria Publishing, 2017). 


miércoles, 23 de noviembre de 2016

Un Proyecto de Libro - La Venezuela Imposible.


La Venezuela Imposible: Introducción


Quien hubiese dicho en vana ilusión que la democracia es la forma natural de gobernar los pueblos está equivocado. La historia contradice esa afirmación. En seis mil años de historia civilizada, la democracia apenas tiene segundos efímeros de existencia. Grandes obras, grandes monumentos, grandes aportes a la civilización fueron hechos por, bajo y en nombre de tiranos que sometían a sus pueblos, algunos de manera benevolente, la mayoría de manera represiva, combinando en diversas ponderaciones el poder económico, militar y religioso en una figura o élite autocrática.

El experimento democrático moderno iniciado a mediados del S. XVIII tiene su mejor ejemplo contemporáneo en Los Estados Unidos, cuyo documento originario fundamental es su Declaración de Independencia de 1776. Este documento es un argumento a favor de la representatividad, en contra del régimen autoritario, e incluye famosamente el enunciado de los “derechos inalienables y autoevidentes de todo ser humano": vida, libertad y procura de felicidad. La revolución francesa poco después, en 1789, tiene una variación sutil pero importante sobre los derechos humanos bajo el lema, “libertad, igualdad, fraternidad”. Son enfoques distintos que conducirán por distintos caminos el desarrollo político de las naciones.

No tan casualmente, este hervidero de ideas políticas y revolucionarias ocurre en medio de un período que incluye la publicación de ese tomo que cambió fundamentalmente la manera de pensar acerca de la economía: La Riqueza de las Naciones, de Adam Smith, publicado en 1776. Dos ideas claves surgen de este libro: la riqueza se crea mediante la transacción económica, y el ser humano en procura de su interés propio genera bienestar social. La riqueza de las naciones antes de este libro se calculaba de manera mercantilista: cuánto oro, piedras preciosas o bienes acumulados tenía un país. A partir de ese libro se va a medir la riqueza por la suma del número de transacciones económicas: lo que hoy llamamos el Producto Nacional Bruto. La segunda idea propone que la individualidad, el interés propio no es una condición antisocial, de huraños, de egoístas. Propone este concepto despojarse del sentido comunal colectivo como medio para favorecer el bienestar social. Postula que si cada quien mejora su propia condición por su propio esfuerzo, la comunidad en general mejora. Una idea radical contraria al paternalismo de estado benevolente o totalitario prevaleciente en su época.

En 1859 ocurre otro golpe de timón al pensamiento mundial, con un tomo que cambió en sus bases la manera de pensar acerca del universo: El Origen de las Especies. Este tomo es una afrenta directa a la concepción de un mundo creado por origen divino de manera perfecta y estática.  La intelligentsia, ya escéptica del mandato divino de sus dirigentes, tiene nuevas municiones para argumentar acerca del desarrollo político de la sociedad. Cambio y extinción son naturales y comunes en el universo, ergo existe la posibilidad de una mejor sociedad. La pregunta es, ¿cómo llegar a ella? Once años antes, ya se había publicado un panfleto sugiriendo una respuesta: El Manifiesto Comunista. Según este documento, la sociedad avanza de manera inexorable desde un estado pre-capitalista, al capitalista, socialista y finalmente al comunista.

Las utopías sociales descritas en el Manifiesto Comunista...



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ESTE ENSAYO Y OTROS ESTÁN DISPONIBLES EN SU TOTALIDAD EN
LA VENEZUELA IMPOSIBLE: 

lunes, 30 de noviembre de 2015

Alfa y Omega del Socialismo del S. XXI


El único verdadero aporte a la discusión sobre socialismo, marxismo y capitalismo que aportó Heinz Dieterich Steffan fue crear una frase que hacía creer que un viejo y anticuado modelo podía ser renovado bajo un nuevo lema; algo así como decir “Ese Socialismo sí Refresca”: el Socialismo del S. XXI. Su libro es una serie de conceptos trillados, mitos mal concebidos e ideas mal fundamentadas que pocos leyeron y menos analizaron. Pero sobre ese lema, ese slogan de juventud y supuesto cambio de ideas—cuyos resultados históricos estaban a ojos vista—sobre ese fundamento de barro resbaladizo en 1999 se echaron las bases, el Alfa del gobierno y cambio social de Venezuela. Y ahora llegamos aquí, a las consecuencias.
El comunismo (estadio superior del socialismo) y el capitalismo ven la interacción fundamental de intercambio entre partes –la transacción—de manera muy distinta.  En el modelo comunista, la transacción es un evento suma cero es decir, una de las dos partes resulta favorecida sobre la otra—la riqueza (el bienestar) se distribuye: una parte pierde y la otra gana. El modelo capitalista postula que la transacción es un intercambio y satisfacción de necesidades—la riqueza (el bienestar) se crea y ambas partes ganan.

He aquí la falla fundamental del socialismo como modelo y su atractivo particular especialmente para una sociedad rentista. Si la riqueza... 


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ESTE ENSAYO Y OTROS ESTÁN DISPONIBLES EN SU TOTALIDAD EN
LA VENEZUELA IMPOSIBLE: 

NECESIDAD DEL POPULISMO EN DEMOCRACIA Y OTROS TEMAS

Este ensayo/entrevista busca responder inquietudes surgidas en la video-entrevista de Napoleón Bravo a Carlos J. Rangel sobre su nuevo libro...