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jueves, 21 de noviembre de 2024

VENEZUELA HOY Y SU NUEVO MAÑANA

 El 21 de noviembre de 2024, El Club de la Libertad, en Corrientes, Argentina, invitó a Carlos J. Rangel a hablar acerca de Venezuela, su estado actual y su futuro. Este es el discurso / ponencia de Rangel en el evento.  


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Gracias a todos los presentes, damas y caballeros, por participar en este foro, un evento enfocado sobre el futuro y potencial de nuestras economías. Economías que enfrentan gran incertidumbre ante las tensiones por el cambio. Cambio desde un mundo esencialmente unipolar hacia uno en donde las potencias se disputan activamente los centros del poder económico y político. Esas tensiones, que parecen contradictoriamente aislacionistas e imperialistas simultáneamente, crean aperturas aprovechables, incluso para una situación como la que vive mi país, Venezuela.  La oposición venezolana le agradece mucho a Argentina su solidaridad con la causa y el albergue a nuestros compatriotas. Muchas gracias. Quiero agradecer especialmente al Club de la Libertad y a su presidente, Alberto Medina Méndez, por utilizar estos eventos para mantener viva la causa de la libertad en Venezuela, y por su invitación a que yo compartiese por algunos minutos con ustedes mis reflexiones sobre el presente y el mañana en Venezuela.

El 28 de julio de 2024 fue una fecha trascendental para Venezuela. Puede esperarse incluso que en algún futuro posible, y manteniendo esa costumbre común de nuestros países, alguna avenida, plaza o barriada sea nombrada con esa fecha; la fecha que definitivamente evidenció el anhelo indiscutible de los ciudadanos venezolanos de terminar el experimento chavista.

La propuesta chavista era cambiar las estructuras económicas y sociales del país para lograr igualdad y justicia social administrada mediante un fuerte gobierno central. Bajo esa propuesta, el gobierno central asumía el control sobre los recursos naturales y activos fijos del país, y la administración de su explotación. La propuesta se basaba sobre la premisa de que Venezuela era un país rico, rico en minerales básicos necesarios para la economía mundial. Con los amplios recursos financieros obtenidos por ese control, el gobierno podría satisfacer las necesidades de todos los venezolanos. Esa fue la promesa de Chávez.

Hay muchas razones por las cuales ese experimento resultó en un gran fracaso. Pero la razón fundamental es debido a su contradicción interna: lograr orden, igualdad y justicia mediante el control central y absoluto de la sociedad y la economía. Ese control eventualmente y necesariamente será autoritario, y es imposible lograr igualdad y justica bajo esas condiciones. No solo Venezuela ha vivido la tragedia generada por esa contradicción conceptual. Cuba, por no mencionar otros, es otro gran ejemplo en nuestro hemisferio de autoritarismos de izquierda con fantasías de utopías. Por supuesto la Unión Soviética, Corea del Norte y China Comunista son ejemplos notorios en el mundo.

Sin embargo, no debemos descartar ese otro vértice ideológico cuyos resultados igualmente resultan en fracaso: el autoritarismo de derecha. Fracaso de otra índole, pero en la misma familia. Las contradicciones estructurales de esta otra propuesta autoritaria también estancan a la sociedad enquistando oligarquías, sean civiles o militares. Esto lo hemos visto en el pasado de Latinoamérica y el Caribe: en el Paraguay de Stroessner, la Nicaragua de Somoza, el Haití de Papa Doc, hasta en el México de Porfirio Díaz a principios del siglo pasado, cuando Civilización y Barbarie se confundían fácilmente; y alrededor del mundo con el Irak de Hussein, el Irán del Chá, y tantos otros ejemplos frecuentemente citados por la izquierda y que ustedes han oído.  Hoy día incluso estamos viendo lo que podemos calificar de autoritarismo de derecha en países como Rusia y la China actual, con creciente desigualdad, tiranía y economías en descenso estructural, buscando su rescate mediante la expansión imperialista.  Al igual que las de izquierda, las élites dirigentes de derecha pretenden mantener sus privilegios eternamente, viviendo esa fantasía de Voltaire de que viven en el mejor de los mundos posibles, y que todo cambio es innecesario, indeseable y peligroso.  

Esto ocurre por igual tanto en los autoritarismos de derecha como en los de izquierda. Ambos han creado un mundo para sus élites con privilegios basados en rentas monopólicas, sean del estado o de los oligarcas, acumulando poder y activos. Un mundo que quieren mantener, conservar a toda costa; es decir son conservadores. Todo mandato autoritario es conservador, viven en su mejor mundo posible y no quieren que cambie. Venezuela tiene un gobierno conservador, al igual que Cuba. Irán, Hungría, Rusia y China. Son variaciones de la combinación mandato autoritario / capitalismo, o mandato autoritario / comunismo. Combinaciones destinadas al fracaso económico, social, conducentes a gran descontento popular con la consecuente represión totalitaria. Represión que va desde la pasiva mediante fraudes electorales y control de medios, hasta las activas con milicias, prisión, tortura y muerte.  

Hayek nos instruye para entender mejor esta dicotomía derecha / izquierda en su “Postdata a Fundamentos de la Libertad”. Hayek denuncia tanto a la extrema derecha como a la extrema izquierda por ser ideologías que buscan suprimir la individualidad para asumir el control de la sociedad. Ese control se basa en el supuesto de que el bienestar colectivo es mejor entendido por su élite de ideólogos que por un individuo cualquiera en búsqueda de su bienestar propio; que ciertos elementos, anhelos o “perversiones” de esa individualidad es mejor controlarlos en aras del bienestar colectivo. Por eso, esos ideólogos de derecha o de izquierda proponen leyes, reglamentos y acciones que coartan la libertad. Esa intelligentsia de izquierda o de derecha pontifica que ella es la que mejor sabe lo que es mejor para cada quien en aras del bienestar social.

Todos esos son experimentos destinados al fracaso y al rechazo, como lo demostró Venezuela el 28 de julio. Ese día la ciudadanía venezolana dijo “ya basta”. Dijo que el experimento chavista, ni nada que se le parezca, no solucionaba la desigualdad, ni mejoraba la vida, ni ofrecía futuro; dijo que el experimento chavista quebraba familias y generaba miseria; dijo, utilizando la poderosa voz del voto democrático de cada uno, que la élite chavista no merecía su confianza ni merecía gobernar. El 28 de julio, los ciudadanos venezolanos optaron por ese concepto difuso de “libertad”, uno de esos conceptos que a veces uno no sabe qué es exactamente, pero que si sabe cuándo no la tiene.

Anteriormente he tenido la temeridad de definir la libertad como la condición bajo la cual un ser humano tiene la oportunidad de desarrollar su pleno potencial como tal. Un gobierno que busca controlar a cada individuo para obligarlo a aportar su esfuerzo y mente al modelo que dicho gobierno prescribe como ideal, no es un gobierno apegado a la libertad. Contra eso, y a sabiendas que la opción era un salto al vacío, que ese voto sería el comienzo de un proceso de restauración que no sería fácil, los ciudadanos votaron masivamente y con alegría por Edmundo González Urrutia, quien simboliza y unifica el anhelo de libertad del pueblo venezolano. Venezuela optó por democracia y libertad. La oportunidad de hacer mejor vida.

La dicotomía democracia / autocracia existe desde hace siglos, y cuando el anhelo democrático ha prevalecido, la humanidad ha prosperado, ha progresado.  El afán de superación individual es una sublimación del instinto natural de supervivencia, y se manifiesta en emociones como la codicia y la ambición las cuales, de por sí, no son malas, como diría Gordon Gekko en “Wall Street”. O mejor, como argumentaría durante aquel momento del despertar liberal del S. XVIII Adam Smith: cuando existen las condiciones para que cada individuo busque, persiga, trabaje por su mejora personal, toda la sociedad mejora. Es decir, el capitalismo es un mecanismo eficiente que utiliza la libertad para mejorar la sociedad como un todo.  El capitalismo se contrapone al mercantilismo, cuyas diferencias esenciales son que el primero se basa en la creación de la riqueza, el otro en la acumulación de la riqueza. El comunismo es la manifestación moderna de la mentalidad mercantilista, enfocado en la distribución de lo que para su modelo es un recurso limitado, la riqueza, la cual extrae como renta, sea de la naturaleza o de la sociedad, hasta agotarla.

Sociedades que han experimentado con esa idea de la distribución de la riqueza como base fundamental para generar bienestar social han fracasado en esa meta, y algunas ahora experimentan con lo que se puede describir como mandato autoritario con capitalismo; Rusia, China, Hungría, e incluso, con tanteos y asomos, en Venezuela. En Cuba han habido innumerables “procesos de apertura” permitiendo microempresas y otros experimentos.

Pero bajo regímenes autoritarios, estos intentos proto-capitalistas están destinados al fracaso, solo refuerzan al régimen. He definido recientemente al mandato autoritario como aquel en donde los seres humanos sobreviven y prosperan dependiendo de los caprichos oportunistas de un régimen cuyo centro ideológico es el derecho legítimo de concentrar el máximo poder en su líder. Dicho con el viejo refrán popular, tal vez revelando alguna simpatía de nuestras culturas por el mandato autoritario: “el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”. Pregúntenle a Jack Ma, el fundador de Ali Baba, que tal funciona eso.

Depender del capricho oportunista, de la sombra reconfortante, de un líder autoritario, aun cuando dicho líder haga aperturas hacia el capitalismo, es una propuesta peligrosa para cualquier individuo. Más aun, es ineficiente para una sociedad e insostenible a largo plazo.

Es esa combinación de democracia con capitalismo la que genera riqueza, y tiene la capacidad de renovación y regeneración que con mayor efectividad y eficiencia incrementa el llamado bienestar social. La propuesta ganadora en las elecciones presidenciales de Venezuela, la aceptada por más de tres cuartas partes de los que pudieron votar, fue democracia con capitalismo, la combinación que ha generado la mayor prosperidad de las naciones y el mundo desde su surgimiento en el S. XVIII.

En conversaciones y comunicaciones con ciertas personas del liderazgo opositor mucho antes y después del 28 de julio, estábamos claros de que las elecciones presidenciales, aun siendo clave, no eran sino un paso, una etapa más en la restauración de la democracia en Venezuela, al igual que lo había sido el 22 de octubre del año pasado, el día en que las primarias opositoras ratificaron la dirigencia indiscutible de Maria Corina Machado como su líder. Desde hace más de dos años ya habíamos planteado la necesidad de obtener la prueba en las mesas electorales de la victoria de la oposición democrática en las elecciones presidenciales. Esta estrategia, implementada tácticamente con los “comanditos” recabando evidencias, ha demostrado fehacientemente, ante cualquier persona u organismo independiente, que Edmundo González Urrutia es el presidente legítimamente electo de Venezuela.  Desde la noche del 28 tengo la costumbre de revisar periódicamente la página web del Consejo Nacional Electoral, del CNE. Aquel día la página se cayó alrededor de las 8PM, si recuerdo bien. El régimen culpó a la oposición de hacer un jaqueo que había tumbado la página. Esa excusa, o revela una ineptidud abismal por el equipo técnico del CNE, y sus aliados internacionales, o es una mentira más grande que cualquier nariz imaginable de Pinocho puesto que hasta el día de hoy, casi cuatro meses después, sigue caída esa página.   

La estrategia para llegar hasta el final se mantiene en pie. Todas las piezas están donde deben estar y están encajando como deben encajar. El régimen ha reaccionado a la revelada desnudez de su descarado fraude con el desespero y temor de una bestia acorralada, lanzando gruñidos, zarpazos y dentelladas. Sus 200 presos políticos de costumbre, por coincidencia el mismo número que mantenía el tirano Rosas, los ha multiplicado por diez. Actualmente en las cárceles, mazmorras, y sótanos ocultos de la tiranía hay alrededor de 2000 personas detenidas con cargos espurios de incitación al odio, a la violencia y al terrorismo, cargos levantados por alzar su voz defendiendo la soberanía popular manifestada el 28 de julio. A esos 2000 se le suman centenares, miles de personas atemorizadas, refugiadas, exiladas por la persecución del régimen, por estar “en la lista”; persecución y prisión que ha resultado en muertes, escalando la violencia criminal del régimen. Recordando a Winston Churchill, ante la lucha contra la sanguinaria tiranía solo puede prometerse sangre, trabajo, lágrimas y sudor hasta lograr la victoria, la libertad. Estos héroes venezolanos son héroes de la libertad.

Por favor, un momento de silencio para los caídos.

La comunidad internacional ha sido pieza clave en debilitar y deslegitimar al régimen. El desconocimiento, incluso por supuestos aliados vecinos, del resultado "oficial" de las elecciones se mantiene como columna principal de la fuerza opositora; los homenajes y reconocimientos internacionales a la líder opositora fortalecen su posición como tal; la diplomacia experta del presidente electo en países y organismos internacionales acorralan cada vez más a las élites de la tiranía.  No voy a decir en este foro que hay negociaciones en curso con algunos miembros de esas élites tiranas. No lo voy a decir.  Las elecciones presidenciales en los EE.UU. hace unas semanas aclaran vías en esas negociaciones que no están ocurriendo con algunos miembros del régimen; esos que ven con anhelo alguna playa distante y tranquila, con familiares y amigos cercanos a su lado, lejos de hogueras, horcas y muchedumbres enardecidas. Aquellos dentro de las élites del régimen que no ven esa negociación, que no está ocurriendo, es probable que pronto se percaten de que rechazaron una oferta que no podían rechazar. Porque ya están del lado equivocado de la historia.

Esquilo, hace unos dos mil quinientos años, nos decía: “es enfermedad que llega con toda tiranía, la de no confiar en amigos”. Sabemos por qué.

La historia nos ha demostrado que la combinación democracia / capitalismo es la combinación que genera mayor prosperidad. La historia nos ha enseñado también que la democracia es un torbellino de ideas permanente, un agitar creativo indetenible, un ir y venir circular de propuestas, riñas entre lideres con opiniones contradictorias; una apariencia de caos constante, con contiendas electorales donde los vencedores se creen dueños de la razón, la verdad y el mundo, y los perdedores se rasgan las vestiduras y se halan los cabellos -- hasta la próxima elección.  

Ante el caos y la incertidumbre permanente de la democracia la ilusión del mandato autoritario que promete orden y certeza es tentadora. Todo aquel que dice o escribe que la democracia está en peligro tiene razón, siempre. Pero la democracia vale la pena; la historia nos ha enseñado que es ella en combinación con la libertad la que genera paz y prosperidad en las naciones, y por eso vale la pena luchar por ella. Todo esto nos hace recordar nuevamente a Churchill, quien calificaba a la democracia como el peor de los sistemas de gobierno, salvo todos los demás.  

Las élites del régimen venezolano, esas élites conservadoras, mercantilistas, monopólicas, tiránicas que pretenden aferrarse al poder y someter al país están del lado equivocado de la historia. Su visión de su mejor mundo posible se derrumba y algunos todavía le hacen caso cándidamente al bla bla bla del profesor Pangloss, todos los profesores Pangloss en sus medios. Pronto despertarán en el nuevo mañana de Venezuela, el nuevo mañana; porque la historia también nos ha lo enseñado: tiranías eternas no son.

Muchas gracias.

VIDEO DE LA PRESENTACION EN LA CONFERENCIA:




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Carlos J. Rangel
twitter: @CarlosJRangel1
threads: cjrangel712

Libros de Carlos J. Rangel:



domingo, 30 de julio de 2023

UNA REVOLUCIÓN INESPERADA

Reflexiones tardías sobre
Del buen salvaje al buen revolucionario: Mitos y realidades de Am
érica Latina. 

En estos días estuve haciendo la revisión final a una nueva edición que será publicada en Chile bajo los auspicios de la Fundación para el Progreso (Santiago), de Del buen salvaje al buen revolucionario: Mitos y realidades de América Latina (Carlos Rangel, 1975), obra clave para entender las patologías políticas de Latinoamérica. Al igual que la nueva edición digital distribuida en Venezuela bajo los auspicios de CEDICE, se incluirá en esta edición impresa el Post Scriptum escrito por Carlos Rangel algo más de diez años después de la publicación del libro original en Venezuela, un epílogo que contiene sus reflexiones después de transcurrida una década.

Tras ese tiempo, lo que para Rangel era evidente en 1975, era inescapable a cualquier observador objetivo en 1985. El lamentable fracaso de la Revolución Cubana, después de un cuarto de siglo de tiranía y rigidez, le había asestado un duro golpe al mito de la salvación latinoamericana por revolución izquierdista, regímenes de tipo soviético y confrontación con los Estados Unidos. La propuesta de Rangel establece sin embargo que:

“…sigue siendo un hecho que las sociedades de Latinoamérica no funcionan bien. ¿Podemos darnos por satis­fechos con el statu quo? Por supuesto, no. Necesitamos cam­biar, y ese cambio debiera ser tan profundo como para merecer llamarse —si el caso llega— una revolución, aunque ciertamen­te muy distinta de la enajenada por falacias radicales y neuro­sis casi patológicas que fracasó en Cuba y está fracasando en Nicaragua. La revolución que necesitamos debe consagrarse a la causa básica de nuestras persistentes frustraciones, que definitivamente no es sólo —ni siquiera principalmente— una conspiración yanqui para agotar nuestros recursos e impedir nuestro desarrollo sino, más bien, nuestro fracaso en implantar totalmente la democracia.

En nuestras guerras de independencia, la dictadura colonial española fue barrida en nombre de la libertad, supuestamente abonando el terreno para un orden democrático cuyo modelo suministraban los Estados Unidos. Pero, en la práctica, el poder no fue devuelto al pueblo, que no estaba —como no lo estaban sus líderes— preparado para vivir en paz bajo las reglas de la democracia. El poder quedó (y esto es en gran parte cierto hasta el presente) como un premio para ser repartido entre aquellos que se las han arreglado para capturar el Estado y hacerse de una clientela.

El «modelo» mexicano, que ha constituido un triste éxito por ser el sistema de gobierno más estable en la historia de la América Latina independiente, muestra claramente cómo entre nosotros el poder, el privilegio y el autoservicio de egoísmo sectorial no son el sello exclusivo de las ricas oligarquías que se orientan por los Estados Unidos. Más bien, esas actitudes antisociales han sido tradicionalmente compartidas por todos los grupos que pueden definir y perseguir exitosamente inte­reses especiales bajo la protección de un Estado todopoderoso, cuyo control ellos comparten o, al menos, a cuya estabilidad —a menudo precaria— contribuyen.

Estos párrafos de Rangel exhortan al cambio de nuestra manera de ser amañada por las taras del mercantilismo, la esclavitud metamorfoseada en peonaje, y el sectarismo racista, taras que han prevalecido como bases del sistema económico y social en Latino America desde los tiempos de la conquista y manifestadas de innumerables maneras en nuestra historia. Una manera de ser que enquista el atraso en nuestras sociedades. Una manera de ser que claramente va en contra de las aspiraciones de innumerables individuos en cada sociedad, formando un caldo de cultivo de resentimientos, agravios y deseos de cambio que prometen ser satisfechos por “la revolución”. 

Una revolución es un cambio fundamental en la manera de ser. Eso no ha ocurrido en las mal llamadas revoluciones latinoamericanas. El caso cubano es patéticamente emblemático, una sociedad en donde una élite mercantilista capitalista existente fue sustituida por una élite mercantilista auto proclamada revolucionaria. Esto ha ocurrido en las instancias de sustitución de élites ocurridas en Nicaragua, Bolivia, y Venezuela, al igual que con los intentos en Chile, Ecuador, Perú, México, etc. Pero mientras se mantenga la idea de que toda transacción comercial es una transacción suma-cero (base del mercantilismo) en vez de una relación gana-gana (base del capitalismo), nunca serán satisfechos los agravios de masas de ciudadanos cada vez mayores.  Es imposible satisfacer las aspiraciones y necesidades crecientes de una población en aumento con simple distribución de una riqueza cada vez más escasa; hay que hacer crecer la riqueza.

Ha sido únicamente en las ocasiones cuando ciertos lideres buscaban emprender reformas para equilibrar la tendencia humana cuasi-natural de crear condiciones de transacciones suma-cero para su beneficio propio, con la difícil tarea de establecer condiciones de relaciones gana-gana para crear el beneficio social y económico de toda la sociedad cuando ha habido progreso en las naciones. El caso mas destacado, y al que Rangel vuelve repetidamente, fue Argentina a finales del siglo XIX y principios del S. XX, momento en el cual ese país se perfilaba como el futuro gran rival de los EE.UU. en el hemisferio, tras haber emprendido las reformas liberales conducidas por Domingo Sarmiento; reformas conceptualmente simples, además: emular los sistemas que han demostrado éxito económico y social. 

Rangel argumenta claramente a favor del filón de liberalismo universal existente en America Latina que puede verse con raíces en Francisco de Miranda, Simón Bolivar, y Andrés Bello, siguiendo por Sarmiento, pasando por Haya de la Torre y el aprismo, hasta sus descendientes ideológicos, desde los demócratas en Venezuela hasta el Chile pre-Allende. Esta es una corriente liberal en contracorriente a la tendencia mercantilista y feudal nacionalista emblemática de tiranos desde Juan Manuel de Rosas hasta Fidel Castro y sus aduladores. Hoy día es probable que las transformaciones políticas en México que condujeron a la presidencia de Vicente Fox y cierto pluralismo democrático y, por supuesto, la reversión venezolana al neo-mercantilismo nacionalista que caracteriza el llamado socialismo del S. XXI, serían destacados en capítulos aparte.  

Carlos Rangel fue algo optimista (a pesar de lo que se ha escrito al respecto) al pensar que, si se sobreponen dichas taras originarias de la semilla sembrada por el imperio español en declive del S. XV y XVI, el progreso social y económico de la región es posible, en vez del estancamiento permanente. No era Rangel único en este campo del pensamiento político, siendo el más renombrado promotor de esta tesis Francis Fukuyama quien, poco después de la muerte de Rangel, publicaría su famoso ensayo (y posterior libro) de “El fin de la historia” el cual, en esencia, utiliza los argumentos de Hegel y Marx para establecer que el liberalismo democrático, y no el socialismo comunista representaba ese final y el cual, en la década de 1990, se vislumbraba en el horizonte.

Los ciclos de la historia nos pueden hacer pensar lo contrario. Toda revolución se origina en las presiones contenidas por un régimen que busca mantener un Status quo en donde ciertas élites privilegiadas tienen afán de auto-preservación y supervivencia. Si la revolución es exitosa, dichas élites serán sustituidas por otras que tendrán eventualmente esos mismos instintos. Cada élite en el poder buscará de alguna manera estabilizar la sociedad con ese otro instinto natural que tiene el ser humano: el rechazo a la inestabilidad y el desorden, a favor de la predictibilidad y el orden. Tras todo caos revolucionario la “nueva” sociedad y sus gobernantes presentarán como aceptables ciertos “excesos de orden” para renovar la sociedad y mantenerse en el poder. Esto se ve en los fusilamientos de La Cabaña en Cuba, las desapariciones del Estadio Nacional de Chile, o la “reeducación” en la campiña de Camboya. Y he aquí donde vemos el desarrollo moderno de las sagaces intuiciones de Lenin.

En su discurso “Sobre la guerra y la revolución” pronunciado en las postrimerías de la primera guerra mundial todavía en curso (mayo, 1917), y poco antes de tomar el poder en Rusia (octubre del mismo año), Lenin claramente expone que la manera de mantener el poder es establecer la revolución permanente contra las clases que amenazan el poder, en su caso, socialista. Esta manera de pensar la deriva de Clausewitz, volteando su famoso dicho de la guerra como continuación de política por otros medios, y estableciendo que la política es la continuación de la guerra por otros medios – es decir, la “revolución” permanente.

Esta es una lección bien aprendida por los neo-mercantilistas del socialismo. Mantener a la élite gobernante en pie de guerra contra la población con aspiraciones naturales de cambio es lo que hicieron, han hecho y siguen haciendo en la Unión Soviética, Cuba, y Corea del Norte; pero también en países que cayeron bajo la hegemonía ideológica del tercermundismo (“gobernantes objetivamente revolucionarios”, ver cf. Rangel, C.: DBSBR y El tercermundismo) como excusa para mantenerse en el poder, como el Irak de Hussein, la Libia de Gadafi y otros tantos tiranos de turno alrededor del mundo pasado y presente. Esta revolución permanente, término tan inverosímil conceptualmente como el nombre del Partido Revolucionario Institucional en México, sirve para excusar los atropellos más injustificables contra los derechos humanos en estos países “en rumbo hacia el mar de la felicidad” socialista.

Los tiranuelos acumulando poder y riqueza que se acogen al apodo socialista tercermundista y declaran que toda desigualdad económica es culpa del capitalismo imperialista occidental (liderado, por supuesto, por los EE.UU.), no son distintos que los tiranuelos de antaño que acumulaban poder y riqueza para disfrutarlas en ese mismo mundo capitalista occidental. Solo que estos nuevos tiranuelos se acobijan bajo un ropaje ideológico que, al igual que la religión (ese opio de las masas), promete una felicidad futura después del sufrimiento presente. Mientras llega esa redención paradisiaca, los tiranuelos de hoy disfrutan sus riquezas terrenales sin vergüenza en Abu Dabi, Shanghai o Singapur, más discretamente en los enclaves de aquellos viejos tiranuelos, la costa del mediterráneo, Londres o París, o simplemente en su propio país en fortalezas tal castillo medieval dentro de su feudo y ghetto de prosperidad clientelar rodeados por su corte de aspirantes a migajas (con aspiraciones ocultas, o no tanto, a ser el próximo a sentarse en el trono como premio personal); y utilizarán la "revolución permanente" para reprimir disidencias y aferrarse al poder.

La naturaleza humana abarca un gran rango de comportamientos. El comportamiento más natural es la aspiración a la mejora propia y de sus descendientes. Sólo bajo condiciones que permiten renovación económica y social dicha aspiración se puede mantener viva, y los regímenes neo-mercantilistas autoritarios en su afán de control, y la supresión de la libertad para mantener dicho control, reprimen dicha aspiración natural humana puesto que la misma presupone renovación y, como hemos discutido, la revolución permanente precluye la posibilidad de renovación de la élite gobernante. Esta posibilidad de renovación existe únicamente bajo condiciones de democracia institucional. Por supuesto que el líder de turno en el poder siempre buscará dejar huella permanente, sea mediante su “legado” (aceptable) o subvirtiendo las instituciones democráticas para mantenerse en el poder de alguna manera (inaceptable). Volviendo a eso de los instintos humanos, este comportamiento se deriva del instinto de supervivencia, tanto individual como tribal. Es solo a través del estado de derecho que lo peor e inaceptable de los instintos humanos se mantiene bajo control para que podamos vivir prósperamente en sociedad. Es por ello por lo que instituciones independientes del poder de mando son fundamentales para lograr una sociedad que no esté sometida a la arbitrariedad autocrática de una élite gobernante o su figura representativa. Este es el fundamento de la democracia liberal.

Pensar en que pueda ocurrir en nuestros países ese vuelco de pensamiento que Rangel, con toda la razón, denomina revolucionario, no es imposible. Hubo (y hay) ventanas y atisbos de esa posible revolución, y es posible que se recupere en algunos países la posibilidad. Pero el concepto leninista de revolución permanente (es decir, enquistar la élite dominante) no es compatible con la democracia liberal, la cual por definición no establece el concepto de “permanente” ni en la economía ni en los gobiernos. Más bien el concepto de renovación permanente es lo que priva, una renovación basada en el fomento de la creatividad e innovación constante que cambia las bases de la economía, la política y la sociedad para crear riqueza y movilidad social. La revolución permanente de Lenin es mucho más compatible con los sistemas feudales precapitalistas/mercantilistas del medioevo cuyos reyes fueron derrocados, muchos de manera violenta, otros por intrigas de palacio, y unos pocos aceptando el cambio de la revolución industrial y el desarrollo de los mecanismos de renovación económica y política: capitalismo y democracia. Derrocar el medioevo en America Latina era la aspiración revolucionaria de Rangel. ¿Será posible mantener la naturaleza caótica desordenada y de renovación permanente del liberalismo en contra de las fuerzas naturales que favorecen el orden y la supervivencia de élites autocráticas en el poder? El iliberalismo creciente a nivel mundial nos parecería indicar lo contario, una vuelta al ciclo de neo-mercantilismo impuesto con la excusa de recuperar el orden y los valores tradicionales. Para America Latina, en cualquier caso, el advenimiento de verdadera democracia liberal sería una revolución inesperada.

Descargue los libros de la Colección CEDICE: Biblioteca Carlos Rangel, mediante este enlace. Las reflexiones de Carlos Rangel 10 años después de haber escrito DBSBR, además de estar en la nueva edición del libro publicada por CEDICE Libertad y por la Fundación para el Progreso (FPP), se puede leer en "Marx y los socialismos reales y otros ensayos", el tercer y ultimo libro de Carlos Rangel.

Para una reflexión adicional sobre el Fin de la historia, véase: "El final de la guerra fría", en este mismo blog.

El texto del discurso pronunciado por Lenin en mayo de 1917 se puede descargar a través del Marxists Internet Archive, donde la fuente citada es "Lenin Collected Works", Progress Publishers, Moscú (1964). Volumen 24, pp. 398-421. Es de hacer notar que en marzo de 1918, menos de un año después de este discurso y con Lenin en el poder, Rusia firmó la paz con Alemania, cerrando el frente oriental y permitiendo que ese país dedicara todos sus recursos hacia el frente occidental. Lenin suponía que tras la revolución de octubre en Rusia, el proletariado obrero europeo se alzaría contra la burguesía imperialista explotadora conduciéndolos a una guerra carnicera atroz, y que la revolución comunista se regaría como pólvora encendida por el mundo. Al no ocurrir esto, Lenin revierte la política de la URSS a una política defensiva belicosa permanente, suponiendo que al igual que la Santa Alianza luchó contra los ejércitos de la revolución francesa para preservar las monarquías (cmo dijera en este discurso), así mismo el occidente enfilaría sus armas contra la revolución rusa. 
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miércoles, 12 de abril de 2023

EL FINAL DE LA GUERRA FRÍA

Un equipo periodístico desarrollando una nueva plataforma de difusión de ideas me solicitó un ensayo acerca de lo que yo pensaba fue el evento politico más importante en la década de 1980-89. Lo primero que vino a mi mente fue, por supuesto, la caída del Muro de Berlín. Pero este evento aislado no es suficiente para entender su contexto, por lo cual terminé desarrollando el siguiente texto acerca del final de la guerra fría, que impactó e impacta el globo hasta nuestros días.

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El Final de la Guerra Fría

Incuestionablemente, el evento más importante en el mundo de la política internacional ocurrido durante la década de los ochenta fue el final de la Guerra Fría, una situación de conflicto internacional que hoy en día nos resulta casi imposible de imaginar. Esta guerra se inicia a finales de los ’40 y, si fuéramos a ponerle fecha, cuando la Unión Soviética hace detonar su primera bomba de hidrógeno, el 29 de agosto de 1949. El conflicto de ideologías sobre la mejor manera de organizar una sociedad para generar el mayor bienestar colectivo fue liderado por las grandes potencias militares y económicas del momento, los EE.UU. y la Unión Soviética (una confederación de quince países controlados por la central del partido comunista soviético, en Moscú). En 1960, al separarse la República Popular China de la hegemonía soviética por conflictos de liderazgo, este tercer país lidera un frente más en esta pugna. La Guerra Fría dividió familias y activó ejércitos alrededor del mundo, desde el sureste asiático, y el medio oriente, pasando por África y las Américas, llevando el mundo dos veces, al menos, al borde del infierno nuclear.

El año 1989 marca el final de esta guerra con dos incidentes que lo señalan claramente: la masacre de la Plaza Tianamen el 4 de junio, y la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre. Estos eventos, transformadores de las sociedades que los albergaron, son indicadores de lo que Francis Fukuyama llamó en su famoso ensayo de 1989 (luego desarrollado en un libro) como "¿El Fin de la Historia?". 

Fukuyama fue uno de muchos que celebraron la victoria del liberalismo democrático sobre el marxismo leninismo: el doloroso parto de una nueva era democrática en el mundo. Escoge el título de su ensayo para recordarnos que en 1848, en el Manifiesto Comunista, Karl Marx (quien a su vez deriva este concepto de Hegel), declara que la historia llegará a su fin cuando una ideología que resuelva las tensiones dialécticas entre el capital y el trabajo sea la dominante, y la sociedad sea una homogeneidad en la que cada quien aporta según su capacidad y cada quien recibe según su necesidad: el paraíso en la tierra de la sociedad comunista. En la idea original de Hegel, todo conflicto derivado por tensiones internas de la sociedad se va resolviendo a medida que progresa la historia. Marx argumenta que el conflicto primordial es la relación capital-trabajo y Fukuyama, manteniendo este ideario historicista, argumenta que dicha relación ha sido resuelta, 140 años después, por la democracia liberal por la manera demostrable en que genera mayor bienestar que el marxismo-leninismo y que aquella ideología alterna, ya vencida, el fascismo.

Los eventos de aquella década en China y la Unión Soviética parecen confirmar el análisis de Fukuyama, con su conclusión de que a finales de los ‘80 no hay ideología alterna al liberalismo promovida por una potencia mundial que logre ese ansiado final de los conflictos humanos. Los apegados a esas otras ideologías desechadas serán países de poca relevancia y algunos académicos de salón. La reversión constitucional iniciada por Gorbachov, el líder soviético de la era, se fundamenta en principios liberales, y China, al incorporarse a la Organización Mundial del Comercio mediante estatus temporal de “Nación más Favorecida” en 1980, inicia su etapa de apertura internacional, con los cambios culturales y de mercado que eso implica, aparte de cambios internos permitiendo comercio privado. Es decir, los grandes rivales en la Guerra Fría aceptan un tipo de sociedad modelada por la ideología liberal y el capitalismo debido a que sus líderes reconocen las fallas y contradicciones internas de sus sistemas. Ayudan, pero no son factor decisivo los liberalismos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que hacen eco en las poblaciones con expectativas de cambio ante la corrupción creciente de sus propios sistemas de gobierno. Es allí que se origina la energía de esas poblaciones que hizo caer el muro y movilizó masas en China.

Una vez aceptada la premisa de que el modelo único, ideal y homogéneo es alguna versión de liberalismo centrada sobre la protección legal del derecho universal a la libertad y el consentimiento de los gobernados, se pueden dividir los países entre aquellos en la “post-historia” y los que permanecen en la historia. Es decir, los que han aceptado la democracia liberal como modelo social y los que todavía no lo han hecho. Todo conflicto entonces se limitará a la mejor distribución económica de los mercados bajo las reglas del liberalismo (incluso en sociedades con un gran sector público). Esta promesa historicista es seductora, pero probablemente es tan quimérica como la ilusión del paraíso comunista. El mismo Fukuyama admite que las fuerzas intrínsecas de una cultura pueden ser permanentemente contradictorias, pero las considera de naciones viviendo todavía en “la historia”. En particular indica como posibles tendencias innatas para el modelaje de una sociedad la religión y el nacionalismo. Como hemos visto en las décadas desde su tesis originaria, estas tendencias son indiscutiblemente modeladoras de sociedades e incluso, como en el caso de la Rusia de Putin, pueden hacer que un país se revierta al modelo fascista bélico expansionista.

La euforia de aquella victoria en la Guerra Fría contrastada con la situación del mundo actual nos hace reflexionar acerca del conflicto de fondo, y que no es necesariamente el de comunismo vs. capitalismo. Observar a Rusia y China son una primera pista: a pesar de tener capitalismos en formas híbridas, su capacidad de renovación democrática es nula y las élites autocráticas se aferran al poder. ¿Sera posible entonces que la verdadera dicotomía antagónica sea entre autoritarismo y democracia? Como segunda pista propongo un experimento mental: imaginarnos la existencia en conjuntos de pareja al autoritarismo y la democracia, con el capitalismo y el socialismo. La única combinación conceptualmente absurda es autoritarismo democrático (o democracia autoritaria), que es lo que pretenden ser países como Corea del Norte, o el Irak de Hussein donde líderes son electos con el 100% de los votos. Para estos países, la excusa de pseudo ideologías marxistas o nacionalistas sirven a sus élites para mantenerse en el poder.


Anne Applebaum en su libro “El ocaso de la democracia” (2020) nos da una pista final acerca de por qué el modelo historicista de inevitabilidad del progreso puede ser un concepto errado. A pesar de los obvios adelantos tecnológicos a nuestro alrededor, los instintos naturales del ser humano se mantienen en su esencia primitiva. Estos instintos incluyen preferir el orden y la predictibilidad más que al desorden y la incertidumbre, y la solidaridad tribal más que al universalismo. De cierta manera, Fukuyama alude a estos instintos al referirse a cultura, religión y nacionalismo como factores adaptando ideologías. Pero el argumento de Applebaum va más allá, puesto que implica que el ser humano tiende a preferir el autoritarismo por la promesa de orden predecible ejercido por una élite poderosa, en lugar de la realidad del desorden incierto de la democracia ejercido por una masa ciudadana heterogénea. Pero por la incapacidad de un régimen autoritario para satisfacer las necesidades crecientes de renovación y oportunidad de toda sociedad, y la consecuente represión creciente, el autoritarismo eventualmente revierte, o colapsa, hacia algún tipo de versión del modelo liberal, sea por reforma o revolución. La ola de nacionalismos antiliberales que recorre el mundo desde hace unos diez años es explicable como reacción al “fin de la historia” de 1989. Pero si algo nos enseña el final de la Guerra Fría es que la sociedad humana estará siempre condenada a repetir un ciclo pendular de versiones de autoritarismo a versiones de liberalismo, una historia sin fin.

Carlos J. Rangel, escritor, analista y consultor político, es autor de dos libros de ensayos sobre práctica y economía política, uno centrado sobre la campaña de Obama en el 2008, Campaign Journal 2008 (Routledge, 2009), y otro sobre el período en Venezuela a partir de 1998 hasta el 2017, titulado La Venezuela Imposible (Alexandria Publishing, 2017). 


viernes, 6 de enero de 2017

Manifiesto por Venezuela

Hace casi sesenta años, una generación de venezolanos se manifestó en contra de un gobierno que coartaba participación, limitaba oportunidad y detentaba las herramientas del poder con aras a mantenerse en el mismo. Esta generación originaria contaba con líderes e intelectuales provenientes de múltiples sectores; que habían sido perseguidos y asediadados; forzados a la clandestinidad o al exilio por decreto o por principio; con venezolanos de larga data, de generación reciente y de adoptivos.

Algunos de estos originarios habían participado en el primer experimento democrático de la segunda mitad de la década de los ‘40 y reconocieron los errores de ese período, tratando de corregirlos y ser más incluyentes en este nuevo intento democrático. Todos ellos veían en el país un gran potencial de futuro al alcance de la mano y aquel gobierno de turno, transformado en régimen de dictadura, mantenía los rezagos del personalismo haciendista del pasado. Al sacudirse de ese régimen, y ante la oportunidad de reconstruir las bases de la república los principios liberales de estos originarios incluyeron:

  •         Protección de la dignidad humana
  •         Igualdad de oportunidad
  •         Igualdad ante la ley
  •         Respeto a las minorías
  •         Libertad de expresión tanto en voz como en voto
  •         Derecho a la propiedad individual

Estos principios parten del derecho universal a la libertad, derecho fundamental adquirido por todo ser humano nacido en esta tierra. Estos principios fueron base de constitución, gobierno e ideología de la hoy llamada “Cuarta República.” Como todo principio idealista, fueron metas a lograr, a perseguir y por luchar. Su implementación incluyó la supeditación de las fuerzas armadas a la sociedad civil (incluyendo separación en forma e institución de las FF. AA. del mundo político), la representación proporcional de las minorías políticas, la no reelección inmediata, y la Independencia del poder judicial, entre otras.

Los años sesenta fueron un período de transición con atentados contra esa promesa de futuro tanto por agentes externos, títeres de la guerra fría, como por agentes internos con ambiciones de poder, reforma unipersonal y costumbres caudillescas. Ante estos embates, los originarios tomaron atajos institucionales y debilitaron sus principios base, infringiendo libertades y derechos, alienando minorías, suspendiendo garantías a conveniencia, y alimentando demagogias y populismos tanto a su favor como en su contra, llevando eventualmente a una crisis de madurez política.

Sin madurez política no existe desarrollo posible. La madurez política consiste en proteger los principios universales sobre los cuales se basa el Estado. El desarrollo consiste en estructurar un sistema que permita al individuo maximizar su potencial posible ajustado a esos principios y a los derechos humanos y sociales del hombre. El deber primordial del Estado es defender dicho sistema y crear las condiciones que permitan oportunidades para ese desarrollo individual, semilla del desarrollo nacional.

Hemos visto lo que la falta de madurez política nos ha traído. Líderes políticos aprovechando su posición, otorgada de buena fe por el pueblo elector, traicionaron los principios de defender el estado de derecho y de crear condiciones de oportunidad individual. De esta manera la nación fue llevada a las condiciones en las que se encuentra hoy, tres generaciones después del inicio de aquel experimento democrático original.

El gobierno de Venezuela a principios del S. XXI, nuevamente transformado en régimen de dictadura, ha traicionado al país y su potencial. Las causales de dicha traición son arrogancia, sectarismo y ambición de perpetuidad en el poder. La traición se manifiesta con el sufrimiento y daño causado a la nación mediante acciones directas e intencionales, entre las cuales se pueden enumerar las siguientes:

  • Ha infligido destrucción de bienes patrimoniales de la nación, tanto naturales como humanos.
  • Se ha burlado de la defensa de los derechos humanos y sociales de todos los venezolanos, incluyendo vida, libertad, salud, trabajo y educación.
  • Ha pervertido la democracia representativa, distorsionado el sistema electoral y desconociendo la voluntad popular tanto de resultados como de intención.
  • Ha causado el empobrecimiento brutal de la población, insistiendo en la aplicación de un modelo asfixiante de toda iniciativa que no esté bajo el control estricto del estado mediante usurpación, regulación excesiva o amenaza directa.
  • Ha abdicado la soberanía a naciones extranjeras tanto en los recursos del país como en su defensa, haciendo negocios, tratados, hipotecas y acuerdos secretos con naciones y entidades extranjeras.
  • Ha supeditado el poder civil al poder militar, denigrando el rol de ambos en la conformación de un Estado centrado en la libertad del ciudadano como condición básica.
  • Ha obstruido la administración de justicia y la legalidad, interfiriendo repetidamente en la independencia judicial con el fin de reprimir oposición legítima a sus políticas.
  • Ha protegido y facilitado prácticas corruptas y criminales de sus miembros, adeptos y acólitos, contribuyendo activamente al colapso del contrato social basado en el respeto a la ley, la propiedad y la vida.
  • En afán de hipertrofia cancerígena ha debilitado, intervenido, socavado, sustituido, callado  o atacado organismos e instituciones independientes de la sociedad civil tales como sindicatos, cámaras de comercio, asociaciones vecinales o educativas, la iglesia, colegios y gremios profesionales, la prensa y otros que canalizan y amplifican la voz ciudadana ante el gobierno.
  • Ha sembrado y exacerbado odios fratricidas entre el pueblo venezolano dividiendo y debilitando el gentilicio nacional.
  • Ha esquivado la responsabilidad de defender la integridad física de la nación al desistir, por conveniencia política de una nación extranjera, a la negociación legítima del diferendo territorial del Esequibo.

Estas causas enumeradas bastan para inculpar al régimen de usurpadores que manejan los destinos de la nación de traición a los principios fundamentales que conforman un estado y un país, y la protección y defensa de sus pobladores. Ante esa traición, es legítima la invocación de defensa implícita en el artículo 350 de la Constitución vigente de la nación:

“El pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos.”

Hay venezolanos en el territorio y en el extranjero dispuestos a ser fieles a esa lucha. Dispuestos a poner en práctica ideales para construir un futuro posible que necesita reconocer el pasado y utilizar el presente; que necesita reconocer que construir un país es un proceso permanente, no una meta lograda; que necesita de todos los venezolanos, permitiendo que sea cada uno el que construya su parte del país.

El régimen de usurpadores ha traicionado lo que significa ser gobierno y será juzgado como tal. Los colaboradores desde la oposición facilitando el subdesarrollo político serán llamados a justificar su responsabilidad. La República de Venezuela ha sido, es y será siempre una sola y los principios universales que rigen estados bajo preceptos de justicia, respeto a los derechos y democracia prevalecerán cuando el pueblo unido reclame y ponga a usurpadores y colaboradores en su lugar de la historia. Así será.

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lunes, 30 de noviembre de 2015

Alfa y Omega del Socialismo del S. XXI


El único verdadero aporte a la discusión sobre socialismo, marxismo y capitalismo que aportó Heinz Dieterich Steffan fue crear una frase que hacía creer que un viejo y anticuado modelo podía ser renovado bajo un nuevo lema; algo así como decir “Ese Socialismo sí Refresca”: el Socialismo del S. XXI. Su libro es una serie de conceptos trillados, mitos mal concebidos e ideas mal fundamentadas que pocos leyeron y menos analizaron. Pero sobre ese lema, ese slogan de juventud y supuesto cambio de ideas—cuyos resultados históricos estaban a ojos vista—sobre ese fundamento de barro resbaladizo en 1999 se echaron las bases, el Alfa del gobierno y cambio social de Venezuela. Y ahora llegamos aquí, a las consecuencias.
El comunismo (estadio superior del socialismo) y el capitalismo ven la interacción fundamental de intercambio entre partes –la transacción—de manera muy distinta.  En el modelo comunista, la transacción es un evento suma cero es decir, una de las dos partes resulta favorecida sobre la otra—la riqueza (el bienestar) se distribuye: una parte pierde y la otra gana. El modelo capitalista postula que la transacción es un intercambio y satisfacción de necesidades—la riqueza (el bienestar) se crea y ambas partes ganan.

He aquí la falla fundamental del socialismo como modelo y su atractivo particular especialmente para una sociedad rentista. Si la riqueza... 


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VENEZUELA HOY Y SU NUEVO MAÑANA

 El 21 de noviembre de 2024, El Club de la Libertad, en Corrientes, Argentina, invit ó  a Carlos J. Rangel a hablar acerca de Venezuela, su ...