En las primeras semanas de enero de 1958 mi tío fue detenido por la Seguridad Nacional, la policía política del régimen de Marcos Pérez Jiménez. El primero de enero de ese año había ocurrido un fallido intento de golpe por un grupo de militares con simpatías comunistas (era la época de la Guerra Fría), encabezado por el Coronel Hugo Trejo.
En los sótanos del
palacio presidencial de Miraflores, mi tío me relató que hizo amistad con gran
cantidad de futuros dirigentes de la democracia venezolana, los cuales habían sido
recogidos como parte de la represión iniciada tras ese intento de golpe, y como respuesta
del régimen ante la creciente inestabilidad política. La oposición civil
clandestina organizó en esos días, mediante volantes impresos en mimeógrafos clandestinos
y pintas en la calle, una huelga general y otras movilizaciones que el régimen trató
inútilmente de reprimir. La caída ocurre cuando en la Escuela Militar los
cadetes se organizan en contra del régimen, el tirano ordena al ejército
disparar contra los cadetes, y los comandantes del ejército desobedecen la
orden.
El 23 de enero de
1958 amanece Venezuela sin dictador. Las puertas de las mazamorras se abren, y
mi tío ve el sol brillar nuevamente.[1] Lo
que la oposición civil y la disidencia militar no habían podido lograr por su
cuenta, derrocar al régimen, se logró cuando ambos se unieron con el fin de
derrocar una tiranía corrupta y autoritaria cuyos líderes ponían sus intereses
propios por encima de los intereses de la nación, iniciándose así la era del
experimento democrático de Venezuela que duró cuarenta años.
Debido a que a ese
régimen no le interesaba realmente la nación venezolana, la falta de una transición
ordenada resultó temporalmente en violencia callejera y anarquía, con la consecuente
sangre derramada, en su mayoría de adeptos al régimen que no pudieron embarcarse
clandestinamente a un exilio dorado.
El régimen que
actualmente azota las libertades y los derechos de los venezolanos ha
emprendido una ola de represión y encarcelamiento arbitrario que supone es una demostración
de fuerza, cuando lo que demuestra es su debilidad. Supone, que al igual que en
Cuba suponen sus líderes, lo que hace falta es unos cuantos perros ladrando
para conducir un gran rebaño de ovejas. Subestima el régimen la capacidad de
una nación que canta y entiende la letra de su himno nacional, cantando
vigorosamente estrofas como “abajo cadenas” y “el pobre en su choza, libertad
pidió” al igual que la temporalidad del “vil egoísmo”. Subestima el régimen a una
nación que prende una vela, enciende una luz, que no apagará hasta que la
libertad regrese para todos los prisioneros políticos.
La tragedia
venezolana bajo la satrapía actual toca de manera personal a cada uno de
nuestros ciudadanos, algunos más de cerca que a otros, y algunos más trágicamente
que a otros, aunque ninguna tragedia personal es pequeña. Recientemente una
persona con la que he interactuado frecuentemente durante los últimos cinco
años o más, y le tengo afecto hasta paternal, fue apresada de manera escalofriante e
injustificable por esbirros del régimen. Hasta hoy está desaparecida. Sus
logros en la lucha por la libertad han sido crecientes durante ese periodo en que
la he conocido, y es una joven que, para mí, representa el futuro posible de Venezuela,
con amor de patria (y del beisbol). No quiero minimizar de ninguna manera la
importancia de cualquier otro preso político, desde Rocío San Miguel hasta
Freddy Superlano, Dignora Hernández y Henry Alviarez, o los recogidos por demostrar
su patriotismo en cualquier marcha estas semanas. No quiero minimizar la
tragedia personal que representa estar asilados y asediados en la embajada de
Argentina, con incertidumbre diaria acerca de las intenciones del régimen; de
ninguna manera quiero que se olviden a los más de 20.000 caídos por violencia del
régimen, desde Bassil Da Costa, y tantos otros más derramando sangre en el asfalto
de protestas cívicas, incluyendo un primo de mi esposa, hasta los asesinados
por las PLO como venganza hamponil y consolidación del poder de pranes aliados
al régimen. Para mí, sin embargo, la detención de María
Oropeza es casi como que me hubiesen secuestrado a mi hija. Enciendo mi
vela de libertad por ella y, con ella, por todos los otros detenidos
arbitrariamente y sin debido proceso bajo leyes apegadas a derechos civiles y humanos
básicos bajo cualquier definición de sociedad civilizada.
#PrendeUnaLuz #EnciendeUnaVela
VIDEO DE MARIA OROPEZA ENTREVISTANDO A CARLOS J. RANGEL
[1] La ola de detenciones políticas y arbitrarias desatada fue contraproducente para la estabilidad y resaltó la profunda ilegitimidad del régimen ante sus mismos partidarios. Mi tío no era activista político ni tenía afiliación partidista, era un comerciante que había sido arrestado al visitar como amigo de la familia a la esposa de un detenido político y militante copeyano que acababa de dar luz a un bebé. Esta anécdota la detallo en la primera sección de mi libro La Venezuela imposible.
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