REFLEXIONES ANTE LAS COYUNTURAS DE UNA TRANSICIÓN
“Nuestros débiles conciudadanos tendrán que enrobustecer su espíritu mucho antes que logren digerir el saludable nutritivo de la libertad. Entumidos sus miembros por las cadenas, debilitada su vista en las sombras de las mazmorras, y aniquilados por las pestilencias serviles, ¿serán capaces de marchar con pasos firmes hacia el augusto Templo de la Libertad? ¿Serán capaces de admirar de cerca sus espléndidos rayos y respirar sin opresión el éter puro que allí reina?”
Simón Bolívar. Discurso de apertura ante el Congreso de Angostura, 1819.
Esa pregunta que hizo El Libertador hace 205 años es una pregunta que nos hemos hecho durante largo tiempo, no solo los venezolanos, sino muchos de nuestros hermanos en el continente. ¿Somos capaces de vivir en libertad? O será que nuestra historia es un pesado lastre insostenible, que nos conduce irremediablemente a caer en regímenes despóticos bajo “tiranuelos casi imperceptibles” como los describirá el mismo Bolívar en su carta al General Juan José Flores apenas once años más tarde. En 1819, a sus 36 años ante el Congreso de Angostura, Bolívar todavía tiene la visión del político profesional con vocación de servicio, una visión de futuro, optimismo y confianza en sus conciudadanos. Sabemos que en esa carta, escrita a menos de mes y medio de su muerte, ese optimismo ha sido decepcionado por las realidades políticas que entrevé en su discurso una década y un poco más antes; pero su visión, surgida de la revolución liberal, indudablemente es valiosa y sigue siendo modelo para crear una república bolivariana.
Tras una guerra, que él mismo describe como cruel, horrorosa y dolorosa para sus protagonistas, Bolívar quiere renunciar al cargo supremo de la conducción de los ejércitos y la república, y someter su conducta como tal al juicio de los legisladores. Declara que preferiría el título de “buen ciudadano” al de Libertador, poniendo su cargo y destino a disposición de los legisladores constitucionalistas. En esto nos recuerda a los fundadores de los EE.UU. que estipularon en sus escritos que, para un ex-presidente, el mayor título y honra que le concede una nación es el de volver a ser ciudadano. En esto coinciden el liberalismo fundador de los EE.UU. y el liberalismo promovido por Bolívar en su discurso: ser ciudadano es el cargo más importante en una república democrática. En su discurso la palabra “ciudadano” o “conciudadano” la utiliza dieciocho veces.
Bolívar describe en el discurso su visión para una nueva nación, una nación que deje atrás “las cadenas, mazmorras, y pestilencia servil” que han entumecido las ansias de libertad de la gente en los territorios liberados; una nación centrada sobre la libertad y el poder de cada ciudadano. El énfasis de su discurso es sobre la libertad, utilizando esa palabra cincuenta y un veces y la palabra libre once. Reconociendo que todo gobierno se compone de humanos imperfectos (“son los hombres, no los principios, los que forman los gobiernos”), enfoca su proyecto sobre la fortaleza de sistemas perfectibles, estableciendo la necesidad de rotación institucional de dirigentes, debido a que: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía.”
A dos siglos y algo más de aquel discurso ante un cuerpo deliberante encargado de fraguar las bases de una nueva nación centrada sobre democracia y libertad, vale la pena destacar ciertas ideas centrales que el chavismo hoy día descarta en discurso y práctica:
“La esclavitud es hija de las tinieblas”.
Es con el sometimiento de un pueblo a través de la poca educación y adoctrinamiento que se puede perpetuar la antítesis de la libertad: la esclavitud. A los amos y élites gobernantes de una tiranía les conviene tener un pueblo sometido por la ignorancia y los límites a la educación. Bolívar describe claramente la manipulación totalitaria basada sobre la ignorancia: “la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia.” En la práctica, el chavismo denigra y somete al sector educativo para mantener a los venezolanos en las tinieblas de la ignorancia, interfiriendo con la educación impartida y manteniendo a los docentes en la indigencia, desde la escolaridad temprana hasta la educación universitaria. Recordemos que la semilla de las protestas del 2002 fueron una ley de educación interfiriendo en la independencia del sector educativo con la injerencia doctrinaria del estado. Como famosamente dijera Héctor Rodríguez, ministro de educación en el 2014, descartando a la educación como instrumento de movilidad social: “No es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que pretendan ser escuálidos”. El auge de la democracia en Venezuela se caracteriza por el Plan Ayacucho, que sembró conciencia y educación entre una generación que el chavismo denigró. rechazó y persiguió.
Ya Simón Bolívar lo resaltó en su proyecto de país, proponiendo un poder del estado que fusione la educación y la moral cívica como fundamento de la república: “La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades.” Bajo estas ideas, ofrece lo que llama un “cándido delirio” proponiendo ese cuarto poder independiente, el Poder Moral, aparte de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial que ya describió y defendió. El Poder Moral sería un cuerpo de la república compuesto por un “Areópago” (tribunal de tradiciones y costumbres) independiente que vele por la educación y registre la moral de los participantes públicos del gobierno, manteniendo un archivo consultable de su conducta y actuación. Dicho poder influye directamente sobre la educación ciudadana, pero no tiene capacidad penal, solo de denuncia a los trasgresores de las tradiciones y costumbres que conforman la moral del país. Es posible que esto se vea como un cándido delirio, pero lo más cercano que existe a ese “registro permanente” de la actuación de funcionarios públicos es una prensa libre, libre de influencias y accesible a todo ciudadano. En tiranía eso no existe. La restricción a la información, las “ofertas que no se pueden rechazar” y la persecución a voces independientes son características de tiranías que desean blanquear dichos registros públicos de sus actuaciones. Bajo el régimen chavista incluso un tuit opositor o crítico ha llevado a influenciadores a las mazmorras del Helicoide o los sótanos en Plaza Venezuela, las infames cárceles políticas del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN). Sin prensa libre e independiente, no existe democracia, y por eso se le reconoce como “el cuarto poder”.
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“El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política,”
“Sólo la democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta libertad; pero ¿cuál es el gobierno democrático que ha reunido a un tiempo, poder, prosperidad, y permanencia?”
Bolívar está claro acerca de la capacidad de la democracia de generar bienestar, de la fragilidad de la democracia, su naturaleza perfectible y la necesidad de defenderla, porque es el sistema más conducente a la condición de libertad para los ciudadanos. Ya lo dirá Winston Churchill unos 130 años más tarde: "La democracia es el peor sistema de gobierno, salvo todos los demás". La visión de una república soberana que tiene Bolívar es una república centrada sobre la libertad, pero él reconoce la responsabilidad de cada ciudadano para mantener un gobierno que proteja esa condición de libertad, la cual dice Rousseau, según Bolívar, “es un alimento suculento, pero de difícil digestión” y porque dice Homero “al perder la libertad, el hombre pierde la mitad de su espíritu.” El deber y responsabilidad de cada ciudadano para defender la libertad (y, por ende, la democracia) es ineludible si se quiere obtener esa mayor suma de bienestar. Varias veces lo reitera resaltando su incomodidad y dificultad: “más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de la tiranía.” Pero también reconoce la condición basculante de las tiranías, algunas con un péndulo mayor que otras, pero inexorablemente destinadas a caer, porque “la naturaleza a la verdad nos dota, al nacer, del incentivo de la libertad.”
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“La deuda nacional, Legisladores, es el depósito de la fe, del honor y de la gratitud de Venezuela.”
La dignidad del país está atada a su responsabilidad y seriedad por los compromisos adquiridos ante la comunidad internacional. Un país responsable que entra en negocios, tratados y acuerdos, está en la obligación de cumplirlos. El Libertador es contundente al respecto: “Perezcamos primero que quebrantar un empeño que ha salvado la patria y la vida de sus hijos”. La falta de seriedad del régimen de Maduro en toda negociación internacional, comercial, tratados, o compromisos políticos, deslegitima su capacidad de gobernar en nombre de Venezuela, y deshonra el legado de Bolívar.
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El corazón del discurso es proponer las instituciones de una sociedad libre de la opresión del “triple yugo de la tiranía, la ignorancia y el vicio,” para lo cual fundamenta su proyecto en la democracia, la educación y la virtud moral. La república que visualiza Bolívar ante el Congreso de Angostura es una república que establece límites al poder, separación de poderes, donde el ciudadano es el principal protagonista de los destinos del país. Es una en donde la educación es la base de la república, donde se honran a los militares, pero se mantienen alejados de la función de gobierno y su papel es defender la república, no conducirla. Una en donde se respetan y protegen las instituciones, y los agresores a las mismas son condenados por la justicia. Una en donde existe un registro público, independiente y libre publicando la capacidad moral de los miembros y representantes de la república. Una en donde existe alternabilidad en los representantes encargados de velar por los intereses de los ciudadanos. Un llamado y denuncia en contra de toda tiranía y en defensa de la libertad. Una república, en fin, basada en la revolución liberal, no en la reaccionaria protección de los intereses de la élite mercantilista y colonialista del chavismo.
El chavismo en Venezuela ha traicionado la visión de Bolívar acerca de la libertad, el poder de los ciudadanos en una república, y su lucha contra toda tiranía. Los chavistas han utilizado a Bolívar para acobijarse con un manto de credibilidad que no les arropa. Los chavistas han traicionado aquella visión de Bolívar de una nación ideal, y llamarse a sí mismos bolivarianos es una desfachatez e insulto a los ideales liberales del Libertador. Se puede calificar sin duda a los chavistas de “anti-bolivarianos”.
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Una nación siempre será más permanente que sus gobiernos, y solo se hace fuerte y capaz de generar riqueza y bienestar a medida que sus instituciones trasciendan a sus funcionarios. Por eso Bolívar nos recuerda que:
“El imperio de las leyes es más poderoso que el de los tiranos”.
Hay hipocresías que hieren profundamente a una nación. La tiranía que pretende ser bolivariana caerá, y Venezuela prevalecerá.
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Otras reflexiones a partir del discurso de Bolivar:
Carta a Carlos A. Montaner sobre Felipe VI y democracias.
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