Sentado en el sofá viejo del salón
familiar de una casa vieja, con zaguán al frente, porche trasero y jardín
frutal descuidado, el Papá de El Chamito lee un pesado libro de filosofía.
El Chamito
entra corriendo, todo emocionado.
El Chamito:
¡Papá, mira papá, mi negocio de juguitos de mango está resultando! ¡Vendí mil bolívares
hoy!
Papá
del Chamito: Que bien. Pero, sabes, esa mata de mango está en el jardín de la
casa, y la casa es mía, así que me toca mi parte – la mayoría, porque sin mata,
no tendrías jugo.
El Chamito:
Pero… tengo que pagarles a mis asistentes,
y necesito una máquina de jugos nueva, y tengo que pagarle al afilador de
cuchillos, y un poquito para mí, y ahorrar para la merienda.
Papá
del Chamito: Y, ¿cuánto necesitas?
El Chamito:
bueno, me cuesta entre una y otra cosa como 500.
El Papá del Chamito cierra con
calma su libro, prende un tabaco y pondera la situación. Finalmente le dice a Chamito
cómo va a ser la cosa.
Papá
del Chamito: Okey, por el derecho a que recojas los mangos, te voy a cobrar 300.
Y como estás haciendo tanto real, de los 200 que te quedan, te voy a quitar
190. Así te quedan 10. Con eso te debe resultar suficiente para la merienda.
Eso es lo justo, porque la mata de mango es mía y sin mata, no tienes jugo.
El Chamito:
…este… bueno… okey.
Papá
del Chamito: Y ese es el cálculo con mil bolívares. Si vendes más, como ya
cubriste tu costo, lo llamaremos “excedente”, y es todo para mí.
El Chamito:
¿Y si vendo menos?